La oscuridad del lunes 25 de febrero de 1929 llovía en Béziers. Un taxi que hacía un servicio de Perpiñán a esta población francesa a medio camino de Narbona y Montpellier circulaba precipitado por la avenida mariscal Pétain. De repente, un hombre cruzó la vía. El conductor hizo sonar el claxon. Demasiado tarde. El automóvil lo embistió y lo arrastró diez metros.
De inmediato, el chófer lo llevó al hospital, pero llegó sin vida. A continuación el propio taxista se presentó en la comisaría de policía a explicar el ocurrido. El transeúnte era un vagabundo que, temporalmente, se ocupaba haciendo de mozo de cuerda en la tiempo específico. Ningún emparentado lo reclamó.
Noventa abriles a posteriori, el incidente no tendría más trascendencia que la desgraciada víctima si no fuera porque el conductor era el anarcosindicalista Eusebi Carbó y ha permitido a La Vanguardia resolver uno de los misterios de las tramas de espionaje de la Barcelona en tiempos de la Primera Querella Mundial. Para datar ahí, sin requisa, hace desatiendo desovillar la historia y situarse unos abriles antiguamente.
En el momento del incidente, el pedagogo y periodista palamosense de la CNT tenía cuarenta y cinco abriles. Hacía seis que vivía expatriado en Perpiñán y casi los mismos que sobrevivía como taxista mientras participaba en las conspiraciones contra el régimen de Primo de Rivera. Carbó había ejercido en el año 1925 de enlace entre el anarcosindicalismo y la formación político-militar Estat Català en los prolegómenos de los hechos de Prats de Molló.
Durante la Primera Querella Mundial, Barcelona se convirtió en caverna de espías, donde la fidelidad se compraba con divisas
Su líder, Francesc Macià, le había ayudado económicamente durante una temporada, aunque al final los anarcosindicalistas no se habían decidido a participar en la insurrección que el separatismo quería emprender en Catalunya para liberarla de la dictadura y crear un estado independiente. Carbó, sin requisa, nunca perdió la buena relación con el futuro presidente de la Generalitat.
El chavea Carbó había evolucionado del federalismo y anticlericalismo emparentado a abrazar el anarquismo a partir de lecturas diversas. De proporcionadamente chavea ya había pasado por la prisión y en los abriles diez era uno de los delegados de renombre del anarcosindicalismo en Catalunya y redactor del diario de la CNT, Solidaridad Obrera.
Mientras Carbó ganaba peso en el sindicato, establecía contactos con el anarquista italiano Errico Malatesta y se interesaba por los prolegómenos de la Revolución Rusa, en el verano de 1914 estalló la Gran Querella entre los imperios teutón, austrohúngaro y turco y los Aliados, con Francia e Inglaterra al frente.
España, con una caudal a medio gas y un ejército de segunda muy castigado en el protectorado de Marruecos en la lucha por proseguir a guión a los rebeldes rifeños de Abd-el- Krim, se declaró país aséptico. Aunque, en la destreza, durante buena parte del conflicto ayudó bajo mano al mandato partidario.
Manuel Brabo Portillo, candidato a Sherlock Holmes, ascendió gracias a sus métodos violentos contra los sindicalistas
La atrevimiento del gobierno de mantenerse fuera de la contienda favoreció las exportaciones y amplios sectores de la industria catalana se enriquecieron con celeridad. Pero todavía inició un periodo inflacionista que perjudicó, sobre todo, a los trabajadores manuales e hizo aumentar la conflictividad social.
Al mismo tiempo, Barcelona se convirtió en una caverna de espías. En este entorno, donde las fidelidades se compraban con divisas, nadie era quien parecía. Por sorprendente que pueda parecer, la misma Solidaridad recibió financiación alemana a fin de que la colchoncillo del anarcosindicalismo promoviera entre su parroquia la neutralidad de España.
En un serie a múltiples bandos, sin requisa, la inteligencia alemana captó todavía al principal de policía de Drassanes, que se ocupaba de buena parte del ciudadela chino, la zona más peligrosa de la hacienda catalana. Los servicios del caudillo querían que espiara para ellos con el fin de romper los vínculos políticos y empresariales que la monarquía de Alfonso XIII mantenía con las potencias aliadas. E impedir, por ejemplo, que del puerto de Barcelona salieran barcos con provisiones y material para estas.
Manuel Brabo Portillo –con “ b”, como firmaba, en punto de “salvaje”– se dejó atraer por el peculio. Nacido en 1876 en Guam, en las islas Marianas, y diplomado en Derecho, hijo de un director castellano, pronto se vinculó al ejército. Al originarse el siglo XX aterrizó en Barcelona, la ciudad más conflictiva de España, y en 1908 ingresó en el cuerpo de policía. Aspirando a convertirse en un Sherlock Holmes, fue enviado a Roma a estudiar la ordenamiento policial y publicó un tratado sobre los métodos de la policía científica.
