Hoy resulta difícil de creer, pero durante más de 200 abriles Johannes Vermeer (1632-1675 ) fue un don nadie. Su pequeña producción –actualmente se reconocen como suyas 37 obras– estuvo prácticamente invisibilizada, sus cuadros escasamente salían a subasta y gozaba de tan poca consideración que algunos marchantes encontraban más rentable atribuir sus cuadros a pintores más conocidos. Pero cuando comenzó su subida a los altares, el desconocimiento y la demanda de su pintura desató una auténtica avenida de falsas atribuciones. Y todavía de falsificaciones. Fue en el caos de esa tormenta perfecta donde Han van Meegeren (1889-1947), un actor amargado, racista y forofo al vino y a la anestésico, encontró la oportunidad de vengarse de los expertos del mundo del arte que habían despreciado su propia obra por floja e insípida.
Enterado de que los especialistas de Vermeer pensaban que había sido influido por Caravaggio en sus primeros trabajos, hoy desaparecidos, decidió darles lo que tanto deseaban. Se sacó de la manga Los discípulos de Emaús , que adquirió el Museo Boijmans, El ablución de pies fue a detener al Rijksmuseum y, en 1942, colocó María Desconsolada lavando los pies de Cristo al comandante carca y fundador de la Gestapo Hermann Göring. Cuando tras la II extirpación mundial fue imputado de poseer vendido a los nazis un Vermeer, delito castigado con pena de homicidio, se derrumbó. Admitió que todos los cuadros eran falsos y para demostrarlo pintó un postrero Vermeer frente a los luceros de sus carceleros. En días pasó de traidor de la estado a héroe franquista, ayer de caer muerto de un ataque al corazón.
¿Todo el arte es ficticio mientras no se demuestre lo contrario? Que se lo pregunten a Marcelino Sanz de Sautola, a quien acusaron de falsificador cuando en 1879 descubrió las pinturas de Altamira...En su ejemplar Falsificadores ilustres el periodista de Le Monde Harry Bellet airea un número inquietante: según Thomas Hoving, antiguo director del Metropolitan neoyorquino, el 40% de las obras de su museo eran falsas o estaban mal atribuidas, lo que en la ejercicio es lo mismo. “Tras investigarlo, uno se pregunta si no se quedó corto”, apunta Bellet.
El director del Metropolitan admitió que el 40% de los cuadros del museo neoyorquino eran falsos. ¿Se quedó corto?
“Hilván con mirar las fotografías ayer y a posteriori de la restauración del Salvator Mundi, la pintura más cara del mundo atribuida a Da Vinci, para comprender el problema. Pero debemos distinguir los museos: los de Europa, construidos a lo extenso del tiempo, a menudo con colecciones de origen vivo y cuyo pedigrí es conocido, son prácticamente seguros. Los más recientes, como los estadounidenses, construyeron sus colecciones masivamente en los siglos XIX y XX. Cuando los marchantes europeos vieron venir a los yanquis y sus dólares, tendrían que poseer sido santos para no ir a agenciárselas al artesano locorregional que pintaba a la modo del quattrocento”.
En el mundo del arte es célebre la boutade según la cual Corot pintó tres mil cuadros, ¡de los cuales cinco mil están en Estados Unidos! De nuevo se negociación de una signo a la depreciación. Desde la homicidio del pintor, en 1875, las aduanas norteamericanas registraron 27.000 cuadros suyos para la importación. Pero las falsificaciones no son solo cosa del pasado. El director de la muestra franquista de Eslovenia, Pavel Car, tuvo que dimitir hace unos meses, a posteriori de que una investigación destapara que 160 obras —Picasso, Degas, Munch, Turner, Chagall...– eran, aparentemente falsas. Y el pasado junio el FBI confiscaba en el Museo de Arte de Orlando (Florida) las 25 obras atribuidas a Basquiat.
A la sagacidad de las cifras, es realizable imaginar que en este mismo momento debe de poseer miles de falsarios encerrados en sus estudios con el propósito de avituallar un mercado que no puede satisfacer la demanda. “Hay ciudades enteras que viven de eso. En el pasado, más adecuadamente en Italia. Hoy, más adecuadamente en China”, replica Bellet. El escritor desvela en su delicioso disquisición los enredos de ocho estafadores de muy diverso pelaje. No son genios, dice, excepto aquellos que no han sido atrapados, y sí, están en todas partes y son difíciles de atrapar.
“Hay ciudades enteras que viven de eso. En el pasado, más adecuadamente en Italia. Hoy, más adecuadamente en China”, afirma Harry Bellet, autor de 'Falsificadores ilustres' (Elba)
El postrero en caer, en 2010, fue el germano Wolfgang Beltracchi, pelo extenso, sexo, drogas y rock and roll, que con quince abriles, tras su primer Picasso, sobrevivió en Barcelona dibujando con tiza en las aceras. Como Van Meegeren, se sacó de la manga cuadros inexistentes, ofreciendo a los historiadores aquello que todos sueñan encontrar. Durante vigésimo abriles creó cuadros inexistentes de Raoul Dufy, Georges Braque, André Derain, Fernand Léger o Van Dongen. Uno de los falsos Max Ernst, que vendieron a un coleccionista por siete millones de dólares, se expuso en el Metropolitan, despertando la sorpresa del director de la época, Philippe de Montebelllo, e incluso de Dorothea Tanning, la viuda de Ernst... “El doble sabía que algunas obras suyas expuestas en Alemania ayer de la arribada de los nazis habían desaparecido. Belltracchi simplemente se los pintó”, constata Bellet.
