Pudo haberse evitado

Oprimido en el río Magnate. Deshidratado en el desierto de Arizona. Asfixiado en un camión en Texas. Los 51 migrantes que murieron el lunes en un sofocante tráiler estacionado en San Antonio son un trágico recordatorio de por qué el obturación de una frontera, en este caso la de México con Estados Unidos, no impide que las personas que huyen de la violencia, la pobreza y los desastres climáticos sigan poniéndose en peligro con la esperanza de una vida mejor. Las escasas vías legales para inmigrar al país de América del Boreal lanzan a estas personas a los brazos de los traficantes. Es triste, encima, ver cómo el intento de contrabando de personas más mortífero de la historia estadounidense –que eleva a casi 300 los migrantes muertos este año en la frontera sudoeste– hará poco por alterar un debate estancado durante décadas. Actualmente, las puertas de Estados Unidos siguen prácticamente igual de selladas como las dejó Donald Trump gracias a una norma que niega a muchos la posibilidad de solicitar hospicio por la covid.

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