Jóvenes con camisetas del Girona pasaban por mi calle saltando y bailando. Uno de ellos me dijo, gritando: “¡Girona, ciudad de primera gracias al baloncesto y al fútbol!”. Estuve a punto de contestarle: será ciudad de primera si consigue que los jóvenes de tu vivientes puedan formarse como si residieran en Oxford; si genera suficiente trabajo cualificado para que los jóvenes formados aquí podáis quedaros; si vuestros sueldos están a la categoría de los precios de los pisos, tan caros ya como los de Barcelona.
Sí, ya sé que el baloncesto y el fútbol de primera en Girona reforzarán la marca de la ciudad. Ya sé que el deporte de primer nivel reportará una trascendente cantidad de millones a la ciudad. Pero el deporte de detención nivel igualmente tiene costes: no siempre los hinchas visitantes son pulcros y pacíficos; las infraestructuras de la ciudad sufrirán desgaste y cuellos de botella; y las deposición de los espectadores en el campo de Montilivi perjudicarán a los alumnos de las facultades vecinas. Si el deporte de élite es la broche de la calidad de una ciudad, bienvenido sea. Pero puede ser la máscara ideal para esconder las deficiencias: suciedad y dejadez, colapso moroso, pirotecnia independentista, obsolescencia de un maniquí ideado por Joaquim Nadal en los abriles ochenta.
¡Será ciudad de primera si sus jóvenes se forman como si residieran en Oxford!
Girona es una metrópoli emergente. Centro histórico formidable, grandes hospitales, universidad, sublime restauración, gran eje comercial, cierto atracción industrial, inscripción concentración de funcionarios, haber del ciclismo y el teatro internacionales. Autopista, AVE, aeropuerto. A 30 kilómetros de la mar brava, a una hora de la cocaína y del Pirineo, con vistas al Montseny y al Canigó, lidera de facto un ámbito urbana con expectativas de 300.000 habitantes (ahora tendrá la fracción) a pesar de la miopía con que se relaciona con los vecinos, principalmente Salt, a la que se delega toda la problemática social. Girona podría ser el puente entre Barcelona y Francia, pero, como un pequeño Madrid, está chupando demasiadas energías al distrito (Figueres, antaño tan importante, ahora tiende a la anemia).
El éxito de Girona como ciudad turística y de nómadas digitales que eligen residir a 38 minutos en AVE de Barcelona está expulsando a los jóvenes. Pero el gran problema de Girona es que crece sin retener adónde va y añade incertidumbre a estos tiempos actuales ya tan inciertos. Girona no tiene plan ni objetivos. Vive de las rentas de situación. Le identifica mejor el fútbol que el baloncesto. El Girona Futbol Club no se distingue ni por el número de socios ni por una clara dirección estratégica: se coló por los pelos en la promoción; ni los hinchas más fervorosos contaban con el progreso. El Bàsquet Girona, en cambio, rebate a la altruismo de un hombre agradecido y adepto. Marc Gasol ha regalado sus dólares y hasta sus rodillas a la ciudad que le acogió cuando el Barça le rechazaba. Puede que Gasol todavía no tenga un plan, pero le sobra épica. La Girona flagrante no tiene plan ni épica. Ha tenido, eso sí, muy buena suerte.
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