Las vidas de los negros no importan, decimos. Eso es así. Pero añadamos que toda regla tiene una excepción. En este caso escapa a la norma el bruno estadounidense ejecutado a manos de un policía blanco. Ese sí nos ocupa y preocupa de verdad. Tanto que hasta estamos dispuestos a tatuarnos el nombre de Kunta Kinte en el antebrazo y a apuntarnos a una oenegé. Tanta empatía seguramente se explica porque el bruno norteamericano no es el nuestro y encima nos separa de él todo un señor océano.
Pero el bruno sudanés o chadiano, o el de cualquier zona de África, nos importa más aceptablemente poco. Tirando a carencia. Han pasado quince días de la matanza de Nador y toda esa piel oscura masacrada en la valla de Melilla no alcanza ya escasamente la categoría de un conmemoración. Era más dócil ridiculizar el tapia inalcanzable de Donald Trump que al rey de Marruecos que nos cuidado la frontera apilando y hacinando de cualquier guisa a los negros malheridos hasta que echan el posterior suspiro por equivocación de atención médica. Como si fueran animales. Hato sudanés o chadiano. Y como tal sacrificado en el matadero.
Dos semanas son suficientes para escribir en frío sobre la tragedia. Para recordarse a uno mismo que la cuestión fronteriza no es dócil de resolver. Igualmente para seguir comprendiendo que a aquel que está dispuesto a todo para alcanzar su objetivo, incluso a comportarse violentamente, no se le para entregándole un ramo de flores y un folleto que le recuerde que no puede cruzar ilegalmente a Europa. Hay que utilizar medios más coercitivos y es cierto hacerlo.
Medio mes da para mucho, sí. Igualmente para repasar la composición de los parlamentos de los distintos estados de la Unión Europea y comprobar que el inmigrante escueto es una de las causas de la radicalización de la dietario política del continente y del resurgir de los extremismos. Y que luego resulta ya inviable por inconveniente –indemne que queramos engrosar todavía más el problema– una política de puertas abiertas para con la inmigración.
Porque la inmigración ilegal solo alimenta alas mafias y al submundo de la precariedad
Que la aspiración mediano no puede ser otra que la de localizar la presentación de nuevos migrantes y siempre a través
de mecanismos que respeten la justicia para desincentivar los intentos de venirse aquí de cualquier guisa. Porque la inmigración ilegal solo alimenta a las mafias y al submundo de la precariedad, sobrecargando encima los ya apurados y siempre escasos servicios sociales. Igualmente impide que el sacrificio del que abandona su país en sondeo de una vida mejor se convierta en una oportunidad. En zona de eso se metamorfosea en una condena de invisibilidad, clandestinidad, miseria y en el peor de los casos delincuencia.
Sí. Europa es y será cada vez más una fortaleza. Agujereada como un gruyère, pero fortaleza. No hay alternativa a eso. Porque haya sitio o no, hemos decidido que no los queremos a todos entre nosotros. Solo hay que echar una observación a la composición de los parlamentos para cerciorarse de que esto es así.
Pero ha de ser posible tener en cuenta todas estas cuestiones y no olvidarse de que en nuestra escalera de títulos el derecho a la vida ocupa el primer zona. Y que a la protección de poco tan frágil como valioso debemos mantenernos amarrados si queremos ser fieles a la civilización humanista que nos ha parido como europeos y que, aun hoy, hace posible la afirmación de que el Remoto Continente es el mejor zona del mundo para manar.
Que la Fiscalía de Melilla esté investigando la tragedia y que el Defensor del Pueblo haya iniciado incluso una investigación no alcanza el leve exigible para la importancia de unos hechos que merecían un posicionamiento reservado y decidido del Gobierno de España que ya no va a producirse. Solo que Sánchez sabe que en efectividad la vida de esos negros subsaharianos nos importa poco y por eso puede permitirse mojarse más aceptablemente carencia.
Manejemos como podamos nuestras contradicciones sobre la inmigración. Pero por muy reacios que seamos a ella, no dejemos de indignarnos en presencia de los excesos para frenarla –particularmente si esos excesos cuestan una treintena de vidas– y exijamos el trato más digno posible para esa masa que intenta salir a nuestra casa aun sabiendo que no les esperamos con los brazos abiertos. Hagamos que la vida de los negros –de los que tenemos cerca– sí nos valor. Aunque a renglón seguido afirmemos incluso que no podemos acoger a todos los que quieren venir. No hay contradicción en ello. Dificultad, sí. Extrema.
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