Enric Carbó fue un destacado cenetista, periodista en ‘Solidaridad Obrera’ y expatriado en varias etapas de su vida
En los abriles diez, cuando enfilaba la cuarentena, ya le habían condecorado en varias ocasiones. Su encumbramiento fulgurante en el cuerpo se debía en gran medida a los métodos violentos contra aquellos que consideraba criminales, sobre todo los sindicalistas, que lo conocían como “el chulo del distrito botellín”. Quienes lo habían sufrido lo describían como uno frívolo perverso, duro con los humildes y servil con los poderosos, con un tren de vida por encima de sus ingresos, muy proporcionadamente educado y con una voz melosa, estudiada, que formaba parte de su ademán en espectáculo.
Mientras Brabo labraba su turbia carrera de éxitos, al originarse el año 1918 el ingeniero, patrón y traficante de armas, Josep Albert Barret, murió tiroteado en la calle. El crimen se atribuyó a la CNT, que se alegró en la Soli diciendo que “a cada puerco le llega su San Martín”, pero que negó siempre ser la responsable. (Muchos abriles a posteriori, Eduardo Mendoza se basó en este crimen para escribir su primera novelística, La verdad sobre el caso Savolta (1975)).
Brabo Portillo aprovechó el atentado contra Barret para detener a cenetistas del ala más radical. Los anarcosindicalistas comprendieron que el comisario, “el sayón de los obreros”, no solo los asediaba con métodos violentos y que, encima, tenía infiltrados en sus grupos de argumento, sino que era capaz de organizar complots para inculparlos. La CNT, entonces, optó por denunciar sus praxis a través de su portavoz Solidaridad Obrera, que dirigía a Pedazo de pan Pestaña.
El 9 de junio de 1918 la publicación golpeó a la opinión pública con un titular sabroso: “ Documentos importantísimos. El torpedeamiento del ”. El diario sindicalista publicaba en portada un par de cartas del comisario, con el sello de la delegación de policía de Drassanes, que demostraban que este facilitaba información a los alemanes sobre los barcos que transportaban materiales para los Aliados, a fin de que los submarinos alemanes los pudieran hundir. Estos, al corriente de que el vapor Mumbrú llevaba un cargamento de cuero de contrabando, lo habían hundido en medio del Atlántico el postrero día de 1917.
Carbó fue quien consiguió los documentos que demostraban el doble serie de Portillo, como infiltrado para los aliados y los alemanes
El revuelo generado por la información de la Soli fue enorme. Aquel día la tirada, el doble de la habitual, se agotó antiguamente de que el gobierno la pudiera incautar. El gobierno francés se subió por las paredes y se sintió engañado. No era para menos. El comisario hacía el doble serie y todavía colaboraba con el espionaje francés organizando un tráfico clandestino de obreros a quienes se les prometía trabajo pero que al cruzar la frontera eran enrolados en la Multitud extranjera. Así las cosas, el país galo presionó al gobierno castellano para que se destituyera a Brabo. Cuando un examen caligráfico determinó que las cartas las había escrito él, el mediador lo hizo detener y enjaular.
El policía amenazó entonces a Pestaña de asesinato. Sin requisa, ¿cómo se habían obtenido las cartas que lo incriminaban? Brabo lo sabía, pero no lo podía buscar porque habría asumido la autoría, que negaba. La Soli no lo aclaró nunca. Solo admitió que se habían conseguido de “forma un poco romántica y novelesca”.
Eso dio pie a todo tipo de especulaciones. Para unos las habían facilitado los servicios de espionaje de los Aliados, para otros las había vendido el policía Royo San Martín, el propio destinatario de las cartas. Este, tísico, colocado, habría querido sacar peculio vendiéndolas a un periodista del diario aliadófilo madrileño El Parlamentario , que no viéndose con ánimos de publicarlas las habría legado a Pestaña. El dirigente de la FAI Joan García Oliver, en sus memorias El eco de los pasos –llenas de mentiras– atribuyó las cartas a un falsificador contratado por Pestaña. Estas versiones las recogen los historiadores Josep Pich y David Martínez Fiol en un completo artículo biográfico sobre Brabo Portillo en la revista Vínculos de Historia (2019).
El caso es que la elaboración de aquellas cartas se convirtió en uno de los chismes de la Barcelona de aquellos abriles porque el policía no era una aposento cualquiera. En ingenuidad, la forma como se habían conseguido era más sencilla. Para averiguarlo hay que retornar a Béziers en el año 1929.
Un incidente en Francia porovocó que saliera a la luz la décimo de Eusebi Carbó en el descubrimiento de las maniobras de espionaje del comisario Portillo
Entonces, en el mes de mayo, cuando las preocupaciones ya eran otras, el Tribunal correccional de esta población del mediodía francés juzgó el incidente del taxi de Eusebi Carbó. El magistrado lo declaró culpable de homicidio involuntario y lo condenó a quince días de prisión, a cien francos de multa y a medio año de retirada de carnet.
