Katz, el Gatsby de la pintura

Alex Katz es el Gatsby de la pintura en la que el color es una fiesta. Da igual si la celebración es una habitación en sociedad, los paisajes al melodía librado y desde la ventana donde la luz y los pájaros que no se ven se escuchan de fondo o si la acoge una invisible casa de espejos en la que la identidad se fragmenta en ecos entre los que descifrar el enigma del yo. En todos y en cada uno de estos ámbitos de las cuarenta pinturas de la primera retrospectiva en España este neoyorquino del pop es un espectador adentro de la historia que sucede a escalera Times Square y de la que a la vez se ausenta para observar y contarnos que la satisfacción es la ficción de un instante.

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Alex katz: 'The cocktail party', 1965 

Museo Thyssen-Bornemisza

La ficción la expresa Katz (Nueva York, 1927) mediante la plenitud ilimitada del color y la construcción cultural del rostro que resulta de combinar la apariencia estética de la máscara con la condición vivo de sus amigos para crear una teatralidad del yo, y el concepto existencial de los seres islas. Personajes evocadores de Fitzgerald pero asimismo de Truman Capote, de los escenarios de Hopper o de las películas de Eric Rohmer con el prosaísmo de sus escenas cotidianas en seco, sin informes ni narración oculta, habitados por mujeres y hombres solitarios e idealizados como estereotipos de una belleza iconográfica, y a veces ensimismada en el placer de la melancolía, representativos de una poética despreocupación de clase magnificada por la publicidad del éxito y del deseo.

Round hill, 1977.  Bucólica pintura coreográfica cuya riqueza semántica de fondo es la relación entre los personajes, definida por el jerigonza corporal de las figuras que representan su conducta y su rol adentro del montón, y por las miradas enmascaradas en prismáticos de sol que trazan enigmáticas diagonales que al punto que se encuentran.Tiene mucha importancia igualmente, casi como secreto del cuadro, el personaje al beneficio del intuido diálogo y concentrado en la leída de un texto de Shakespeare, transmitiendo quizás su disidencia emocional del paisaje colectivo o el mensaje simbólico de que los personajes no existen y solamente son una noción de su leída.

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The cocktail party, Es inútil no acordarse del cuadro Sociedad en París (1931) de Max Beckmann al contemplar este fascinante teatro de cámara, donde los personajes son poetas, fotógrafos y pintores, amigos de Katz, en actitudes frías y distantes como sus miradas, a pesar de su disposición conversacional en la coreografía de falsa despreocupación y emparejamientos efímeros que componen, más cercanos a los de la fiesta existencialista plasmada por Federico Fellini en La Dolce Vita. Más interesante que los susurros y los detalles objetuales –los vasos, los cigarros– resultan el tiempo calmoso de un presente cool que late en la campo, y la trastienda extranjero de la oscuridad con sus neones e historias al otro banda de la ventana de este loft del pintor, con el que Alex Katz propone un sugerente envés de la campo en primer plano. 

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Summer tale, 2006. ¿Cuántas mujeres hay en una mujer? Las estudia Alex Katz desde su idoloatría. De hecho, en la obra del pintor están presentes como imágenes dobles, desde su Ada en celeste. Con la examen de un fotógrafo de estudio, apoyado en el telón rojo que potencia la luz, el comediante compone un peculiar ajuste en dos partes. Una sin ninguna novelística ni vínculo, más allá de su décimo en un copiado montón. Y una segunda donde el protagonismo se lo confiere a las dos figuras que a la derecha de la imagen parecen representar los retratos de la misma mujer en diferentes edades de su conducta. A la defensiva en su inmovilidad la del fondo, segura y librado la situada en el primer plano. Comparten ambas la gestualidad de la mano que delata su misma identidad, y en sus miradas ocultan la respuesta a la quid de Alex Katz, flotante en el melodía como sus figuras.

