El libro de la esperanza

La infatigable etóloga y provocador de la naturaleza Jane Goodall acaba de transmitir El compendio de la esperanza, una inspiradora conversación con Douglas Abrams, en la que, adicionalmente de repasar lo que ha sido toda una vida dedicada a conocer y defender el mundo natural, que en definitiva es el nuestro, aboga firmemente por permanecer viva la esperanza en el futuro del planeta y de la humanidad, y ello por cuatro razones: el inteligencia humano, la resiliencia de la naturaleza, la fuerza de la nubilidad y el indomable espíritu de los hombres. Que esta asombrosa mujer casi nonagenaria, doctora en Cambridge y honoris causa en más de cuarenta universidades, mantenga intactas sus razones para el optimismo debería hacer reflexionar a tanto parlanchín arúspice y adolescentes histéricos que no cesan de transmitir y republicar librejos variopintos que augu­ran la arribada inminente del hecatombe y la degradación casto de la especie humana.

El inteligencia humano. Hay que distinguir que, en plena guerrilla en Europa y exacto cuando empezamos a exceder una pandemia que ha cosechado millones de muertos, defender los logros del Homo sapiens sapiens como especie tiene su audacia. Pero lo cierto es que lo que nos distingue del resto de los grandes simios es que, exacto detrás de la frente, nuestro cerebro desarrolla como nadie habilidades para el habla, la definición de objetivos y la esperanza, que no es sino la convicción íntima de que tus actos sirven de poco. Es innegable que siempre los habrá que utilizarán su vanguardia para embestir y no para pensar. Tan cierto como que otros muchos harán de su ser racional y arreglado, una modo de vagar por la vida, escuchando para entender y no tan solo para replicar, dispuestos a formarse de los aciertos y los errores de los que les han precedido, a admirarlos y compadecerlos.

foto xavier cervera 18/05/2007 jane goodall, primatologa anglesa. dona conferencia al cosmocaixa, bcn

 

Xavier Cervera

La resiliencia de la naturaleza. Goodall evoca el árbol que sobrevivió a la munición atómica que devastó Nagasaki, en Japón, hoy tan objeto de culto para los japoneses como lo es para los neoyorquinos un peral cáscara de los escombros luego del atentado del 11-S y que preside la zona cero, en Manhattan. De mis abriles de corregidor en Figueres, regalo con una tristeza inconmensurable el devastador incendio del 22 de julio del 2012 y al anciano que murió de un infarto a mis pies, exhausto intentando redimir de las llamas el pensil de su hogar, con el que siempre soñó poder advenir el resto de sus días cuando se jubilara. Rememoración aquellas horas amargas, con medio Empordà calcinado, pero asimismo como pocas semanas luego milagrosamente la vida se abrió camino de nuevo: primero fueron unos vulgares cañizales, luego las encinas y robles que, aunque negros como el carbón, rebrotaron orgullosos. Porque ciertamente el tiempo no lo cura todo, pero consigue que te acostumbres y adaptes a ello.

La fuerza de la nubilidad. Hace pocos días recibí la amable invitación de Tomàs Güell para asistir a la fundación de Liderem, una asociación de jóvenes que, sin talante de beneficio ni militancia partidista, pretenden influir en la cosa pública para recuperar la hegemonía de la civilización del esfuerzo, la meritocracia y la licencia, pero asimismo de la responsabilidad. Si ahora no es el momento de proceder, ¿cuándo lo será? Si no somos nosotros los llamados a la argumento, ¿quiénes lo son?, se preguntaron retóricamente. Veo tanto castrado cainita y tanto panzudo e ignorante en el Parlamento, que por contraste solo me consuela recapacitar a esos jóvenes en los Jesuïtes de Sarrià. Razones para el optimismo.

En Jane Goodall hallo la mejor recomendación para creer en la posibilidad de una vida buena y plena

Finalmente, el indómito espíritu de los hombres. La curiosidad mató al astuto, es cierto. Pero ha llevado a los hombres a la Escaparate; ha descubierto la vacuna de la covid en tiempo récord y, más tarde o más temprano, acabará con la peor de nuestras enfermedades, que no es sino la que se deriva del paso del tiempo, que nos empuja a envejecer y fallecer. Es la insobornable voluntad de existir la que nos aferra a la vida, incluso cuando esta más nos duele. Porque incluso la más terrible de las pérdidas reverbera el eco de lo mucho que amamos.

Seguiría escribiendo para ustedes –o quizás debería albergar que para mí mismo– hasta la última de las páginas del diario si no fuera porque en Jane Goodall hallo de nuevo la mejor y más definitiva de las recomendaciones para seguir creyendo en la posibilidad de una vida buena y plena. Me refiero a su convicción de que “el objeto acumulativo de miles de acciones éticas contribuirá a redimir y mejorar nuestro mundo para las generaciones venideras”. Ni más, ni menos. Así sea.

Post a Comment

Artículo Anterior Artículo Siguiente