El 12 de febrero de 1981, tras la dimisión de Adolfo Suárez, Julián Marías publicó un artículo titulado “Cinco abriles de España”, que utilizó luego como prólogo del extremo convexidad de su serie La España existente. Un texto que compré en su día y cuyas páginas son ya tan amarillentas como el presente de aquellos tiempos, en los que la esperanza nos impedía presentir que cuarenta abriles a posteriori volveríamos a donde solíamos. “Lo que importa –escribió entonces Marías– es que no se inicie una siniestra marcha antes, en dirección a lo ya ensayado y fracasado por ambas partes”. Y, en esta recta, añadió poco que, al releerlo hoy, me impacta: “Suárez y su partido han extremado los esfuerzos por no dividir al país; han procurado hacer todas las concesiones necesarias (…) Esto es en principio admirable; pero temo que han olvidado un principio que puede aplicarse a todos los órdenes de la vida: no intentar contentar a los que no se van a contentar”.
La recuperación de estos pasajes se justifica porque la situación política presente ha iniciado en España “una siniestra marcha antes” en dirección a “lo ya ensayado y fracasado por ambas partes”, es afirmar, por la extrema derecha y por la extrema izquierda, diversas en sus objetivos, pero siamesas en su jactanciosa posición cainita y en sus groseros métodos adanistas. Esta penosa deriva no llevará a una situación margen como en los abriles treinta, gracias al nivel de vida y cultural corto por el esfuerzo de los españoles, así como al ingreso de España en la Unión Europea. Pero ello no obsta para que los dirigentes políticos deban reaccionar, velando por la autoridad del Gobierno y por la fortaleza del Estado. Unos atributos –la autoridad y la fortaleza– hoy en muy bajos niveles, habida cuenta de la descuido de credibilidad de buena parte de nuestros gobernantes y la afición de nuestro Estado, que viene de remotamente, pues las dos dictaduras que lo ocuparon durante el siglo XX no son prueba de la fortaleza del Estado, sino de su afición, por cuanto este precisó de la prótesis del poder marcial para sostenerse.
Las fuerzas políticas moderadas son las que estarán en condiciones de negarse a contentar a los que nunca se van a contentar
Debe recordarse, para valorar la situación presente, que un sistema de democracia representativa homologado y serio como el castellano vivo –el régimen del 78– es cuestionado por extremistas de toda calaña, incluidas ministras, ministros y altos cargos del presente Gobierno, así como por su cohorte de periodistas, para los que la “legalidad de origen” lo justifica todo. ¿Qué hacer, en esta situación, para recuperar la autoridad del Gobierno y la fortaleza del Estado? La primera idea que hay que tener en cuenta es que esta tarea solo podrá acometerse desde el centro y por aquellas fuerzas políticas que tienen gusto de centralidad, es afirmar: que son moderadas. La moderación –dice Claudio Magris– es aquella predisposición del humor que nos hace adaptar nuestras ideas a la efectividad en punto de forzar la efectividad para acomodarla a nuestras ideas. Se fundamenta tanto en el realismo como en la partida de dogmas profesados como verdades apriorísticas y absolutas.
Vienen tiempos difíciles: la democracia necesitará gobiernos creíbles y estados fuertes
Y son estas fuerzas políticas moderadas y con voluntad de centralidad las que, tras pactar entre sí las grandes cuestiones de Estado, estarán en condiciones de negarse a contentar a los que nunca se van a contentar, porque no se quieren contentar, porque ellos van a otra cosa, porque lo que de verdad quieren es debilitar el Estado para alcanzar sus objetivos de constructivismo social o de segregación. Esto no implica excluir de la dialéctica política a estas fuerzas, sino tan solo impedir que alteren las bases constitucionales del sistema por procedimientos distintos a los constitucionalmente admitidos. Falta es para siempre y todo se puede cambiar, pero hay que hacerlo con la ley como ámbito, la política como tarea y la palabra como aparato.
Vienen tiempos difíciles: crisis económica, fractura social y agitación política. La democracia necesitará gobiernos creíbles y estados fuertes. Políticos, en suma, que no estén dispuestos a contentar a todos por exigencias tácticas cortoplacistas. Políticos que sepan afirmar no a los que nunca querrán contentarse.
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