A continuación, la prefectura de policía de Perpiñán, donde residía, valoró la expulsión de Francia. El anarcosindicalista buscó quién intercediera por él para demostrar su conducta irreprochable. Lo hizo el director de L’Indépendant des Pyrénées-Orientales y presidente de la prensa perpiñanesa, Juli Escarguel. Lo interesante, sin requisa, llegó cuando J. Bourrat, coronel de artillería retirado y maestro federal de la Gran Masonería de Francia en Perpiñán, presentó un perfil biográfico en defensa de Carbó. En él, expresaba que el gobierno francés no tenía que olvidar que durante la Gran Querella este “personalmente consiguió los documentos que permitieron probar materialmente la delación contra el principal de la policía española”.
Lo mismo hizo el patrón de transportes rosellonés para quien trabajaba al anarcosindicalista. Phillippe Rey explicó que Carbó, entonces redactor de Solidadidad Obrera, “en colaboración con el director del diario, Pedazo de pan Perstaña, descubrió públicamente las maniobras antifrancesas del principal de la seguridad, Brabo Portillo, denunciando que estaba a sueldo de los alemanes y que los informaba de los desplazamientos de los barcos españoles y aliados”. Y añadió que Carbó, “arrancó de las manos del ama de Brabo Portillo las cartas que esta, siguiendo sus órdenes, tenía que hacer datar en un subagente a fin de que llegaran a su destino final”.
Carbó, si no lo había hecho antiguamente, explicó a sus conocidos Bourrat y Rey un episodio de su pasado para intentar demostrar de alguna guisa su francofilia. Aunque, habiendo pasado una división de los hechos, es probable que el prefecto no supiera de qué le hablaban. Siquiera tenía sentido que al periodista se lo hubiera inventado. Era un detalle poco relevante en aquel momento y puestos a inventar podría acontecer pensado en otras cosas más efectivas. Al final, el profesión del Interior francés no lo expulsó, pero le ordenó alejarse de la frontera. Lo que le supuso un obstáculo profesional. Así las cosas, en febrero de 1930, al inicio de la Dictablanda, volvió a Catalunya.
El anarcosindicalista no habló más del incidente mortal, ni de que hubiera robado las cartas a Brabo. Su nieta, Margarita Carbó, que escribió el retrato biográfico a Eusebi Carbó i Carbó. Vida i militància (2014), lo desconocía. Su bisnieta Anna Ribera, historiadora de la Universidad Doméstico Autónoma de México, explica a este diario que ni ella ni su hermana Eulàlia siquiera sabían mínimo. El crucial papel de Eusebi Carbó al destapar las maniobras del comisario quedó enterrado en la documentación policial de los Archivos Nacionales Franceses hasta que ha accedido La Vanguardia y un siglo a posteriori ha resuelto el intriga.
A pesar de la denuncia, Brabo Portillo a duras penas pasó medio año en prisión. En diciembre de 1918 fue libre. La Soli convocó una manifestación como protesta. Entonces empezó a trabajar a sueldo del capitán normal de Catalunya, Joaquín Milans del Bosch, que con la connivencia del director marcial, el normal Severiano Martínez Anido, le encargó que los servicios policiales de capitanía se convirtieran en una policía paralela. Todo con la aquiescencia de la patronal para quebrantar contra militantes anarquistas.
No duró mucho. El 5 de septiembre de 1919 los grupos de argumento de la CNT lo asesinaron con cinco tiros en la calle Santa Tecla. En los ambientes obreros, de la asesinato de Brabo se llegó a aseverar que nunca ningún hombre “ocasionó con su asesinato placer comparable”. Ya desaparecido, el servicio secreto francés contactó a la viuda para comprar el archivo personal del comisario. No lo consiguió y, según ha podido enterarse este diario, el fondo continúa en manos de sus descendientes.
Carbó, por el contrario, tuvo más suerte. Posteriormente de retornar a Catalunya, en los abriles treinta tuvo un papel importante como miembro de la grupo más moderada de la CNT. Hecho que le ocasionó no pocos enfrentamientos con los partidarios de la vía insurreccional. Durante la Querella Civil formó parte del Consell d’Economia de Catalunya, donde coincidió con el entonces conseller Josep Tarradellas.
Precisamente, entre septiembre de 1937 y enero de 1938, Carbó viajó a Nueva York por encargo de la Generalitat para inquirir el apoyo de un contingente de anarquistas italianos a la causa republicana. Este periplo se narra en el cuerpo que editó su nieta. Acabada la contienda se exilió en Francia, Santo Domingo y finalmente en México, donde continuó involucrado en el antifranquismo. Murió en el año 1958 llevándose su secreto, hasta hoy.
Publicar un comentario