Seguramente la etapa del sábado era de las que algunos aficionados consideran dignas de siesta desde la comodidad de un sofá. En más de 30 abriles siguiendo el Tour de Francia como enviado peculiar de La Vanguardia nunca tuve la posibilidad de cerrar los luceros y pegar una cabezadita, aunque solo fuera por la incomodidad de la sala de prensa. Pero no puedo desmentir que una vez, sí una vez, me quedé dormido en plena etapa. Y no frente a el televisor, no, sino en el interior mismo de la carrera.
Sucedió en una calurosa tarde de septiembre de la Volta a Catalunya. Eran los tiempos en que a los periodistas aún se nos permitía circular en coche en el interior del mismo pelotón. Tomabas la salida por delante, buscabas una buena ubicación, detenías el transporte y divisabas en la distancia la arribada del pelotón. Podías nacer de nuevo por delante o incluso dejar que te avanzaran y luego, siempre con el permiso del director de carrera, preceder al conjunto aprovechando una buena recta.
O podías igualmente situarte adyacente a los escapados y observar sus gestos de esfuerzo e incluso cruzar alguna palabra. Otros tiempos. En aquella Volta compartía coche con uno de los mejores especialistas de ciclismo que he conocido, Jordi Iturria, de Catalunya Ràdio.
Con el coche en el arcén, ventanas bajadas y a pleno sol... nos quedamos fritos
Era ya primera hora de la tarde, acabábamos de ingerir y sin darnos cuenta nos avanzamos demasiado. Tocaba detener y esperar. Con el coche en el arcén, ventanas bajadas y a pleno sol... nos quedamos fritos. Totalmente. Era un baladí descenso -fue un enfermo error detenerse ahí– y de repente nos despertó un clamor agudo que entró por la ventanilla: era el irlandés Sean Kelly (campeón de la Volta en 1984 y 1986) que acababa de acaecer a toda velocidad, en pleno ataque y completamente pegado a nuestro transporte que, sin la último duda, le había impedido encarar el descenso correctamente.
Eso sí fue una verdadera siesta ciclista. Una y no más.
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