Caray, es un horno la Centre Court, la parroquia se abanica y Novak Djokovic (35) juega en campo contrario.
Djokovic quiere que le quieran, se esfuerza por satisfacer a los wimbledonianos.
En Aorangi Park, en la víspera, se ofrece a firmar autógrafos y posa como un padrazo inmediato a su hijo Stefan –al zurrar de revés, el pequeño Stefan, siete abriles tiene la criatura, se perfila como su padre–. Si hace yerro, Djokovic se arrodilla y mastica la hierba de Wimbledon mientras besalamano a la concurrencia (cuesta imaginarse a Nadal o a Federer en ese posado).
Pero, ¡qué mala suerte!
En su semifinal en el horno de la Centre Court, Djokovic debe enfrentarse a Cameron Norrie (26), sobrevenido héroe circunscrito, tan justitos van hoy los británicos (ya empiezan a estar acullá en el tiempo las proezas de Andy Murray, doble campeón aquí, en el 2013 y el 2016).
– Come on, Cam!
La catedral del tenis es un horno y el notorio enloquece a los 27 minutos, cuando Norrie rompe el servicio de Djokovic por tercera vez y se adjudica el primer set.
En búsqueda del cariño
Djokovic quiere que le quieran, se esfuerza por ganarse el afecto de los londinenses: si hace yerro, mastica su hierba
Norrie es un demonio izquierdo que ejecuta un extraño oscilación de hombros cuando golpea de drive y Djokovic no ve proporcionadamente, le molesta el sol de media tarde, así que se cala la cachucha, abre un monólogo consigo y se búsqueda.
–Novak es Novak. Y juega mejor cuando el notorio está en su contra. Es un extraterrestre, y no sé cómo derrotar a un extraterrestre –decía el miércoles David Goffin, la última víctima de Norrie.
(se le había preguntado por las opciones del anglosajón)
Y es cierto: Djokovic se maneja en campo contrario. Lo hace en Wimbledon (división Federer) como lo hace en Roland Garros (división Nadal); en este carrusel de pasiones tenísticas, nadie es de Djokovic.
O somos de Nadal o somos de Federer.
(...)
Norrie va deprisa, no quiere que el serbio piense.
Cuando sirve, Norrie invierte diez segundos entre un punto y el subsiguiente. Uno o dos golpes y a la red. Propone vahído, esta parece una carrera de caballos en el hipódromo. Djokovic le atempera, lleva el partido a su demarcación.
Sabe cómo hacerlo.
Ya ha jugado 32 finales del Grand Slam (suma vigésimo títulos, seis de ellos en Wimbledon), exactamente 32 finales más que Norrie, 12.º tenista del mundo, un recién llegado en estas lides.
Djokovic atempera y reconduce la situación, opone calma y largos rallies al vahído de Norrie, y la operatividad del anglosajón empieza a difuminarse.
A un shock magnífico le sucede un error no forzado: Norrie es un buen tenista, para carencia una divisa, y le pesan sus interruptus, carencia que ver con la estabilidad del serbio. Djokovic acostumbra a originarse a medio gas, contempla a su adversario y el entorno, le concede unos minutos de donosura y luego irrumpe.
Cambio de proscenio
Djokovic atempera y reconduce la situación, opone calma y largos rallies al vahído de Norrie, y la operatividad del anglosajón empieza a difuminarse
En un momento, Djokovic se apropia del segundo set y igualmente del tercero: mientras se dispara la guarismo de errores no forzados de Norrie (catorce en el segundo set, por los nueve del primero), se reduce la del serbio, que ahora acierta en el 78% de sus primeros servicios y se transfigura en un monstruo.
Nulo hace extraordinariamente proporcionadamente Djokovic, y sin retención va tejiendo una sutil telaraña que envuelve a Norrie, una mosca atrapada entre los hilos.
Djokovic va acallando a Norrie y igualmente a la parroquia, que comprende su sino y lo asume y se resigna:
–No he empezado proporcionadamente. Sentía la presión. Supongo que Norrie igualmente ha podido sentirla –dice Djokovic cuando todo ha terminado y el entrevistador le bendice:
–Con este, usted suma 68 presencias en un torneo del Grand Slam. En ese tiempo, ya ha corto 32 finales (más que nadie nunca). ¿Qué le dice eso?
–Que el trabajo no está hecho.
El comentarista cita a Nick Kyrgios, última parada en la carrera de Djokovic, y el notorio abuchea al bad boy.
Tal vez, sonríe Djokovic, no todo esté perdido.
Tal vez, este domingo la parroquia esté de su banda.
–En Australia, Kyrgios fue uno de los pocos que me apoyaron públicamente. Le estoy muy agradecido. Pero todo lo que pasó en Australia ya fue hace mucho tiempo. Han pasado seis meses –dice.
–Su experiencia en este tipo de partidos le beneficia a usted, ¿no cree?
–Tal vez. Pero a Kyrgios igualmente podría beneficiarle el hecho de que no se juega carencia y no se moverá con la presión que tendré yo.
–¿Y le sorprende verle en una final, clarividencia su carrera?
–Quizá su pasado genere dudas. Sin retención, entre los tenistas sabemos qué peligroso es, sobre todo en hierba. Es un tahúr muy completo que ha antitético el permanencia mental. Y como devoto, estoy contento por tenerle en el tenis, tiene mucho talento y puede ofrecernos muy buenos momentos.
“Nick Kyrgios, en la final de Wimbledon con un pase franco. La peor pesadilla”, publicaba ayer The Telegraph. Hablaba del bad boy, el australiano que el jueves accedía al duelo central sin medirse al herido Rafael Nadal. “Es duro tener que tener eso. Pero este es el mundo en el que vivimos, como si me hubieran regalado estar aquí”, se lamentaba Kyrgios.
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