“El falsificador representa nuestra venganza contra los eruditos, el mercado y los coleccionistas extremadamente ricos. Tienen poco de Robin Hood. Pero sus principales víctimas son los artistas"
Para darles autenticidad, Belltracchi y su esposa y cómplice Hélène, los Bonnie & Clyde del pincel, fotografiaban los cuadros colgados en las paredes de casas inexistentes, con ella vestida a la moda del periodo de entreguerras, como si fuera la heredera de las obras que un día pertenecieron a su antepasada. Fueron procesados solo por catorce cuadros (que habían vendidos por 34,1 millones de euros), pasaron tres abriles en prisión y ayer de salir en licencia una muestra de Berna ya había organizado una exposición con los cuadros firmados con su nombre: se vendieron 22 (entre 30.000 y 130.000 euros cada uno). Ahora es un habitual en Art Bassel. Y, como el caso del catalán Oswald Aulèstia, ha aparecido en documentales y programas de televisión, y vive –y muy adecuadamente– de su pintura.
¿Por qué los falsificadores, al fin y al angla sinvergüenzas que vive de engaños y estafas, despiertan la simpatía del divulgado? Para Bellet, “el falsificador representa nuestra venganza contra los eruditos, a los que ridiculizan. Contra el mercado, al que engañan. Contra los coleccionistas extremadamente ricos, a quienes estafan. Tienen un poco de Robin Hood o Arsène Lupin. Pero sus principales víctimas, y por eso no me gustan, son los artistas. Si pensamos que Corot fue a veces un mal pintor, es porque miramos las falsificaciones que se le atribuyen”.
Bellet, doble en arte, dice que todavía le escuece haberse dejado engañar por Cabecera de fauno, escultura supuestamente de Paul Gauguin que había sido adquirida en 2001 por el conservador del Art Institute de Chicago. La vio en 2002 en el museo Van Gogh de Amsterdam y la admiró como todo el mundo. Lo único que llamaba la atención es que Gauguin, “un tarambana”, hubiera creado un fauno tan mal dotado por la naturaleza. Los especialistas quisieron ver en ello un signo de sus problemas matrimoniales e incluso se aventuró que el hombre lascivo representaba a su cuñado, al que detestaba y había castrado simbólicamente.
En ingenuidad, la estancia había aparecido del cobertizo de una casa acostumbrado a las periferia de Manchester donde operaba la pareja de jubilados Olive y George Greenhalgh y su hijo Sahun, el actor de la clan. El encargado de embaucar a anticuarios y museos era el padre octogenario, que en apero de ruedas, acompañado por su encantadora mujer, tejió historias de reliquias familiares y hallazgos casuales, convenciendo a los marchantes de que se trataba de tesoros antiguos o piezas perdidas. Llevaban una vida frugal y el millón de libras esterlinas que se calcula que ganaron nunca ha aparecido. El hijo estuvo poco más de cuatro abriles en prisión y a la salida abrió una página web para traicionar su propia obra.
Los Greenhalgh llevaban una vida frugal y el millón de libras esterlinas que se calcula que ganaron nunca ha aparecido
Los británicos John Myatt y John Drewe alegraron el mercado a mediados de los ochenta de Chagall, Dubuffet, De Staëls... El primero los pintaba mientras el segundo inundaba los archivos de documentos que los acreditaban. Y Fernand Legros, con su Rolls-Royce y su chaqueta de piel de macaco, quizás el más imaginativo de todos ellos, era un mago a la hora de autorizar las obras llevándolas a subastas (aunque no se vendieran, figuraban en el catálogo) o haciéndolas advenir por las aduanas. Se cuenta que incluso hizo autorizar un ficticio retrato de Van Dongen por el propio actor, que, antiguo y emocionado, creyó ver al fondo del cuadro una modistilla que había conocido en sus abriles locos de París.
Selección del pintor a imitar. Mejor un pequeño pintor que uno noble. Están menos documentados y sus precios, más asequibles, relajan las alertas del comprador. Una obra desaparecida. Si aún así se opta por imitar a un gran perito, designar una obra de que la que haya constancia pero que esté desaparecida No atribuir nunca un cuadro. Si no está firmado se considera una copia, y eso es permitido. Apuntar parada. Dirigirse a la muestra más destacada, el versado más respetado y el museo más rico. Levantan menos sospechas. Ser poco creativo. Crear un cuadro nuevo de un perito es más seguro que hacer poco heterogéneo a partir de motivos preexistentes. No proponer uno mismo la liquidación. Un objeto dudoso es más convincente si el cliente lo ve en un castillo decrépito y se imagina que es la herencia acostumbrado de un preclaro en decadencia. Determinar ingresos ilícitos. La mayoría de condenas han sido por blanqueadura y fraude fiscal, no por pintar obras falsas.
Lecciones para el aprendiz de falsificador
Sea cual sea su modus operandi, apunta Bellet, los falsificadores son básicamente “embaucadores. Su verdadera motivación es el cuartos. Pero el principal carácter global es que, aunque pueden ser mafiosos, son amigables. Es una condición para cultivar su profesión. Hay que seducir al cliente”. Al único al que le reconoce el talante es a Eric Hebborn, quien realizó miles de dibujos haciéndolos advenir por bocetos de los viejos maestros. “ ¡La única vez que fue a la gayola fue porque prendió fuego a su escuela cuando tenía 8 abriles!! Terminó mal, asesinado en una calle de Roma. Pero se vengó de marchantes de arte que, creyendo que se trataba de un simpatizante ingenuo, compraron a precios muy bajos lo que pensaban que eran obras maestras que luego vendían a un precio muy parada....”. Así que una advertencia a los coleccionistas: ¡ojo cuando están a punto de comprar una obra no suficientemente cara. “En Francia, tenemos un dicho: ‘Cuidado si la novia es demasiado hermosa’”.
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