Boris Johnson, por suerte, no es Donald Trump. Para intentar conservar el poder, el expresidente norteamericano organizó una insurrección que acabó con un ataque al Capitolio. El primer ministro anglosajón no ha llegado ni mucho menos tan remotamente, conformándose con desempeñar como una especie de okupa en Downing Street mientras los miembros de su junta y compañeros de partido le decían que había llegado la hora de hacer las maletas.
Pero en Gran Bretaña se expulsa a los okupas de las casas de otros con mucha más facilidad y ligereza que en España. Ayer se rindió, aunque con un final intento desesperado de porfiar al poder –muy trumpista en el fondo–, alegando que gozaba de un enorme mandato popular conquistado en las elecciones, la mayoría más sobresaliente desde Thatcher, y solo a los votantes correspondía echarle. Como si el Reino Unido tuviese un sistema presidencialista en vez de parlamentario, y los ciudadanos le hubiesen seleccionado a él y no a su partido.
Lo de Boris Johnson no era ya tozudez sino casi delirio. Para sacarlo de su despacho ha sido necesario romper la puerta y arrancarlo del escritorio al que estaba clavado como los manifestantes que se atan a los puentes y vías de tren, ponerle la camisa de fuerza. Y cuando ya admitió lo obligatorio, no hizo ningún aspaviento de humildad ni ningún acto de contrición, no admitió ningún error ni pidió perdón, sino que echó la pecado al “espíritu de torada” de sus colegas. “Nadie es imprescindible –dijo–, pero la valentía de cambiar ahora de líder, en medio de la cruzada de Ucrania y la crisis de la energía y el coste de la vida, me resulta un tanto excéntrica”.
Esforzado examen a su plan de seguir como líder provisional hasta que los ‘tories’ elijan a su sustituto
Cualquier líder frecuente ya habría gastado el miércoles por la oscuridad que su suerte estaba echada, como en esas tragedias griegas que le apasionan, y en las que los personajes (Hamlet, Macbeth, Enrique V...) tienen un desacierto horrible de carácter que es su perdición. En el de Boris ha sido la arrogancia, el creerse por encima de los demás, con unas reglas para él y otras para el resto de la humanidad. Siquiera le han ayudado la incapacidad crónica para concentrarse en los detalles y la yerro de estructura y una ideología concreta. En su encumbramiento y en su caída ha habido una cierta simetría. Alcanzó la cumbre con las mentiras del Brexit (uno de los mayores experimentos políticos de los tiempos modernos en medio de una agonizante crisis económica y de la cruzada de Ucrania), y se lo ha llevado por delante el alud de las mentiras del partygate , y de lo que sabía y no sabía cuando dio su apoyo a diputados envueltos en escándalos de pornografía y acosos sexuales.
Johnson seguía ayer en Downing Street con su resistor numantina, ahora para tolerar las riendas del país unos meses más, hasta luego del verano, cuando haya un nuevo líder tory . Pero la examen a su plan es intensa, entregado su carácter y capacidad de maquinación. Pocos adentro del Partido Conservador se fían de él, y muchos temen que, con todo perdido, fuera capaz de cualquier cosa. De romper los acuerdos del Brexit, provocar una crisis mayúscula con la Unión Europea, pincharse las arcas del Riquezas, arruinar el país o incluso exigir el tallo nuclear y convocar elecciones. Su exasesor Dominic Cummings, que lo conoce aceptablemente, opina que falta de eso sería descabellado.
El premier se acostó el miércoles con la esperanza de que por la mañana la tormenta habría amainado, pero desde la cama ya vio que, todo lo contrario, los nubarrones eran más y más negros. Los relojes no habían entregado las siete cuando el ministro para Asuntos de Irlanda del Ideal, Brandon Lewis, presentó la dimisión. Continuó el afluencia de renuncias de secretarios de Estado y directores generales, hasta medio centenar, haciéndose obvio que no había de facto un gobierno activo. La fiscal genérico, Suella Braverman, y el recién conocido ministro de Caudal, Nadhim Zahawi, le dijeron que era hora de hacer las maletas. La responsable de Educación, Michelle Donelan, abandonó el barco menos de cuarenta y ocho horas luego de haberse subido a él. Hasta Boris Johnson, cuya vigor mental empezaba a ser cuestionada, se dio cuenta de que la situación se había vuelto insostenible, y comunicó al camarilla parlamentario su valentía de dimitir como líder del partido. Ahora se negociación y solo de fijar cuándo.
