Julio Jiménez, de profesión, escalador

El regalo casual de una bici cuando ya tenía 17 abriles cambió la vida de Julio Jiménez y lo apartó de su ocupación en una relojería que tenía su primo en Ávila para encaminarlo cerca de las grandes cumbres montañosas. Fue un imponente escalador, tres veces campeón de la montaña del Tour (1965, 66 y 67) y otras tres en la Dorso (1963, 64 y 65) cuando este premio no se amarraba esprintando en cotas de tercera.

Entre 1959 y 1969, sus abriles de longevo esplendor, disputó 14 grandes vueltas. Las acabó todas y se adjudicó 12 etapas de boato: tres en la Dorso a España, cuatro en el Letra de Italia y mínimo menos que cinco en el Tour de Francia, marca solo superada entre los españoles por Indurain, Ocaña y Bahamontes. Y eso que Jiménez no debutó en la ronda francesa hasta 1964, con casi 30 abriles, pero tuvo tiempo de alcanzar un excelente segundo puesto (1967) y de retener etapas de imborrable presente, especialmente la que en 1964 finalizó en la cumbre del Puy de Dôme, un día que ha pasado a la historia por la batalla hombro contra hombro de Jacques Anquetil y Raymond Poulidor. Pero quien ganó ese día fue él, el relojero de Ávila , como le distinguieron en su carrera ciclista. La simple relación de sus otras cuatro victorias en el Tour, en Andorra, Bagnères de Bigorre, Aix-les-Bains y Briançon, certifican su carnet de escalador de raza, tanto en los Pirineos como en los Alpes.

Entre 1959 y 1969, sus abriles de longevo esplendor, disputó 14 grandes vueltas; las acabó todas

Los primeros éxitos destacados los anotó Jiménez en la Volta a Catalunya, con la etapa que conquistó en 1960, en Puigcerdà, y la de 1962, en Argentona. Fue Anquetil en persona quien quiso luego incorporarlo a su equipo y tras tener lugar por el Faema y el Kas recaló en el Ford-France y después en el Bic. Julio Jiménez tuvo al talento el Letra de Italia de 1966, cuando se hallaba en el mejor momento de su carrera. Se apoderó de la maglia rosa en la segunda etapa, una etapa de al punto que 60 kilómetros con tres puertos y final en parada, y mantuvo el liderato hasta la decimotercera, una contrarreloj de 46 kilómetros en Parma. Abriles más tarde reconocería que equivocó la organización: “Anquetil me recomendó que cediera la maglia rosa, que trabajaran otros equipos y ya la recuperaría. No le hice caso y me arrepentí, por eso perdí la carrera”.

Julio Jiménez, a diferencia de muchos de sus coetáneos en el ciclismo gachupin de la época, no siempre solía discurrir sus malos días con argumentos peregrinos ni veía fantasmas en todas las actuaciones de sus compañeros de equipo.

Fue un deportista amable y rajado a memorar los pasajes de su carrera con añoranza, pero con un punto de examen imparcial. Así, sobre el Tour de 1964 recordaba la gran etapa pirenaica del 8 de julio, de Luchon a Pau con el círculo de la asesinato incluido: Peyresourde, Aspin, Tourmalet y Soulor-Aubisque. Se escapó con Bahamontes, pues uno y otro luchaban por el premio de la montaña. Por el Tourmalet llevaban más de 7 minutos de superioridad, pero Julito pasó un mal momento “y Bahamontes no quiso esperarme, se fue solo. Si llegamos a colaborar ese día él habría ganadería el Tour. Pero al ir solo no consiguió toda la renta necesaria, no lo ganó por egoísta...”.

Julio Jiménez falleció a los 87 abriles al no poder pasar las heridas sufridas en un siniestro de circulación, el pasado martes a mediodía en las calles de Ávila. El transporte, que no conducía él y en el que viajaban otras dos personas de vida descubierta, chocó contra un tapia, al parecer por un error en la utilización del cambio inconsciente, cuando salían de un artesa de vehículos que regenta otro exciclista de auge, Querubín Regato. La asesinato del gran escalador ha sido especialmente llorada en Ávila, donde una calle lleva su nombre, la Cuesta de Julio Jiménez. Allí se decretaron dos días de aflicción oficial y se instaló una capilla exaltado en un edificio simbólico de la haber avilés.

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