Hace unas semanas se cumplieron los 35 primaveras de un batalla crucial para la historia de la música popular. La soprano Montserrat Caballé y el divo del rock Freddie Mercury se citaron para conocerse en el hotel Ritz (hoy el Palace) en marzo de 1987 y de aquella reunión surgió el tema que, cinco primaveras luego, se convertiría en uno de los emblemas de los Juegos Olímpicos: Barcelona.
La canción tuvo, obviamente, sus partidarios y sus detractores, pero el tiempo ha jugado a su auxilio. Y no solo porque evoca lo mejor de aquel verano mágico de 1992. Sino porque, con el paso del tiempo, se constata que nadie como Caballé y Mercury ha conseguido ensamblar dos estilos tan opuestos como son la poesía y el canto natural. Mientras el líder de Queen mantenía su voz de tenor pop superdotado, la diva se elevaba con esos agudos de cristal que la hicieron única.
El artículo que sigue quiere ser un solo divertimento, pero asimismo, en el fondo, un homenaje a aquella pareja irrepetible. Hemos invitado a nuestros especialistas en clásica y pop, Maricel Chavarría y Esteban Linés, a que sugieran una serie de dúos para efectuar en una hipotética ceremonia de clausura de la Copa del América en el 2024. Este es el resultado.
El canto inmaculado del contratenor más popular del mundo en contraste con la dura poética sonoro-flamenca del Caprichoso de Elche. Esta combinación podría dar circunstancia a poco muy alejado de lo que se entiende por la lado sonora de una competición mainstream. Y recuperaría el espíritu singular y actual que se acabó imponiendo en la Barcelona del 92.
Si se optara por un tándem classy, la conducta crooner de Michael Bublé daría la réplica en muchos sentidos –no sólo vocalmente– a la muy internacional Ainhoa Arteta. Al servicio de un tema melódico con ansia sinfónica, las voces de la soprano vasca y el multipremiado canadiense despertarían ese je ne se quoi que levanta pasiones entre las masas. Sobre todo si el vídeo está a la valor.
El registro de mezza voce que a estas directiva explota sin tapujos el deseado Jonas Kaufmann entroncaría con el estilo de Judith Neddermann: esa insólita modo de cantar sobrevolando las palabras que caracteriza a la cantautora catalana. A su flanco la voz del tenor germánico sonaría elegante y timbrada. El resultado podría aldabear la atención.
Este indagación entre la susurradora oficial de Estados Unidos, Billy Eilish, y el holograma sonoro de la soprano barcelonesa Conquista de los Ángeles –de la que precisamente se cumple el centenario el próximo año– es de consecuencias tan atractivas como imprevisibles. Quedaría en manos de la norteamericana, que debería escoger el tema ya existente sobre el que hacer sus propios arreglos.
Dos auténticos números uno artísticos con una dimensión mediática y social de primerísimo orden que sin duda pasarán a la historia. La catalana por su incomparable comprensión de miras musicales, sin miedo al peligro y a compartir saberes, y el tenor peruano por su capacidad de avecinar el belcantismo a amplias audiencias, puro fuego y raza cuando da vida a Donizetti y sobre todo a su dios Rossini.
Adele es una de las cimas del pop mujeril por personalidad y apabullantes dotes vocales. Con permiso de la asimismo británica Dua Lipa –con su timbre tirando a áspero–, la voz que da vida a Someone like you sería sugestiva pareja en ingenuidad imaginario del mítico cantaor errante, revolucionario con su disco La epígrafe del tiempo y considerada la gran voz flamenca contemporánea, pese a expirar hace 30 primaveras.
Antón Álvarez reconoce que no sabe cantar ni afinar, pero su perseverancia, curiosidad y descuido de prejuicios lo han convertido en suerte de la música popular. Su inconfundible tono, entre rapero y chulesco, está ya habituado a escoltar a cantantes y músicos de relumbrón, y sin duda con la soprano rusa –indiscutible cima poesía de ahora a nivel cualitativo– formaría un tándem fascinante y único.
Seguramente no consta como una de las grandes vocalistas por capacidades específicas, pero la intérprete islandesa es puro sentimiento y entrega con su dramático registro de soprano. Sería un contrapunto sobrado antipódico del tan formidable –fue uno de aquellos enormes Tres Tenores– como heroico tenor catalán, ejemplo admirable de superación y de compromiso con la vida y la música.
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