El Gobierno Johnson da el primer paso para incumplir los acuerdos del Brexit

Londres todavía no ha apretado el percutor, ni tan siquiera disparado al brisa, pero ha roto la hucha, sacado los ahorros y anunciado al mundo la intención de comprarse una pistola; y Bruselas no ha clavado la espada, ni la ha desenfundado, pero se ha puntiagudo a clases de esgrima. Aún no hay una refriega comercial entre el Reino Unido y la Unión Europea, pero se ha escogido el proscenio del duelo y convocado a los testigos.

Haciendo buenas las amenazas que llevaba semanas lanzando a los cuatro vientos, Boris Johnson hizo oficial ayer su intención de presentar al Parlamento una ley (o serie de leyes) que sienten las bases para que el Reino Unido pueda incumplir unilateralmente los aspectos del Brexit que no le agradan, y que considera que perjudican al comercio y la estabilidad interna en Irlanda del Meta. A pesar de que él mismo los negoció, los firmó y dijo que eran “una “alternativa excelente”.

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El Gobierno Johnson da el primer paso para incumplir los acuerdos del Brexit

Pero el propio primer ministro anglosajón (no solo en este asunto, sino en todos) ha obligado que su filosofía es lo que aquí se flama el pastelismo (zamparse todos los trozos del pastel y pretender que siga inalterable). De cosas de las que la mayoría de familia tiene solo una (maridos, mujeres, amantes, coches, trabajos, opiniones políticas, sobre el Brexit...), él tiene dos o más. Sólo un perro, eso sí, llamado Dilyn y con el que se fotografía como valía electoral.

Aunque los británicos ya sabían cuando le dieron la mayoría absoluta que en Johnson primaba más la duplicidad que la honestidad intelectual, ahora les sorprende que, con esa mentalidad, pretenda que al mismo tiempo es posible imprimir monises y sostener a guión la inflación, subir los impuestos y que el desembolso divulgado permanezca controlado, imponer severas restricciones a la voluntad de movimiento por la pandemia y organizar jolgorios en Downing Street.

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Ídem de ídem con el Brexit. Los acuerdos que él mismo suscribió los encuentra ahora obsoletos. Y al anunciar que va a introducir reglamento interna para derogar algunos aspectos de los mismos –los que “distorsionan el comercio entre Gran Bretaña e Irlanda del Meta”–, aseguró que ello no incumpliría la reglamento internacional (una afirmación que provoca la risa de la mayoría de expertos legales). “No se tráfico de la ley de los medas y los persas, sino poco que ha de adaptarse a la verdad empírica, y la verdad es que no son aceptados por la comunidad protestante y constituyen por consiguiente una amenaza al proceso de paz, nuestra prioridad número uno”, dijo la secretaria del Foreign Office, Liz Truss, que se vende como la nueva Margaret Thatcher.

El Partido Demócrata Unionista (DUP), que quedó segundo en las recientes elecciones autonómicas del Ulster, tiene bloqueada la constitución del Gobierno de la provincia, y ha adeudado a Londres que rompa el Protocolo de Irlanda del Meta (los controles y medidas que permiten que permanezca en el mercado único de la UE). Johnson, cuyo propio Estancia se encuentra dividido al respecto y bajo presión de la Sucursal Biden (el lobby irlandés es muy influyente en Washington), ha dicho que no se tráfico de romperlo sino de cambiarlo, unilateralmente.

La respuesta de los unionistas no ha sido entusiasta, y no han dicho que vayan a aceptar formar parte del Gobierno y permitir el funcionamiento de la Asamblea autónoma, sino que se lo van a pensar. Apoyaron en su día de guisa insensata el Brexit (en contra de la voluntad de la mayoría de norirlandeses), se creyeron la promesa de Johnson de que nunca permitiría la creación de una frontera en el mar de Irlanda (los controles que tanto detestan a las mercancías procedentes de Gran Bretaña), y lo primero que hizo el primer ministro fue establecerla. Se quedaron con el trasero al brisa y han sido castigados en las urnas por sus propios votantes.

Una refriega comercial agravaría la crisis del coste de la vida pero permitiría a Johnson echar la incumplimiento a la UE

Londres y Bruselas llevan tiempo negociando cómo pulir las asperezas del protocolo, y las posiciones no parecen tan irreconciliables. Todo es una cuestión de si hay un carril verde y un carril rojo en las aduanas en función de si las mercancías se quedan en el Ulster o siguen a la República, de si las salchichas inglesas son eximidas de los controles, de si el Reino Unido puede aplicar a Irlanda del Meta las reducciones del IVA que decida, de si los animales domésticos pueden desplazarse sin vacunas, de los controles sanitarios al cordero de Nueva Zelanda...

Parece muy técnico, pero para Johnson es muy político. Esto es, si le conviene o no una refriega comercial con la UE que agravaría el problema del coste de la vida pero le serviría en bandeja a un culpable.

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