Vanessa Londoño: "Los gobernantes siempre nos hacen navegar entre la memoria y la desmemoria"

Cerca del río Don Diego y del Caribe existe un puesto llamado Hukuméiji. Un división inexistente pero que según su creadora, la escritora Vanessa Londoño, podría ser “el puesto que el catedrático decida, aunque yo en mi caso imagino cualquier parte de Latinoamérica” y que le sirve no solo como atmósfera sino que, todavía, como principal protagonista de su novelística El asedio animal (Almadía).

“No hay unos personajes construyendo una cronología, sino un división. Todos ellos contribuyen a la geogonia y a trazar un planisferio, que no solo ilumina lo que hay internamente de sus fronteras sino que evidencia todavía todo lo que queda fuera”, explica la autora a La Vanguardia durante una entrevista en la mueble Finestres de Barcelona. Una estructura que, tal y como reconoce la autora, se inspira en Manhattan Transfer, la novelística de John Dos Passos, ya que “me abrió los luceros y me mostró otra forma de contar la ficción”.

Hukuméiji no es un puesto cualquiera. Allí viven cuerpos mutilados y marginados a los que les han impetuoso alguna parte del cuerpo, sus seres queridos o la tierra, pero que aún y así se empeñan en recapacitar sus historias y en contárselas a los lectores para que no caigan en el olvido. "Fantasmas que, aunque transiten en sus propios expresiones, quieren en su mayoría seguir viviendo, y para eso necesitan comunicarse y poder seguir amando, pese a todo”.

Las vivencias de estos habitantes son retazos de historias reales, algunas fragmentarias y otras rehechas, pero la mayoría de ellas violentas, como queda demostrado a lo holgado de las 112 páginas de la novelística. Una violencia de la que resulta prácticamente difícil escapar, ya que “se impone la animalidad para establecer el orden”, señala la escritora colombiana.

“Este ejemplar muestra un claro interés por realizar un entrenamiento cartográfico y ubicar allí una serie de violencias patriarcales”, explica Londoño. Así tenemos a una mujer sin manos que siente que a sus muñones les crecen un par de manos frescas o a una mozo a la que le cortaron la jerigonza como castigo por escaparse antiguamente de ser violada por el líder Hernán Giraldo, quien propone copular con todas las vírgenes de la zona. Un narcotraficante y paramilitar, miembro de las Autodefensas Unidas de Colombia, que todavía hoy vive y que fue conocido por sus mote de ‘El Patrón’, ‘El Taladro’ o ‘El Señor de la Sierra’. “Una clara narración a la miseria de los poderosos”

Vanessa Londoño durante la entrevista

Vanessa Londoño durante la entrevista

César Rangel

Los personajes transitan sus propios expresiones, que se hacen más vivos cuando aparece la calabobos, la gran metáfora. Y es que la memoria aparece con el agua y hay tormentas a cada instante. Pero todavía hay espacio para la sequía y para borrarlo todo. “Un planteamiento con el que pretendo reverberar la tensión con la que vivimos los latinoamericanos constantemente, pues los gobernantes nos hacen navegar entre la memoria y la desmemoria permanentemente. El agua ayuda a recapacitar, pero depende lo intensa que sea, todavía arrastra y residuo todo a su paso”.

Pero, para evitar precisamente eso, Londoño confía ciegamente en el papel de la letras como reconstrucción de la memoria. La novelística se gestó precisamente durante el inicio del Proceso de Paz en Colombia y se terminó, “por circunstancias de la vida, en medio de un tiempo de desmonte clarísimo de este proceso”. Y esto es poco que se acaba reflejando en esta ojeada, y que “lleva a sus personajes a errar infinitamente”.

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