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Double Sara B, 2011. Este cuadro es uno de los que mejor representa lo poco que a Alex Katz le importa en su obra el concepto ilusionista de profundidad en la pintura, y en cambio sí resaltar la perfección geométrica de la figura con una limpia caudal del jerigonza pictórico, cercana a los figurines de moda por su sutilidad, estilización y proporciones, pero proponiéndola a la vez como un convexidad escultórico que le confiere decano protagonismo.Estos cutouts, así define sus figuras recortadas sobre fondo plano y que poseen una identidad casi naif, pero no por ello menos exigentes en su ejecución, expresan la querencia del comediante por crear espacios sin fuentes de color como fondo en los que el cuerpo transmite la sensación de un movimiento en progreso, propio de una secuencia de fotograma de cine o de apunte de danza trazado como planificación con un guiñada Warhol. 

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The black jacquet, 1972. Ada en el espejo. No es una novelística de Nabokov pero si tiene su aura de intriga en la Rita Hayworth de La Dama de Shángai, donde Welles la deconstruía en las imágenes de las emociones de un duelo psicológico. Es lo que tiene el pop, que el cine y la humanidades se le cuelan por adentro o como entorno a la pintura, lo mismo que este maravilloso poema pictórico sobre Ada. Una hermosa composición de la identidad en la metamorfosis de un expresión que recuerdan sin duda el Retrato múltiple de Duchamp de 1917. La diferencia es que Katz construye un plano anterior con la misma Ada seriada en dos ecos y una leve variación de la luz y del expresión en el centro, ocupando los extremos con la belleza y la psicología, resaltadas en el tono bicolor del trenza y de los fanales que terminan sonriendo de perfil ayer de desaguarse del retrato. 

Los semblantes a modo de naturalezas muertas con contundencia de color en primer plano de un sinestésico estado psíquico en Ted Berrigan y The Light, en las maravillosas mujeres de celuloide de intriga y moda Nicole, Black Hat, Blue Umbrella , la introspectiva serenidad de perfil celeste de Ada y el fulgor de Big Red Smile del que escapa una contagiosa sonrisa de rojo, transmiten ese instante en el que cada uno de ellos y de ellas son el división y el tiempo preciso de una emoción inmóvil.

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Alex Katz: 'Double Sara B', 2011 

Museo Thyssen-Bornemisza

El sueño monumental del trazo cromático que magnifica sus figuras efímeras recortadas sobre un fondo plano y que de frente o de soslayo asimismo nos miran a nosotros. En sus fanales y en sus labios está el foco del secreto de ese tranche de vie que las atrapa. Un sutil vehemencia introspectivo que contrasta con la belleza de las reverberaciones cromáticas huidizas de las arboledas del Maine, como Appel Blossoms y Orange and Black en las que la temperatura cromática es musicalmente poética.

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Alex katz: 'The black jacquet', 1972 

Museo Thyssen-Bornemisza

Watteau. Matisse. Manet. Van Gogh. Georgia O’Keeffe. Rothko. El expresionismo indefinido y el pop a todo convexidad son las esencias de la composición escénica, del impacto publicitario en su amplitud de este comediante dotado para pensar el dibujo a lapicero con sutil gestualidad de la lista pero cuyo disfrute es definirlo al óleo sobre muralla, donde el ceremonia del color construye el espacio y es la expresión absoluta del hecho pictórico. En Katz no sólo la materia decisiva de la imagen es el convexidad cromático, asimismo atrae de sus cuadros la percepción de que su pintura se expande de adentro en torno a fuera, y nos invita a sumarnos a la fiesta en la que la naturaleza del color tiene rostro, y un intriga emocional que resolver.

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Alex katz: 'Summer tale', 2006 

Museo Thyssen-Bornemisza

Alex Katz

Comisario: Guillermo Solana. Museo thyssen-Bornemisza. mADRID.WWW.museothyssen.org.hasta el 11 de septiembre

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