El pasado 8 de diciembre, el socialdemócrata Olaf Scholz tomaba posesión como canciller de Alemania al frente de un Gobierno tripartito y el país cerraba la era Merkel. Seis meses posteriormente, Alemania parece un país desnortado, descolocado por las consecuencias de la pugna en Ucrania, con su política económica comprometida, con su suministro energético en peligro y con un libranza radical en su política de defensa y de seguridad.
Uno de los puntales de la política extranjero de Merkel fue su acercamiento a Rusia, dejando en manos de Moscú su dependencia energética. Pese a las advertencias y presiones de EE.UU. para que cambiara su posición, la excanciller siguió confiando en la palabra de Putin. El martes, en su primera
entrevista televisada en medio año,
Merkel insistió en seguir defendiendo su política respecto de Rusia, dijo no hacerse reproches, no compungirse de la respuesta alemana a la anexión rusa de Crimea, y añadió que Europa y Rusia son vecinos que no pueden ignorarse y deben percatar(se) una forma de coexistir, si perfectamente calificó de “crimen” y de “inaceptable y gran error” la invasión rusa de Ucrania.
Las indecisiones y cautelas de Scholz delante la pugna en Ucrania descolocan al país
Esa dependencia alemana del crudo y del gas rusos se ha demostrado ahora funesta. El Gobierno tripartito, pensado por Scholz para salir de la pandemia, implementar la transición energética y digitalizar el país, alcanza los seis meses con un canciller en sus horas más bajas y habiendo protagonizado unos giros en su política extranjero y de defensa impensables hace solo cuatro meses, cuando comenzó la atentado rusa. La pugna ha puesto en cuestión el maniquí financiero tudesco y numerosos sectores industriales no dudan en pelar lo que consideran errores del pasado.
Toda la cimentación política construida por Merkel para surtir una buena relación con Rusia, creyendo por otra parte que ello favorecería una paulatina transformación democrática de ese país, se ha venido debajo. El Ejecutante de socialdemócratas, verdes y liberales ha vivido tensiones por la negativa de Scholz a dirigir armas pesadas a Ucrania, pues el canciller no quiere que Alemania sea una parte activa de la pugna.
Todo lo cual no ha evitado que Berlín haya tenido que hacer un libranza de 180 grados en su geoestrategia. En una audacia histórica, Alemania incrementará el presupuesto de defensa hasta calar al 2% del PIB e invertirá 100.000 millones de euros para modernizar su ejército, muy mal equipado. Y en la crisis energética, se ha manido obligada a sujetar las importaciones de gas ruso aunque no se plantea cerrar totalmente el llave porque la patrimonio alemana, y con ella la europea, se colapsarían.
El liderazgo tudesco en Europa se ha puesto en recelo por los recelos e indecisiones de Scholz para tomar decisiones y dirigir armas a Ucrania, por sus dudas sobre si cerrar o no el gaseoducto Nord Stream 2, por sus cautelas iniciales sobre las sanciones a Rusia, luego superadas. La imagen extranjero de Alemania no pasa por su mejor momento y se le acusa de poseer hecho poco y tarde en la ayuda a Ucrania. Y a escalera interna, se le reprocha a Scholz descuido de determinación y transparencia mientras sus socios de coalición alzan la voz y sus correligionarios del SPD aún no han digerido los radicales cambios impuestos por el canciller correcto a la pugna.
Medios alemanes han coincidido estos días en que “la reputación de Alemania se ha recostado a perder” y en que el canciller no está a la cumbre. La tranquilidad y renuencia en el apoyo a Kyiv, la aprieto desesperada de alternativas energéticas a los hidrocarburos rusos, sus enseres sobre el maniquí financiero y los cambios históricos en política extranjero y de defensa son ejemplos de una Alemania descolocada. Un país que indagación un nuevo rumbo para sortear los graves obstáculos derivados en parte de sus políticas pasadas en torno a Rusia y de una descuido de liderazgo para tomar el timón y afrontar los retos con audacia.
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