Desde su primera publicación en 1994, el festival de música vanguardia Sónar es una historia de éxito y una relato barcelonesa –como Primavera Sound o Cruïlla– con proyección completo. Este festival se ha definido como una manifestación musical puntera y como una tributo que trasciende su proposición genérica para alcanzar una dimensión social. Inicialmente se distinguió como festival de música electrónica, con gran predicamento entre el bisoño divulgado regional y, asimismo, entre el extranjero, que conforma una parte decisiva de su audiencia. Con estos mimbres ha trenzado una marca barcelonesa con proyección mundial, y réplicas en ciudades como São Paulo, Reikiavik, Tokio o, ahora, Lisboa.
Pero el hallazgo de una fórmula de éxito no garantiza su pervivencia. La mejor guisa de mantenerse es, a menudo, seguir creciendo. Y el mejor procedimiento para lograrlo es interactuando con otras expresiones ciudadanas de probado impacto. Eso es lo que ha hecho el Sónar, tal y como acredita su publicación ya en curso. El Sónar de este año sigue siendo el festival musical reformador, que atrae a divulgado de distintos rincones del mundo. Pero ya no es exclusivamente eso. Hace abriles que el Sónar empezó a interactuar con factores tecnológicos o asociados a las artes plásticas. Pero quizás sea la publicación de este año la que exhibe una decano integración de estas disciplinas y una voluntad de trascender lo musical para convertirse en una celebración en la que se combinan y potencian mutuamente líneas sonoras, tecnológicas y plásticas de última engendramiento.
El festival musical crece, interpretando con herramientas varias la complejidad coetáneo
Conservar una posición actual en cualquier decorado, asimismo en el de los festivales, y hacerlo tantos abriles como lo ha conseguido el Sónar no resulta sencillo. Es necesario reinventarse de continuo: colmar en las líneas de éxito, ser consciente de las vigencias que se producen en distintos ámbitos y proceder a una polinización cruzada, para potenciar cada una de ellas y ganar, adicionalmente, un producto superior.
Esto es, precisamente, lo que nos ofrece el Sónar de este año: espacios de debate de gran extensión, atención en sus ámbitos expositivos a la experimentación y a las obras NFT, preocupación social con el foco en la inteligencia químico o la crisis climática y, en definitiva, confianza en las más dispares manifestaciones culturales como herramientas para interpretar el presente. Empezó como un foro musical, pero ahora el Sónar es un laboratorio donde se aborda con criterios innovadores la complejidad del presente.
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