Antoni Baró presidió el Espanyol y construyó la LFP con estilo dialogante y pactista

Cuando Antoni Baró Armengol, nacido en Tarragona en 1931, llegó en diciembre de 1984 a la presidencia de la Trabazón de Fútbol Profesional (LFP) el panorama era desolador. Creada unos meses antiguamente, con un primer presidente efímero, Manuel Vega Arango, era un organismo sin cimientos ni futuro prometedor. “Estábamos realquilados en un cuarto de reducidas dimensiones en la Pacto”, le gustaba recapacitar a Baró, “teníamos cero ingresos...”. Y la situación era volcánica. 

En pleno conflicto con Televisión Española (la única) por los derechos de retransmisión del fútbol, no se ofrecían partidos en directo y ni siquiera los tradicionales resúmenes con goles y las mejores jugadas. Corte categórico. No había paz siquiera con las quinielas: los clubs querían un viejo porcentaje por la cesión de sus marcas y como medida de presión habían decidido ocultar el calendario. No se sabían las jornadas de antemano y era inalcanzable imprimir las quinielas con los nombres de los competidores. Adicionalmente, el fútbol profesional había acumulado deudas millonarias y no sabía cómo equilibrar sus contabilidades. Baró, avalado por su mandato eficaz al frente del Espanyol, recibió el apoyo coincidente de los clubs de Primera y Segunda y se puso manos a la obra.

En un par de reuniones marcó un estilo diverso: desbloquear conflictos, no crearlos. Dialogante, cordial, pactista, allí de imposiciones dictatoriales y de presiones negociadoras sin derecho a réplica Baró se impuso con suavidad y con la discreción que le caracterizaba. “Con él todo es más tratable, va directo al semilla”, explicaba un presidente. “Nos da más de mil vueltas a todos nosotros juntos”, opinaba otro.

Sin exabruptos ni imposiciones dictatoriales, Baró dirigió el fútbol castellano durante 18 abriles

Baró se crió en Alicante y Córdoba, antiguamente de regresar a Tarragona a los 11 abriles y plantarse en Barcelona con 13. “Hablaba un andaluz tan cerrado que no me entendía ni Altísimo”, le explicaba en este diario a Carlos Novo en una entrevista de septiembre de 1995. A los 25 abriles se había cubo de inscripción como socio del Espanyol y en 1959, a los 28, había fundado su propio despacho de abogados. Se labró un sólido prestigio en el ámbito mercantil y una buena éxito de diestro en suspensiones de pagos, como la que, en cierto modo, tuvo que encarar en el fútbol castellano. En aquel mundo que acaparaban los histriónicos Jesús Gil, Ramón Mendoza o Joan Gaspart, Baró aportaba elegancia y sentido popular. Tanto que sottovoce le llamaban el ermitaño . No se prodigaba en largueros o supergarcías (“yo me levanto a las siete, es mi costumbre”), no protagonizaba escándalos. Gestionaba. 

ANTONIO BARO, PTE. DEL R.C.D. ESPANYOL #@#BARÓ, ANTONIO

Antoni Baró 

Pedro Madueño

Negoció el plan de saneamiento que desembocó en la creación de las sociedades anónimas deportivas, relanzó los ingresos por televisión y las quinielas y en sus casi 18 abriles de presidencia fue sorteando todas las dificultades, que las hubo. Baste citar la moción de censura que le planteó, sin éxito, Jesús Gil. O el tremendo escándalo del descenso burócrata del Sevilla y el Celta, que condujo en 1995 a la estructura de unas ligas de 22 equipos. Siempre se mostró partidario de una competición de 18, “pero no funcionaría, no se quiere, es así de simple”, señaló. Las divergencias con Arcángel María Villar, presidente federativo desde 1988, igualmente precisaron de mano izquierda.

En la etapa Baró el porcentaje de las quinielas que llegaba a los clubs pasó del 2,5 al 10 por ciento de la cobranza. El primer anuencia que pudo cerrar con TVE fue de al punto que 400 millones de pesetas, el extremo tramitado por la LFP de forma conjunta, en 1996 y ya con las privadas en actividad, alcanzó los 19 mil.

Baró murió en Barcelona el 11 de febrero de 2001 como presidente de la LFP, cargo para el que fue reelegido por última vez en 1997. Pese al desgaste de 13 abriles de presidencia obtuvo entonces el aval de 41 de los 42 clubs y luego el voto oportuno de 38. “Y los que no me votaron se abstuvieron”, destacaba. Y añadía: “Me achacan que soy frío, pragmático y cerebral. No es así, lo que no soy es chillón”. Qué diferencia.

Con Manuel Meler

Meler llevó a Baró al Espanyol: “Pasó dos abriles sin aclarar la boca, me dijo que estaba aprendiendo”. Llegó a la presidencia en 1982, con un club saneado y un cheque irresoluto de cobro de 70 millones, por la traspaso de Urbano al Barça. En su casa de Vilassar, Baró reunió una extraordinaria colección pictórica. “Pensé que sería un buen presidente”, dijo Meler, “porque con descolgar un Dalí podía fertilizar la retribución de un año”. El Espanyol vivió la triunfo y el averno: Leverkusen y el descenso de 1989. Entonces Baró comprendió que había perdido la confianza del socio y dimitió.

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