Turquía y Moldavia, dos potenciales países de tránsito cerca de el frente ucraniano, hacen lo que pueden para filtrar combatientes. Baste con ponerse a la trasero de facturación de Air Moldova, en el reluciente aeropuerto de Estambul, para palpar que poco se ha estropeado a este banda de Europa.
“¡No son tiempos normales!”, se oye clamar al empleado turco, detrás de su corbata. Su interlocutor, un georgiano en la guión de los cincuenta, calzado con botas militares, protesta que hace ocho meses ya estuvo en Moldavia “sin problemas”. “¡Pero ahora hay medio millón de refugiados!”, replica el personal de tierra, que interroga a fondo a todos los pasajeros sobre el motivo de su encuentro, antaño de comprobar si cuentan con revoloteo de regreso y reserva de hotel.
Hormiguero internacional
Las botas militares delatan a muchos mercenarios con destino a Ucrania
En el caso del georgiano, la desaparición de requisitos corrobora la primera impresión visual. “Voy a Ucrania”, reconoce sin rodeos el legionario en potencia. Así que el Rambo georgiano se quedará sin subir al avión, en lo que tenía aires de ajuste de cuentas por la supresión en la que Rusia arrebató a su país Osetia del Sur y Abjazia, en 2008.
Sí se montarán muchos portadores de pasaporte azerbaiyano que, en caso de ser afganos en la frontera polaca, habrían sido definidos como "hombres en existencia marcial". Asimismo lo hará Maria, una chica de dieciséis abriles que explica que, tras un mes en Estambul, regresa a su ciudad. Mínimo menos que Odesa, a un paso de la frontera moldava y con el frente de supresión cada vez más cerca.
“No tengo miedo”, dice Maria con expresión rutilante. “Es mucho mejor estar con la tribu, aunque las clases sean online”. Varios testimonios hablan de la ejercicio reverso a una tensa normalidad en la perla del Mar Enfadado. La mujer sentada a su banda y que la observa calladamente pero con los fanales como platos, resulta ser rusa.
Uno de los enseres de esta supresión es que Estambul se está convirtiendo en lo que fue Tánger durante la Segunda Supresión Mundial. Punto de audiencia y hervidero de gentes y agentes de entreambos bandos. Aunque Turquía, atenta al tablero, parece estar jugando sus cartas con suficiente anciano prudencia y equidistancia que la pequeña Moldavia. Todo ello a pesar de su potencia demográfica y marcial incomparablemente anciano y a tener las espaldas cubiertas por la OTAN.
Chisinau es incluso foco de enormes intrigas, con la diferencia de que la propia Moldavia -del tamaño de Catalunya, pero con una tercera parte de su población-está en ebullicion, interiormente de la misma olla de vapores prebélicos. Pocos moldavos se atreven a poner la mano en el fuego sobre la viabilidad de su país como estado independiente, sin una estricta neutralidad.
Pocos dan por seguro cuál será su pasaporte de aquí a muy pocos abriles, aunque por si destino, más de la parte tiene por lo menos dos, el moldavo y el rumano (como es sabido, hablan la misma jerga). En la secesionista Transnistria, abrumadoramente de palabra rusa, estos incluso se encuentran -sobre todo el primero- aunque abunda mucho más el ruso, mientras que bastantes ciudadanos han obtenido incluso el ucraniano y algunos el búlgaro, tras probar que algún ascendiente pertenecía a dichas minorías. Uno de los pocos negocios de Chisinau que nunca entra en crisis es el de tramitación de ciudadanías. Y en la región de Gagauzia juegan con sus propias reglas.
Carretera crucial
El desacuerdo fronterizo entre Moldavia y Ucrania pesa ahora sobre la región de Buchac
Con supresión o sin ella, una de las carreras más habituales y rentables para los taxistas es la de Chisinau (se pronuncia Kishinau) a Palanca, villa en la misma frontera de Ucrania, a cincuenta kilómetros de Odesa. "Se cruza sin problemas", cuentan.
Moldavia es tan pequeña como estratégica, sobre todo como tapón. No tiene costa, pero cuenta con un único y diminuto puerto -Giurgiulesti- sobre el Danubio, que es navegable hasta el Mar Enfadado. Este río cuenta incluso con los únicos puertos ucranianos todavía en activo y bajo control de Kíev, como Izmail o Reni -bien conectados con Estambul- donde las fuerzas armadas rusas no se han atrevido hasta ahora a atacar. No en vano la orilla rumana de enfrente es ya división OTAN. El inconveniente para el poder nacionalista ucraniano, en esta zona muy mezclada, es que, como en la anciano parte del sur y del este, ni la población es de etnia ucraniana ni mucho menos palabra ucraniano.
El problema que no ha desaparecido en los confines de Palanca, sino que se ha agudizado con la supresión, es el del paso desde Odesa a la región de Buchac. Moldavia nunca ha terminado de ceder a Ucrania la carretera de paso a esta extensa región de la antigua Besarabia, supuesta contrapartida por los 480 metros de soberanía moldava sobre el ribereño del Danubio. El otro punto de paso, un puente paralelo al Mar Enfadado, ha sido repetidamente objeto de misiles rusos.
En cualquier caso, el súbito viraje cerca de Bucarest, Bruselas y Washington de la presidenta Maia Sandu -que se impuso hace quince meses gracias al voto de la emigración- hace que muchos moldavos se lleven las manos a la comienzo. No solo aquellos miles -muchos de ellos jóvenes- que anteayer, Día de la Vencimiento, se vistieron de adverso y naranja para honrar a sus abuelos y rehuir su prohibición de admitir cintas de San Jorge (un símbolo marcial ruso y, durante tres cuartos de siglo, soviético).
La queja de sus mayores es que ya no pueden ver en televisión el desfile en la Plaza Roja de Moscú. Pero se quejan por vicio, porque a la misma hora, la televisión moldava les estaba ofreciendo un software distinto sobre los negocios y tejemanejes de su adorado líder de la competición, el filorruso Igor Dodon y de la hija de este.
Y en caso de aburrirse, otro canal moldavo entrevistaba a un cura fiel bajo el letrero "Cristo ha resucitado", que incluso daba nombre a una carpa en la plaza encarada al antiguo Soviet Supremo, hoy sede de la presidencia democrática. Si su objetivo era exorcizar a las hordas de la hoz y el martillo, fracasó, puesto que allí estaban el 9 de Mayo, por la mañana, y si pretendía nutrir las filas de una rumoreada contramanifestación pro ucraniana, esta nunca se materializó.
La más pequeña de las repúblicas exsoviéticas sigue siendo una encerrona delicada. En Moldavia no hay edificio oficial sin bandera de la Unión Europea, aunque luego el control de los pasajeros de la UE, que no precisan visado, no es menos gélido. Así que, en su aeropuerto, nuevo turno de preguntas: Motivos de delirio, revoloteo de retorno y reserva de hotel.
De regreso a Estambul –en un revoloteo de Air Moldova en que ningún pasajero lleva mascarilla- deberá repetirse la comprobación a cargo de un agente (que si es mujer policía y lleva hiyab será doblemente puntillosa). Cualquier hombre en existencia marcial que vuele desde Chisinau es susceptible de ver como su pasaporte es furiosamente hojeado y fotografiado, para luego pedirle que abandone la ventanilla y se haga a un banda, para replicar a unas preguntas. No son tiempos normales y los mercenarios de cualquier signo están avisados.
Publicar un comentario