Los cubitos o pastillas de caldo concentrado son uno de los alimentos procesados con longevo pasado, ya que han superado los cien primaveras de existencia. A España llegaron poco más tarde, allá a mediados del siglo XX. Y aunque desde entonces han cambiado un poco en la forma y la función, "sí es considerable la diferencia entre la cantidad de proteína animal o vegetal que tenían en los primeros primaveras y la flagrante", afirma Lluís Riera, tecnólogo de los alimentos.
Aconseja a los consumidores consultar siempre las etiquetas de los productos alimenticios, especialmente si se tienen dudas sobre qué ingredientes y aditivos contienen. “Hay que conocer que el orden en que aparecen descritos indica la proporción de cada uno de ellos de más a menos”, añade Riera.
Mucha sal y poco pollo
Así, es significativo que en el caso de las pastillas de caldo de la marca más popular en España (y en otras igualmente), la sal encabeza la cinta. A continuación aparece el glutamato monosódico, apresto de maíz, grasa de palma y en botellín circunscripción el pollo de corral, con un 5% del total. “Es poco sí, pero poco hay, ya que si se vende como caldo de pollo, carne, pescado o cualquier otro producto, la ley obliga a que tenga ese alimento. Aunque sin especificar demasiado en qué cantidad”, añade.
La sal es el ingrediente más mucho en la mayoría de pastillas de caldo
No hay que apelar a este producto si se buscan propiedades nutritivas, porque son más adecuadamente escasas. Su función principal es potenciar el sabor de los platos o hacer una sopa para salir del paso cuando no se tiene demasiado tiempo para cocinar un buen caldo.
Ciencia en la cocina
El mejora de este producto fue posible cuando los científicos descubrieron qué utensilios alimenticios eran básicos para la supervivencia del ser humano. Llegaron a la conclusión de que eran de suma importancia las proteínas y la creatina, esencia para la musculatura.
Pastillas de caldo de verduras
A partir de esos descubrimientos, el químico germánico Justus von Liebeg desarrolló en 1840 un extracto claro de carne que podía utilizarse para cocinar. No era muy práctico entonces, ni siquiera asequible para la mayoría de familias, de ahí que siguieran experimentando hasta dar con el formato de pastillas, que se pusieron a la saldo en los primeros primaveras del siglo XX. Una división luego ya había hasta diez marcas en el mercado, especialmente el inglés y el germánico.
Otras fuentes aseguran que el invento hay que atribuírselo al francés Nicolas Appert, que lo propuso para atestar de alimento a las tropas napoleónicas. Lo más probable es que cada uno de ellos contribuyera de alguna modo a hacerlo posible.
El faso mito de las uñas
A España tardó un poco más en alcanzar, ya que fue en los primaveras 40 y de la mano de una marca catalana, muy popular todavía en el mercado. El concepto es más o menos el mismo. “Lo que seguro que ha cambiado es la cantidad de cada ingrediente. Si se compara una calificativo de aquellos inicios con una flagrante, destaca un porcentaje conveniente longevo de los que deberían ser principales, es afirmar el pollo, la carne y las verduras”.
La historia -o quizás sea solo leyenda- cuenta que en aquellos tiempos era la propia esposa y cofundadora de la marca quien cocinaba el caldo que luego sería deshidratado y convertido en las famosas pastillas. “Con el paso de los primaveras han ido aumentando los saborizantes, conservantes y otros aditivos”, explica Lluís Riera. Pero, puntualiza el tecnólogo de los alimentos, “hay que desmentir el mito que aparece de vez en cuando de que en su fabricación se usen las uñas, plumas o pelos de los animales. La industria agroalimentaria está muy controlada y sería inviable”.
La conclusión es que no es un producto muy recomendable desde el punto de tino de la vigor. Ya de entrada, un caldo preparado con un cubito diluido en medio litro de agua aporta 1.100 gramos de sal, que viene a ser la porción de la dosis diaria que se considera saludable para un adulto. Y no hablemos del glutamato o del grasa de palma, con un 7% de mugre saturada, que son unos productos de los más cuestionados.
Falta como el caldo casero
"Ahora adecuadamente, hay que valorar que al final, si se utiliza una pastilla de caldo para añadir sabor a un cocinado para varias personas, va a terminar muy diluida", puntualiza Riera. Y esos 1.100 gramos de sal se repartirán entre todos los comensales, por lo que su impacto es mucho menos significativo.
Caldo de pollo y verduras
Lo que no conviene es usarlo cada día y en todo lo que se cocine. Porque adicionalmente se debe tener en cuenta que igualmente suele utilizarse en los restaurantes en cantidades que desconocemos y resulta ficticio controlar lo que se ha consumido a lo prolongado del día si se come fuera de casa. Así que la recomendación es obviarlo en la dieta si se pretende que esta sea de lo más sana y, si se emplea asiduamente, hacerlo con precaución.
Riera explica que existen otras alternativas en el mercado, “como los cubitos que suelen venderse en tiendas eco, con menos sal y aditivos”. Igualmente los caldos líquidos preparados en ollas de cocción lenta a partir de huesos y retales de carne que no se ponen a la saldo, o los llamados oscuros, cada vez más presentes, elaborados a partir de costillas, huesos de pollo y otras carnes cocinadas al horno antaño de ponerlas a hervir en agua.
Estos son cada vez más consumidos porque, entre otras cosas, permiten beneficiarse partes de los animales que, de otra modo, se desecharían. “Pero la opción más saludable y rica, si es que se tiene tiempo, es preparar una buena cantidad de caldo concentrado en casa y congelarlo en cubitos para utilizarlo cuando convenga”, concluye el hábil.
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