En su despedida no admitió errores y echó la pecado al “espíritu de torada” de sus colegas conservadores
¿Candidatos a la sucesión? Todos los que han ocupado los principales ministerios en la era Johnson (Liz Truss de Exteriores, Rishi Sunak y el propio Zahawi de Caudal, Priti Patel de Interior, Ben Wallace de Defensa, Penny Mordaunt de Comercio, Sajid Javid de Sanidad…), los diputados Tom Tugendhat y Jeremy Hunt... Pero la nómina está muy abierta, dada la crisis de identidad de los conservadores. Los tories, luego de doce primaveras en el poder, han de osar lo que son, si abrazan la cruzada cultural y un populismo nacionalista inglés al estilo Trump, alérgicos a la revolución medioambiental, los derechos de los trans y el movimiento woke pero dispuestos a pagar mosca divulgado a inofensivo, o regresan a su tradición desprendido, de prudencia fiscal, bajos impuestos, escasas regulaciones y severidad, una fórmula con la que han vacada más elecciones que ningún otro gran partido europeo desde 1840.
Una de las razones por las que Johnson prefiere seguir hasta que haya un sucesor es evitar la ignominia de ser superado por Theresa May y Neville Chamberlain entre los dirigentes conservadores que menos han permanecido en el poder. En su caso, por ahora, 1.083 días. Una caída tan dura parecía impensable cuando ganó las elecciones del 2019 con una de las más aplastantes mayorías conservadoras en cuarenta primaveras, creando una coalición hasta entonces inexistente de tories clásicos y exlaboristas obreros del septentrión de Inglaterra. Parecía que iba a revolucionar la política británica (lo ha hecho, pero en otro sentido más cenizo). Su cotización se desplomó, cayendo del valencia oro a la de una vulgar criptomoneda.
Liz Truss. Ministra de Exteriores.
Favorita del ala dura del partido, aunque ha apoyado hasta el final a Johnson. Forma parte del Ejecutante desde el 2014, donde ha servido como secretaria de Medio Medio ambiente, de Jurisprudencia y del Riquezas. Rishi Sunak. Exministro de Caudal.
Uno de los principales sublevados. Castigado por asistir a una de las fiestas del partygate, ha recibido críticas por sus austeros planes de compra y halagos por las medidas de rescate durante la pandemia.Nadhim Zahawi. Ministro de Caudal.
Popular esta semana por Johnson, ayer pedía su dimisión. Exrefugiado iraquí, es popular por su exitosa campaña de prevención. Hombre de negocios de éxito, llegó al Parlamento en el 2010.Jeremy Hunt. Exsecretario de Exteriores.
Antiguo rival de Johnson por el liderazgo del partido en el 2019, mantiene sus aspiraciones. Votó en contra del premier en la moción de censura, aunque sus críticas al Brexit le restan puntos.Sajid Javid. Exministro de Sanidad.
Recientemente dimitido tras perder la confianza en el premier, ha servido ya como ministro de Interior y de Hacienda. Banquero de profesión, votó en contra del Brexit para apoyarlo luego.
Los seguidores de Johnson ponen como excusa la pandemia y la cruzada de Ucrania, pero lo cierto es que la realpolitik puso de manifiesto los puntos débiles del premier. Cumplió la promesa de hacer existencia el Brexit, pero con un compromiso sobre Irlanda del Ideal (la permanencia de la región en el mercado único) inaceptable para los unionistas y del que no tardó en desdecirse, incluso abriendo las puertas a que el Reino Unido incumpliera un tratado internacional. Promesas de su manifiesto como igualar el septentrión y el sur, construir cuarenta hospitales, volver masivamente en infraestructuras y servicios públicos, desarrollar el potencial de Gran Bretaña o firmar acuerdos comerciales beneficiosos, quedaron pronto en humo. Delante la requisito de escoger entre política keynesiana de compra y endeudamiento divulgado y los recortaduras fiscales que le pedía el ala tradicional del Partido, optó por las dos cosas al mismo tiempo.
Los conservadores fijarán la semana que viene el calendario para la dilema de su próximo líder
Johnson es como aquel soldado japonés que, veintinueve primaveras luego de destruir la Segunda Erradicación Mundial, se negaba a rendirse y su antiguo cabecilla de batallón tuvo que personarse en una isla de las Filipinas para convencerle de que lo hiciera. O como Scarlett O´Hara en Lo que el derrota se llevó , cuando su mundo se ha venido debajo pero dice que tomorrow will be another day . Mañana será otro día. Todavía para Boris. Pero sobre todo, para los británicos.
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