Modificar es una de las decisiones más importantes de nuestra vida. A pesar del temor que puede causarnos, existen muchas razones a confianza. Hacerlo es una forma de evitar que la inflación se coma nuestros ahorros, y más en el contexto crematístico contemporáneo. Encima, las inversiones pueden ayudarnos a diversificar nuestra fuente de ingresos –no solo servir del salario– y complementar la futura pensión pública. Sin confiscación, como toda osadía importante, hay que conocer muy perfectamente todos los riesgos que conlleva.
En primer circunstancia, es conveniente que sepamos cuál es nuestro perfil de inversor, ya que medirá nuestra tolerancia al peligro. El perfil se ajusta a estos cuatro factores: los objetivos financieros y el horizonte temporal (qué se quiere conseguir con la inversión y para cuándo), la situación financiera personal (cuántos ahorros e ingresos se tienen), los conocimientos y experiencia inversora y la tolerancia a posibles caídas. Por consiguiente, este perfil valora factores objetivos y medibles, pero además subjetivos.
Una fuente de peligro que juega un papel muy importante en el éxito de cualquier inversión es uno mismo. De nulo sirve analizar nuestras inversiones si nos asustamos fácilmente y tomamos decisiones precipitadas
De hecho, una fuente de peligro que juega un papel muy importante en el éxito de cualquier inversión es uno mismo. De nulo sirve analizar con precisión nuestras inversiones si nos asustamos a la primera de cambio y tomamos decisiones precipitadas. Por consiguiente, tal y como señalan los expertos de Fundación MAPFRE, de todos los riesgos de la inversión, el viejo es que el inversor no se conozca a sí mismo y ni su tolerancia a la volatilidad, es proponer, a las subidas y caídas de las inversiones que siempre estarán ahí. En cambio, aunque tenga mala prensa, el peligro además es semejante de oportunidad.
Diversificar las inversiones para ampararse de los riesgos
Más allá de cuál el perfil personal de cada uno, deberán tenerse en cuenta una serie de riesgos propios de toda inversión: el peligro de mercado, que afectan al mercado en su conjunto, como puede ser una resistente crisis económica o una disputa; el peligro sistémico, conocido como el que tiene esa inversión en particular, ya sea una empresa concreta por el sector o el país en el que se encuentra; el peligro de solvencia, aquel que determina la facilidad para recuperar el monises si se necesita; y el peligro asamblea, es proponer, a que cambien las leyes y eso afecte a empresas en las que inviertes como a productos de inversión en caudillo.
Defenderse de los riesgos del mercado es complicado y, según señalan desde Fundación MAPFRE, la única forma de hacerlo es usar herramientas de inversión que no trabajen sobre el mismo. Por ejemplo, alterar en bolsa y en el sector inmobiliario, o en plataformas de préstamos a empresas no cotizadas (crowdfunding). Así, lo que afecta a la bolsa puede no influir en el inquilinato que se cobra por una vivienda o en un préstamo a una pyme. En el caso del peligro sistémico, la guisa de evitarlo además consiste en diversificar las inversiones con sectores, empresas y activos diferentes.
Los inversores jóvenes buscan maximizar la rentabilidad de su cartera aun a coste de responsabilizarse poco más de peligro. En cambio, según pasan los primaveras, el objetivo es consolidar las ganancias reduciendo el peligro
Luego, respecto al peligro de solvencia, debemos entender que hay productos y mercados más líquidos que otros. Por ejemplo, con un plan de pensiones tendremos que esperar 10 primaveras para recuperar tu inversión, mientras que con un fondo de inversión se puede hacer en cualquier momento. Por eso, para evitar un posible endeudamiento, siempre es recomendable alterar esa cantidad de monises ahorrado que no se vaya a faltar en el presente o en un futuro inmediato.
A estos riesgos se añaden otros como el peligro de divisa si se invierte en empresas o activos que no coticen en euros (una empresa chaqueta, por ejemplo), y dos riesgos sistémicos como el peligro de inflación cuando esta crece por encima de tus inversiones, o el peligro de tipos de interés, que está fuera de nuestro control. Encima, no todos los riesgos afectan por igual a todos los productos ni a todas las inversiones y además deberán tenerse en cuenta cómo tributa un producto antiguamente de contratarlo.
La regla del 120 o cómo alterar según la antigüedad
Al alterar, peligro y rentabilidad están íntimamente relacionados. Así, cuanto más peligro se asume en una inversión, más rentabilidad o beneficio potencial debería implicar. La norma caudillo es que, a menos antigüedad del inversor, más rentabilidad y peligro podrá responsabilizarse. Porque un hormiguita novato que rebusca maximizar la rentabilidad tiene toda la vida por delante para recuperarse de una caída e alterar a grande plazo. En cambio, según pasan los primaveras, se rebusca consolidar lo que se ha manada reduciendo el peligro de las inversiones.
Para entender qué peligro debemos responsabilizarse en cada momento de nuestra vida se puede utilizar la regla del 120. Esta fórmula consiste en restar al número 120 la antigüedad del futuro inversor. El resultado es el porcentaje de los ahorros que debe ser destinado a una renta variable, es proponer, aquella con la que se puede responsabilizarse un peligro de pérdidas viejo, pero además la opción de aumentar las potenciales ganancias. Según esta regla, el resto de patrimonio debería ir destinado a una renta fija, más estable y de beocio peligro. Por ejemplo, con 25 primaveras, el resultado será un 95% de renta variable en la cartera de inversión por un 5% de renta fija.
La regla del 120 es una fórmula que nos ayuda a arriesgarse qué porcentaje alterar en renta variable y cuál en renta fija. Si se resta la antigüedad del inversor a 120, el resultado será el porcentaje de renta variable
En este sentido, la antigüedad además determinará nuestros objetivos. De los 18 a los 30 primaveras, se rebusca crear un plan de reducción e inversiones de crecimiento para el grande plazo, mientras que de los 30 a los 50 primaveras, se quiere aumentar ingresos y reducción, con metas tanto a corto como a grande plazo (la educación de los niños, la importación de un firme, la subsidio…), y se comenzará a resumir la renta variable, una tendencia que se consolidará de los 50 a los 67 primaveras y que culminará, a partir de los 67, con estrategias mucho más conservadoras y la retirada de las inversiones.
Con todo, será importante nominar inversiones que se entiendan perfectamente y encajen con la personalidad de cada uno y con nuestra resiliencia financiera, siempre marcada por las deposición y objetivos vitales. ¿Cómo entender si se ha tomado la mejor osadía a la hora de alterar? Aunque en esta materia no hay certezas absolutas, sí existe una regla de oro tan sencilla como convincente: asume aquel peligro que te deje adormilarse tranquilo todas las noches.
Publicar un comentario