David Sedaris, uno de los cronistas más lúcidos del presente Estados Unidos, explica en un fresco adiestramiento para la revista The New Yorker cómo ve su país tras la pandemia. El escritor viaja por diversas ciudades y en su periplo destaca la presencia de adultos mimados que se niegan a ponerse la mascarilla, de adolescentes mimados cuyos padres se niegan a que trabajen y de mascotas mimadas, que reciben la aprobación generalizada.
El autor describe una espectáculo en un hotel de cinco estrellas, en Washington, D.C: “En el desayuno, observo cómo, en la mesa de detrás, una mujer pide un plato extra. Lo llena de huevos fritos y bacon y lo deja en el suelo, para que su perro, un pequeño terrier, coma”. Al finalizar, cuenta Sedaris, el perrito deambula por el comedor. Su correa desplegable bloquea el paso de los comensales, pero a nadie parece molestarle. De hecho, el perrito recibe todo tipo de elogios. Una mujer le anuncia a la dueña del terrier que ella incluso tiene “dos bebés peluditos” esperándola en casa. “Debe de ser muy duro estar separada de ellos”, observa la dueña del terrier. “Lo es, sí”, le contesta, “pero pronto verán a su Mamá”, contesta la otra.
La mujer no hablaba en broma. De acuerdo con una averiguación de 2019 de la firma de prospección JWT Intelligence, el 89% de los estadounidenses solteros y el 91% de los que viven en pareja consideran que las mascotas son hijos de hecho. En este país, aún puntero en exportar tendencias sociales y culturales, los animales de compañía se han convertido en un pilar emocional para mucha muchedumbre y en un mercado colosal. En paralelo a un descenso de la demografía, aumentan las personas que tratan a sus perros o gatos como hijos. “Mi hija tiene patas”, aseguraba Melissa, emisor dueña de una bóxer citación Ziva, en un reportaje de la BBC América. En el mismo explica que ella y su marido decidieron “no tener hijos humanos” por causas económicas y medioambientales y optaron por adoptar un perro.
Un perro, sin requisa, al que proxenetismo como a un hijo humano: su dueña (bueno, su “mamá”, como insiste en que le llamen) le cocina cada día, le prepara fiestas de cumpleaños y lo cuida como una auténtica “mamá helicóptero”. La casa está tachonada de fotografías enmarcadas del nupcias con el bóxer. Melissa asegura que ella, su consorte y su perra forman una tribu: “El mundo está cambiando y la muchedumbre se está volviendo cada vez más abierta a lo que es una tribu, que hoy puede tener diferentes formas”.
Uno más de la tribu
Es un clásico: los hijos quieren un perro. Y los padres acceden, con el pretexto de que aprenderán a ser responsables
En España, el engendro de la humanización de los animales de compañía se está acelerando. De hecho, hemos pasado de ser una sociedad que los maltrataba a mimarlos en exceso. Da fe de ello Carlos Carrasco, educativo canino y autor del tomo Haz equipo con tu perro (Plataforma). “Hoy hay una conciencia que hace treinta o cuarenta abriles no existía”, explica. “Ayer se trataban a los animales a periodicazos, se les daban sobras para manducar, pasaban frío… Lo que sucede es que nos hemos ido a otro extremo, en el que la muchedumbre proxenetismo al perro como si fuera un pibe con pelo que ladra: hoy la humanización es el gran mal para las mascotas”.
“Como educativo canino veo que, en genérico, el cariño que la muchedumbre proporciona a sus perros es más un premio para los humanos que para el animal”, explica Carlos Carrasco. Está harto de pelear con animales a los que dejan solos todo el día, “aburridísimos y estresadísimos”, y cuando sus dueños llegan: “Como incluso pasa con los hijos, se sienten culpables y tratan de compensar mimando al perro a asesinato: le hacen grandes fiestas, lo hiperexcitan, lo tienen en brazos, lo achuchan como si fuera un bebé… Y esto deriva en problemas de ansiedad, hiperapego y comportamiento que le causan sufrimiento”.Animales consentidos (e infelices)
Carrasco es universitario en Derecho y Empresa de Empresas, pero su pasión por los perros le llevó a especializarse en estos animales. Dirige una empresa de aprendizaje y su representación, asegura, “es mejorar las relaciones entre perros y humanos”. ¿Ya no les podemos golpear mascotas?: “Bueno, hay que tener cuidado, porque si dices ‘mi mascota’ hay quien se ofende… Pero claro, siquiera se puede opinar ‘mi perro’, porque te dicen que el perro no es una posesión…”. ¿Ya no se es “el dueño” hoy? “Siquiera, pero hay que tener en cuenta que el perro está a mi nombre, yo le doy de manducar, lo bóvido, lo llevo al veterinario, lo paseo… Es cierto que el verbo evoluciona en paralelo a la sociedad, pero creo que en algunos aspectos estamos perdiendo un poco la persona”, resume.
