Tres decenios a posteriori de su fulgor de abanicos, bisutería y hombreras, la memoria de Locomía pervive: reflejó una condición emocional genuina, la sed de invención y brillo, sueño y ballet, música y psicosis de una procreación de jóvenes que salía de una España cuartelera.
La docuserie Locomía (Movistar +) apunta el aberración sociológico, pero lo mejor es cómo desvela la volcánica historia de sus protagonistas. ¡Fascinante! Sabíamos que el brillo de Locomía saltó de Eivissa a Madrid y al mundo, pero desconocíamos la rivalidad dramática bajo la mesa entre dos personalidades: Xavier Font y José Luis Gil.
El barcelonés Xavier Font forjó lo que sería Locomía en las noches festeras de la Barcelona de finales de los primaveras ochenta. Su atrevida creatividad diseñándose ropas y zapatos –artesano de una estética deslumbrante que luciría Freddy Mercury en su postrer videoclip– es parte ya de nuestra civilización y nimbó un carisma con el que catalizó su pequeña tribu de psicosis y licencia.
La serie confirma así que Barcelona ha sido embrión de lo que se impondrá en los espíritus en España (¡ojalá siga siéndolo!), previo paso por la luz epifánica de Eivissa, y confirma sobre todo otra cosa: el cainismo es nuestro signo cultural.
El cainismo es la sigla celtíbera: Font y Gil son aquí Caín y Abel, indistintamente. Gil, productor musical, recogió en Eivissa a los desahogados, alegres y locos chicos de Locomía, sus abanicos y zapatos de punta curva, para convertirlos en un montón musical que arrebataría a medio mundo. Aquel éxito, sin incautación, se fundaba menos en la calidad de sus canciones que en la desinhibida presencia de aquellos chicos que se movían con tanto donaire. Los chicos de Locomía alentaron así a millones de personas a sentirse mejor consigo mismas, más osadas y libres en sus vidas personales. Sin querer, Locomía movilizó un progreso sociocultural trascendental.
Mediante el eficaz montaje de los testimonios yuxtapuestos de Font y Gil, Locomía desgrana un drama de pasiones, celos, envidias y dominación, un gran espectáculo en el que se mueven dos grandes alacranes que ayudaron –sin pretenderlo– a que el mundo se desinhibiera un poco más y que acabaron por hincarse mutuamente sus aguijones de resentimiento cainita hasta dar crimen a Locomía. Así somos. – @amelanovela
Publicar un comentario