No ayuda a conciliar el sueño durante las largas noches noruegas de luz cegadora. Pero el cuadro colgado en la habitación del hotel Radisson Blu de Trondheim –un retrato de una chica de larga mata de pelo que no parece advertir la presencia de un hongo nuclear que se perfila detrás– puede resumir el dilema que afronta Noruega y el mundo impasible en un momento de peligrosa tensión geopolítica y subida marcial.
Parte de la OTAN desde 1949, Noruega es el país más táctico del Ártico europeo, un partidario secreto de Estados Unidos y la OTAN. Ya reforzada por el probable ingreso de Finlandia y Suecia, la Alianza Atlántica pretende elevar su presencia marcial en el ideal de Europa desde el Ártico al Báltico con el objetivo de disuadir a Rusia de una acometida marcial.
Pero Noruega entiende muy perfectamente, tras la experiencia de la primera disputa fría, que la disuasión fácilmente puede ser interpretada como amenaza. El resultado: una carrera armamentística en entreambos lados de la frontera.
Este llamado “dilema de seguridad” es un quebradero de cabecera para el gobierno del socialista de Jonas Store, favorito el año pasado, cuyos mejores instintos de apañarse fórmulas de cohabitación con Rusia saltaron por los aires el pasado 24 de febrero con la invasión de Ucrania. Se juega mucho en Noruega. La flota del ideal rusa, con una cincuentena de submarinos equipados con misiles balísticos intercontinentales, más de la centro del astillero ruso de las cabezas nucleares de amplio valor, tiene almohadilla en la península de Kola, al otro banda de la frontera con Noruega. Proteger el entrada de estos submarinos al Atlántico “siempre ha sido la piedra angular de la política de seguridad rusa”, explica Kristian Atland, del instituto de investigación sobre la defensa, en Oslo.
Oslo conoce el aventura de que la disuasión sea panorama como una amenaza al igual que en la primera disputa fría
Por eso, cuando se empieza a cuchichear de la creación de un ámbito A2/AD de la OTAN en el Ártico y el Báltico para prohibir el entrada a las fuerzas militares rusas, saltan las alarmas en Múrmansk, el táctico puerto ruso a solo 160 kilómetros de Noruega. Por su parte Rusia, ha intentado establecer el control de aguas profundas entre la Noruega continental y el archipiélago noruego de Svalbard mediante submarinos de tecnología punta.
Noruega siempre ha sido un miembro muy discreto de la Alianza Atlántica. No ha permitido bases estadounidenses en su zona ni armas nucleares. Ha realizado grandes esfuerzos diplomáticos para alcanzar acuerdos de cooperación, en áreas como defensa costera y derechos de pesca. Pero, tal y como se ve en Trondheim –en un fiordo de Noruega central, a 1.500 kilómetros al sur de la frontera con Rusia y 500 de Oslo– la ingenuidad de fondo, cada vez más, es otra.
Detrás del aeropuerto de Vaernes, un rótulo se asoma de entre un bosque de pinos: HELL. Es una afecto para el turismo de crucero por su nombre infernal en inglés. Ya no hay chiste que no sea indignado en la frontera entre Oeste y Rusia. Subiendo la carretera a través de una serie de avisos sobre el peligro de atropello de peatones y niños, se entra en un perímetro marcial, con un campo tiro del ejército noruego. Falta para alarmarse. Pero debajo, en las entrañas de la montaña, se encuentra la llamamiento cueva de Friigard, un centro de almacenamiento para los marines estadounidenses
Cientos de vehículos de transporte marcial, cargadores de armas y blindados Humvee se guardan en la cueva, suficientes para transportar a 15.000 marines en caso de que estallara una disputa en la región. El depósito subterráneo data de 1981. Perdió relevancia tras el fin de la disputa fría. Ahora se considera esencial para “compendiar el tiempo de reacción en caso de una crisis en la frontera”, explica Karsten Friis, del instituto noruego de asuntos internacionales (NUPI), en Oslo.
La paulatina militarización del Ártico alimenta el peligro de una contienda nuclear
Cinco instalaciones subterráneas más se extienden a través de 80 kilómetros cuadrados subterráneos en diversas localidades en Noruega, algunos con depósitos de artillería, vehículos anfibios de asalto y vehículos de trasporte de armas. Otras, como la de Olavsvern, la almohadilla naval noruega en el extremo ideal, sirven para que los submarinos nucleares estadounidenses y británicos puedan atracar en las dársenas subterráneas. La ultima instalación bajo tierra es un hospital naval situado en una cueva en la bahía de Bogen.