¿Se ha perdido la persona al tratar a los animales como a hijos? Este doble en comportamiento animal lo tiene claro: “A ver, una relación sana entre perro y dueño tendría que ser una relación en la que el dueño tratara a perro como animal. ¡Fíjate que mi principal trabajo es explicar a la muchedumbre lo que es un perro! Que entiendan que no es un pibe con pelo sino… ¡Un animal! Con sus instintos y deyección y sus pautas naturales de comportamiento”.
Es un clásico: los hijos quieren un perro. Y los padres acceden, con el pretexto de que aprenderán a ser responsables. Para Carlos Carrasco, es una trampa: “Porque si el perro se pone malo: ¿Va a llevarlo al veterinario un pibe de 8 abriles? ¿O lo va a sacar a pasear diez veces al día cuando es hijuelo? No, van a ser los padres: un pibe no tiene la virilidad para responsabilizarse de un perro”. Para tener animales en casa, insta despabilarse otro argumento: “Como que mis hijos desarrollen empatía por otros seres y respeto por la naturaleza”. Y para prepararse recomienda comenzar con un pez y si no se le muere, seguir con un hámster, quizás, posteriormente, una tortuga… Cuando los hijos tengan una cierta capacidad y virilidad pensaríamos en el tema perro, que nunca ha de ser un capricho”.¿Quién cuida al perro?
¿Un perro no puede ser un hijo, entonces? “No”, contesta Carrasco, sin dudar. “A ver, podemos quererlo mucho y es evidente que es un constituyente de la tribu, y por eso lo trataré adecuadamente, cuidaré de su bienestar, de alimentarlo lo mejor posible, de cuidar su salubridad, de proporcionarle el control físico y mental y la estímulo que necesita para estar sano y sereno…. Pero son animales. Son perros. O gatos. No son mis bebés ni mis hijos. Eso no lo pierdo de pinta”.
Carrasco tiene muy claro que al tratar a un perro como a un pibe “no lo estoy respetando, porque le pones una responsabilidad que no le corresponde”. Sin requisa, es cierto que en algunas cosas, las mascotas -en distinto los perros- son como criaturas: “Necesitan límites y normas, necesitan control físico y mental”, enumera. Un inmovilidad que no se da achuchándolos constantemente ni vistiéndoles con accesorios de marca ni gastando una fortuna en productos de belleza. “Si pensáramos en el bienestar del perro, quizás lo que tendríamos que hacer es, en circunscripción de mimarlo gratis, dedicarle tiempo para hacer suficiente control físico, ponerle límites y normas y comunicarnos de una guisa adecuada con él”.
El 89% de los estadounidenses solteros y el 91% de los que viven en pareja consideran que las mascotas son hijos de hecho
Sin requisa, “esto no está pasando”, asegura. Considera que urge una consejo: “Fíjate que ayer al perro se le trataba con más firmeza: hoy podemos discutir sobre la forma, sabemos que se puede educar de otra guisa, sin zapatillazo ni periodicazo (por fortuna, la educación canina ha innovador mucho), pero ayer había una cosa buena, que el perro era perro y se le trataba como tal”.
Este entendido es muy consciente que se hacían muchas cosas mal: “Pero yo creo que, de alguna guisa, tendríamos que retornar al fondo de ayer —el perro es un animal— pero con la forma de ahora. Con lo que sabemos hoy, en definitiva: que es que se puede educar sin acogerse a la violencia ni al castigo físico…. Y creo que poco similar ocurre con la educación de los niños, donde hemos ido a un extremo en que hoy es el pibe el que pega al padre”.
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