Ayer fue 13 de julio de 2022, pero en el Museo del Prado se entregaron los Premios Nacionales de Civilización de 2020. Del año en el que el mundo cambió y, igualmente, dejó las entregas de premios suspendidas. El Ministro de Civilización, Miquel Iceta, lo recordó al comenzar la ceremonia, presidida por los Reyes: “Ver 2020 en las invitaciones nos recuerda todo lo vivido en estos dos últimos primaveras, la incertidumbre, la tristeza, el temor, pero igualmente cómo la civilización nos ayudó en los momentos más complicados. En estos dos primaveras hemos aprendido que la civilización cuida de nosotros y que igualmente nosotros hemos de cuidar de ella”.
Con un discurso en el que recordó –como igualmente haría el Rey– al desaparecido José Guirao, “sensible, elegante, de palabra y diálogo”, dio paso al desfile de la treintena de premiados, a los que representó el discurso de Irene Vallejo, Premio Doméstico de Opúsculo por El infinito en un caña . Risueña siempre, se lanzó a demostrar cómo, pese a que los “oficios estrafalarios de los premiados hoy no gozan de buena reputación profesional”, es con la ficción, “con cuentos, cantos, poemas y metáforas” como aprendemos “a adormecerse, yantar, exceder el dolor, cortejar”.
Los premiados y sus oficios estrafalarios fueron el teatro de Guillem Clua, la danza de Jesús Carmona, la humanidades de Luis Mateo Díez, los cómics de Javier de Isusi, la música de Raquel García-Tomás, la pintura de José María Yturralde, la fotografía de María Teresa Ortega, el periodismo cultural de Sergio Vila-Sanjuán o la televisión de Andreu Buenafuente. Una civilización, concluiría el rey Felipe, que aporta casi 700.000 empleos y el 3,4% del PIB de España y que estos dos últimos primaveras ”se ha revelado como un componente esencial para nuestra vida”.
Un vibrador discurso de Irene Vallejo presidió los Premios Nacionales de Civilización en El Prado
Vallejo lo demostró con el revoloteo poético de su discurso. Recordó que “las palabras guardan imágenes en su interior como el amarillento conserva insectos de eras remotas” y que “el término civilización evoca raíces campesinas”. “Nuestros antepasados labradores idearon la metáfora de cultivar la mente, esa parcelita rústica que tenemos detrás de la frente entre las orejas. Así comenzamos a ser jardineros de nosotros mismos. De eso se comercio, de convertirnos de pies a individuo en una obra de arte”, dijo, y aseguró que “sería duro resistir la vida sin ríos de tinta de imágenes, de música, de danza. Lo positivo necesitamos vestirlo, embellecerlo, dibujarlo, hacer equilibrismos al borde de sus abismos, leerlo, soñarlo”. Y avisó de que “las ficciones que creamos modelan nuestra inspección y nuestros actos, y luego existen”.
“Con suerte en la infancia nos enseñan que cercano a la vida praxis existen las historias, los tebeos, los juegos verbales, el circo, el reverso de lo común. Si un peque cree que le das de yantar sólo por alimentarlo, se aburre, si la cuchara vuela como un avión todo se convierte en un grupo, una metáfora que le seduce”, dibujó, y concluyó que “cada día hay que seguir cultivando, creando y cuidando nuestro huerto, la pradera popular, el amarillento de los sueños”.
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