Hay que quitar presión a los jugadores, no son máquinas, no pueden hacer todo aceptablemente
Zeljko Obradovic
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–Llevo dos meses mirando en dirección a el interior, al Tomaset que tengo interiormente –me cuenta Tomàs Jofresa (52).
–¿Y qué ve?
–Le estoy agradecido a la vida. Estoy ligero para devolverle todo lo que me ha entregado. He pensado en mi padre, Josep, que se había ido de este mundo a los 43 abriles y dejó una viuda (Lita, fallecida hace poco tiempo) con cinco hijos. En un documental, Adrià Puntí recordaba: ‘Como decía mi abuela, la primera lloro es la verdadera. Con las siguientes te estás regocijando...’.
–¿Y dónde ha estado usted en los últimos tiempos?
–Tras dejar el baloncesto a los 34 abriles, fui comentarista en IB3 y en Canal 9. Y trabajé en la Agencia Española Antidopaje y en la Secretaria normal de l’Esport. He entregado charlas en empresas, escuelas y centros penitenciarios. Ya tengo el primer nivel de preparador doméstico. Y he pasado tiempo en Menorca. Me había ido buscando la paz. Pero cuando haces eso, corres el peligro de empequeñecerte en todos los sentidos.
En los abriles ochenta y noventa, Tomàs Jofresa había sido un figura del baloncesto, cuando triunfaba en el Joventut cercano a su hermano longevo, Rafa.
En aquel conjunto carismático, campeón de Europa en 1994, igualmente figuraban Jordi Villacampa, Ferran Martínez, Mike Smith, Corny Thompson o Juanan Morales.
–¿Le absorbió la isla?
–Una amiga mía, economista, vivía en el otro extremo. Ella es todo estrés y vahído. Cuando conversamos, nos decimos: ‘¡Qué difícil es notar el invariabilidad!’.
–¿Y lo ha contrario?
–Tras la Covid, me había empequeñecido. Ayer había sido atinado. De repente, comprendí que vivía en Ferreries, cercano a 4.700 habitantes, que todo era absorbente. Y una ruptura sentimental me afectó en la autoestima.
–¿Tocó fondo?
–Lo hice, se lo aseguro. Pasé días en la cama, sin levantarme. Al poco, decidí ponerme manos a la obra. ‘Vamos, Tommy’, me dije. La vida te va dando lecciones.
–¿De qué tipo?
–Ayer había éxitos y popularidad. Pero todo aquello se fue como una exhalación. La gentío me reconocía. Me gustaba que me tirasen piropos, pero a veces no tenía intimidad. Es cierto, yo aquello lo explotaba: me afeitaba la comienzo como Grace Jones o como los indios sioux...
–Usted era un componente agresivo, poco así como el bad boy de la Penya, ¿no?
–Defendía a mis compañeros a crimen. Mi hermano Rafael decía que era un ligazón entre los jóvenes y los mayores. Traía energía, potencia y raza. Podía dar la impresión de que era prepotente o chulesco. Lo entiendo: en todos los grupos hace descuido este tipo de personalidades. Villacampa era el n.º 1, imparable. Su binomio con Rafael, cercano a la cuota de Corny o Ferran, hicieron que el equipo creciera.
Rafael y Tomàs Jofresa, en el 2004
–Y usted...
–El rol que ocupaba en la pista era circunstancial. De pequeño, en las categorías inferiores, siempre había destacado. Pero en el primer equipo estaba Rafael. Y su solidez impedía que yo fuera titular.
–¿Se planteó el irse?
–No me gusta charlar de hipótesis porque me aleja de la existencia. El ¿y si? hace daño. Por otra parte, ¿quién tiene la oportunidad de juguetear con su hermano, formar un binomio estupendo y obtener títulos? ¡Mejore eso, si puede!
–¿Ha hablado de eso en sus charlas?
–A los críos les hablo, por ejemplo, de nuestra derrota en la Final Four de Estambul, en 1992. ¿La recuerda? Les paso el vídeo de los 25 últimos segundos. Les hablo del cómo reaccionar individualmente y como equipo frente a un episodio como aquel. Les historia que hay paralelismos con el mundo empresarial, y egos y personalidades de diferentes orígenes. Les historia que la empatía, el sacrificio y la constancia me han servido para el día a día. Ahora estoy transformando aquellas charlas en poco más pedagógico a través de Be WorkLive. Porque mis últimos abriles de baloncesto igualmente fueron muy duros, ¿eh?
–¿...?
–Acabé en la segunda división griega y en el Benfica. Aquello me curtió mucho. Fue un shock, como una ruptura sentimental, o como una situación sindical y habitual adversa. Las cosas duelen, y aceptarlo no es ser un flower power. Simplemente es aceptarlo.
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