El rearme en nombre de la disuasión es leve asimismo. A dos horas de Trondheim, la almohadilla de Evenes servirá para 52 cazabombarderos F-35 de fabricación estadounidense que complementarán los 64 adquiridos el año pasado por Finlandia. Al mismo tiempo, la OTAN ha montado una tiempo de radar en la isla de Vardoya, en el mar de Barents, para hacer seguimiento de las maniobras aéreas y navales rusas procedentes de Múrmansk.
Todo esto, según la OTAN, es la respuesta occidental a la militarización de la península de Kola, tras la expansión de la almohadilla de submarinos en Gadzhiyevo, y nuevos búnkeres de armamentos en la bahía de Okolnaya, así como la modernización de la almohadilla aérea en Severomorsk. La método de esta carrera armamentística –como resume la guía estadounidense Heather Conley– es que “el país que controle el Ártico controla el mundo”. El deshielo de parte del Ártico ha intensificado la actividad marcial, a la vez que genera una longevo sensación de vulnerabilidad en Rusia, ya que los buques de la OTAN podrán advenir por zonas ayer heladas en su larga frontera al ideal.
Los 900 marines destinados a Trondheim durante la compañía de Donald Trump se han retirado conforme se opta por otro modo de interpretación en la OTAN. Los marines y otros miles de tropas de la OTAN se desplazan con frecuencia a Noruega desde otras bases para participar en enormes simulacros de disputa en la zona del Ártico. En septiembre del 2018 el control Trident Juncture movilizó a 50.000 soldados. La operación Ocean Shield se organizó en el 2019, y ahora, en plena disputa en Ucrania, se acaba de terminar la operación Cold Response, con 30.000 tropas.
Noruega rehabilita bases militares subterráneas que entraron en desuso tras la caída del pared
“Desde el 2018 hemos trillado un aumento de actividad marcial en Noruega y ahora el ministro de defensa señala que habrá más”, dice Andreas Osthagen, analista geopolítico noruego, por teléfono desde Washington. “Antaño hubo un debate doméstico sobre la presencia estadounidense pero desde el 24 de febrero esto se ha tirado por la ventana”.
Noruega siempre había buscado un punto de invariabilidad entre la disuasión marcial y la diplomacia en su respuesta al dilema de seguridad. Pero desde la invasión rusa de Crimea en el 2014 “la disuasión marcial ya empieza a ser la única política”, dice Atland, del NUPI. Ahora con toda seguridad pasará lo mismo con Finlandia y Suecia,
Este cambio se aplaude en el Pentágono. “Aquí en Washington se ve a Noruega como un socio crucial, ya que los submarinos rusos con miles de cabezas nucleares que pueden amenazar Nueva York o Washington están amoldonado al banda”, afirma Osthagen.
Pero la envite por la disuasión como única política está generando una helicoidal de militarización en la que las profecías de catástrofe crean las condiciones para su propio cumplimento. “Espero que me equivoque pero hay una disputa en camino”, anunció el cabecilla de los marines , el caudillo Robert Neller, cuando visitó las cuevas de Trondheim en el 2017.
Desde la invasión de Crimea, Oslo ha optado por el refuerzo marcial más que por su templanza tradicional
“Todos coinciden ya en que el asaltante es Rusia”, dice Julie Wilhelmsen, experta en política rusa del NUPI. Pero “en Rusia se percibe asimismo que Oeste es una amenaza y los ejercicios militares de la OTAN respaldan esa sospecha (…) La disuasión con armas es una forma simplista y peligrosa de contestar a Rusia”, explica. Con la incorporación de Finlandia y Suecia, la helicoidal se intensificará. “Rusia probablemente se verá forzada a elevar su presencia a lo amplio de la frontera finlandesa porque es donde se encuentra el ferrocarril por el que se abastece Múrmansk”, dice Atland.
Ahí esta el motivo por el cual aquel cuadro en la habitación del Radisson Blu quita el sueño. Para Rusia, “la posibilidad de disuadir de un ataque nuclear depende de su capacidad para defender su fortaleza naval en Múrmansk”, explica Michael Klare, versado en geopolítica de Hampshire College, en Estados Unidos. Por eso, la militarización del Ártico –plasmada en los grandes ejercicios militares de la OTAN– “eleva hasta un nuevo nivel la posibilidad de un conflicto entre grandes potencias que podría matar en un intercambio nuclear”, advierte Klare.
Por eso es urgente que países como Noruega y Finlandia vuelvan a políticas diseñadas para no provocar, dice Jo Jakobsen, de la Universidad de Ciencia y Tecnología en Trondheim. “La helicoidal ya esta en marcha . Si se mantiene esta política intransigente de disuasión agresiva acabará arrastrando la región alrededor de poco mucho mas reservado que la disputa en Ucrania”, dice. “Noruega y Finlandia tienen que seguir apostando por la otra pata del dilema de seguridad: la tranquilización ”.
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