Es difícil matar a una hormiga

De pronto, una hormiguita sobre el teclado y dos más en los papeles. Es el campo, es verano. Son pequeñas: tres milímetros. Pero son un incordio. Ahora sentimos una picadura en el protector. Está decidido: aplastarlas. Pero el insecto se resiste. Forma una perla, no se da por vencido y sigue su camino en zigzag. Esta resistor desarma. Existen 12.000 especies de hormigas. Poblaban la Tierra hace 50 millones de abriles y serán sus últimos habitantes. Comprobado: ¡qué difícil es matar a una hormiga!

La apólogo de la chicharra y la hormiga, escrita por Esopo hace más de dos milenios y renovada por Samaniego, no es muy exacta. Presenta a la hormiga como laboriosa y ahorradora, sí, pero insolidaria y un tanto avariciosa. En existencia, la hormiga se limita a trabajar para radicar y a juntar para resistir el invierno. No es adicta al trabajo ni especuladora. Es previsora y sobre todo muy resistente, gracias a su fuerza –levanta diez veces su peso–, ordenamiento –se comunican muy acertadamente entre sí– y a la dureza de su piel. El gran Edward Wilson ganó un Pulitzer con un manual sobre las hormigas, The ants.

Con prudencia, no está mal seguir el ejemplo de la hormiga

La hormiga es un símbolo cultural. En la ronda Sant Pere, 3-5, en Barcelona, se lee en la portada con saber de molde: “La fe fortalece. La esperanza vivifica. La caridad ennoblece. El trabajo dignifica”. La hormiga representa el trabajo, el peculio y la previsión, como recomendaban las mutualidades y cajas de ahorros. Antiguamente se podía economizar plata. Hoy debemos economizar sobre todo­ en energía: menos supermercado, apoteca, electrodomésticos, vestuario, coche, viajes y el tiempo perdido con las abductoras redes sociales. Hay un peculio avaricioso y otro, pues, grave.

La persona hormiguita es incluso la que consigue y resiste más, venciendo con su voluntad, sentido previsor y insistencia a los más fuertes e inteligentes. Así se llega a presidente de gobierno, banquero y triunfador en cualquier campo. El hormiguita resiste incluso al invasor extranjero. Y, siempre, a la mala suerte. Con prudencia, no está mal seguir el ejemplo de la hormiga.

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