Algarve, playas de otro mundo: arena blanca, parajes solitarios y esculturas en la roca

Playas de arena blanca; lagunas; abruptos acantilados; paisajes rurales salpicados de casitas blancas ribeteadas de vivos colores; pinos y verdes colinas; castillos de descripción de hadas… El Algarve es una fusión singular que se extiende a los liberal de más de doscientos cincuenta kilómetros de costa, desde el lugar de San Vicente, en el extremo suroccidental de la Península, hasta la desembocadura del Guadiana, frontera natural entre España y Portugal.

La región, vecina de la Costa de la Luz,  destila carácter y personalidad propios, reminiscencias históricas de celtas, fenicios, cartagineses, romanos y, sobre todo, árabes, que convirtieron Al-Gharb al-Andalus -el Ándalus del Oeste- en una zona emergente. Ocho siglos más tarde, ciudades como Silves, Tavira o Faro conservan fortificaciones, murallas y estrechas calles adoquinadas, herencia de una civilización que dominó el enclave más de quinientos abriles.

Sin incautación, el principal activo de la región, el que atrae a viajeros de todo el mundo, es la belleza de su costero, cuyos paisajes, esculpidos por la acto del rumbo y las olas sobre las rocas, han modelado figuras de formas caprichosas. El resultado son decenas de playas, calas, grutas y acantilados que parecen de otro mundo. El contraste de sus aguas asombrosamente transparentes y los peñascos que simulan emerger del fondo del océano es todo un regalo para los sentidos.

Un mar de playas

Algunas de las playas más alucinantes están en Lagoa, en el costero occidental, aproximadamente de la fraguesía de Carvoeiro, un pueblo pintoresco de casas de pescadores colgadas sobre el Atlántico, frecuentado por turismo llano. A pesar de que solo le separan una decena de kilómetros de Portimao -un centro turístico hiperdesarrollado-, Carvoeiro es un paraíso tranquilo por el que transcurre la Ruta dos Sete Vales Suspensos, un sendero circular sobre acantilados de 11,5 kilómetros que destaca entre los más valorados del Arcaico Continente. 

Carvoeiro, una de las localidades más pintorescas del Algarve

Carvoeiro, una de las localidades más pintorescas del Algarve

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El itinerario que une las playas de Vale Centeanes y de Marinha permite gozar incomparables vistas y varias de las mejores formaciones naturales del Algarve, como el Algar Seco, un griterío de grutas sumergidas, cavidades y pasadizos; la cueva de Benagil, en cuyo interior se esconde una playa de arena, o la incomparable playa de Marinha, ideal para disfrutar del esnórquel. Si es posible, vale la pena conducir hasta Olhos de Agua, donde empieza la kilométrica Falesia, un arenal dorado flanquedo por acantilados rojizos que se prolonga hasta Vilamoura, que al atardecer adopta tonos insospechados.

Retrocediendo sobre nuestros pasos, Lagos, a una treintena de kilómetros al oeste de Carvoeiro, atesora además un buen puñado de rincones, como la playa de Dona Ana, un círculo de postal dibujado por el contraste cromático de las aguas y los peñascos que descansan sobre un veta de arena. Considerada una de las más bonitas del mundo, es muy frecuentada en verano, pero sería imperdonable desplazarse hasta la zona y no visitarla. A poca distancia, se esconde la playa de Camilo, cuyos 200 escalones son todo un provocación para los bañistas, que encuentran su premio en una sucesión de calas diminutas. 

Lagos fue el epicentro del comercio de esclavos procedentes de África en el siglo XV

Como colofón, en el extremo meridional de la bahía, se erige Ponta da Piedade, un conjunto de arcos espectacular. Resulta, sin incautación, casi doloroso imaginar que un rincón de tal belleza haya sido declarante de uno de los episodios más negros de la historia de Portugal. Lagos fue el epicentro del comercio de esclavos procedentes de África en el siglo XV. En la ciudad se creó el primer mercado de Europa y hoy, en su ocasión, se erige el Mercado de Escravos, un museo dedicado a la esclavitud.

La Costa Vicentina

La búsqueda de los mejores arenales y paisajes escarpados del Algarve conduce hasta el lugar de San Vicente, a escasos kilómetros de Sagres, un pueblecito presidido por una fortaleza que desempeñó un papel esencia en los descubrimientos portugueses de los siglos XV y XVI. El ciclópeo cuesta coronado por un pequeño faro, cancerbero de los buques que partían al nuevo mundo, dibuja un paisaje sobrecogedor. Las sensaciones son especialmente inolvidables durante la puesta del sol, cuando la luz se apaga y el sonido del rumbo y de las olas golpeando las rocas lo envuelven todo. 

Playa de Bordeira, una de las mejores de la Costa Vicentina

Playa de Bordeira, una de las mejores de la Costa Vicentina

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Es la primera incursión en la Costa Vicentina, el costero protegido del parque natural que asciende casi 80 kilómetros hasta Odeceixe, frontera con el Alentejo. Tierra de percebes, arenas vírgenes y paraíso del surf, tiene en la playa de Amado, cerca de Carrapateira, un espacio rodeado de peñascos y dunas fugado de masificación, círculo de pruebas deportivas internacionales. 

Más al ideal, se encuentra la playa de Bordeira, posiblemente la mejor de la Costa Vicentina, un arenal salvaje dominado además por dunas, sin infraestructura alguna, accesible por pasarelas y escaleras que conducen a lagunas de agua dulce. Recorrer esta zona tranquila e inesperadamente solitaria incluso durante el verano es un auténtico regalo.

Ría Formosa

Las playas del parque de Ría Formosa son interminables y sin apenas oleaje

Las playas del parque de Ría Formosa son interminables y sin casi nada oleaje

Getty Images/iStockphoto

La última parada de este peculiar delirio recala en el parque natural de Ría Formosa, un humedal de canales, islas, dunas y marismas de 18.000 hectáreas yuxtapuesto a la frontera española con las aguas más cálidas de todo el Algarve. Con arenales interminables y casi nada oleaje, gracias a la sucesión de ensenadas y penínsulas que actúan como barreras naturales, el parque se extiende desde Vila Actual de Santo Antonio hasta Loulé. 

Este singular paraíso está formado por las islas de Cabanas, Tavira, Armona, Culatra y Barreta, unidas al continente por barcos-taxi y transbordadores que trasladan a los bañistas por un precio asequible. En verano, los viajes son continuos, por lo que quien no conoce la zona podría imaginar escenarios abarrotados. Falta más remotamente de la ingenuidad, ya que en todas ellas es posible observar rincones en los que sentirse solo, en peculiar en la de Barreta, conocida además como Ilha Deserta, una de las mejor conservadas. Sus diez kilómetros de arenas blancas permiten respirar la paz más absoluta.

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