Los responsables de los chiringuitos de las playas de Barcelona están indignados. El Comunidad ha interpretado de guisa sui géneris cómo ha de celebrarse la verbena de Sant Joan en estos establecimientos y ha traspasado la ringlera del insensato. Ya no es solo la imposición de unos horarios que no parecen los más adecuados para una confusión como esta –los clientes deberán dejar los locales no más tarde las 3.30 de la amanecer– sino el hecho de empujar a que los asistentes a la velada permanezcan poco menos que amarrados a sus sillas, sin poder trenzar. La esencia de la verbena dinamitada por una filial que no se muestra tan diligente a la hora de frenar las muestras de incivismo que se producen cada confusión en otros puntos de la ciudad. La situación resulta aún más surrealista cuando uno se imagina lo que sucederá preciso al costado de los chiringuitos, en la playa, donde miles de personas se reunirán para celebrar el solsticio de verano sin cortarse lo más imperceptible. Y hasta las seis de la mañana, hora en la que comenzará la operación pureza de los arenales.
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