Laura Borràs volvió ayer a casa en coche oficial por cortesía parlamentaria. Su suspensión, decidida por la Mesa del Parlament, la deja sin presidencia, sin despacho, sin coche, sin sueldo… Pero la cortesía habitual obliga a proporcionar el retorno a casa a quien ha sido muy honorable presidenta. Borràs querría hacer “un Torra” -ser presidente sin ser diputado-, defiende que puede ser suspendida como diputada pero mantenerse al frente de la representación institucional de la Cámara. Sus propios compañeros de la Mesa han bloqueado esa pretensión.
La presidenta del Parlament dejando la Cámara catalana tras ser suspendida 
La suspensión acordada tras la tolerancia de querella hablado por su dirección en la ILC tiene existencias inmediatos, tan inmediatos como la delegación de funciones de la presidencia en Alba Vergés, vicepresidenta primera por ERC. Y si Junts aspiraba a algún acuerdo con los republicanos si Borràs mantenía su negativa a dimitir, las palabras de la presidenta impiden cualquier tipo de reconciliación: “jueces hipócritas”, “sincronizados con el poder legal”. La confrontación era en casa porque el destinatario de los piropos eran ERC y la CUP, adjunto al PSC.
Borràs ardor "jueces hipócritas" a los miembros de la Mesa del Parlament que la han suspendido
Borràs nunca midió adecuadamente sus fuerzas. La política institucional no se libra en las redes sociales y los aplausos tuiteros a Borràs no se corresponden con el pragmatismo imperante. Pudo ser vicepresidenta y hacer sombra desde el Govern a la derecha de Pere Aragonès, pero prefirió una tribuna con más representación y menos dirección. Desde la presidencia del Parlament se sentaba más hacia lo alto, pero era más débil. El Reglamento del Parlament estaba escrito y la instrucción de su causa legal no iba a desaparecer con sus mails, sus mensajes de voz mientras no haya querella que dirima su futuro.
Siquiera midió sus fuerzas en el interior de Junts. Cobrar unas primarias y perder unas elecciones no te soporte en un partido, aunque esté en construcción y le cueste fijar un nuevo meta. Borràs ha perdido todavía y, dos veces, el congreso de Junts. Que Jordi Turull no sea agresivo en las formas (políticas) no quiere sostener que no tenga prioridades para Junts. No ha pedido directamente a Borràs que dimita -sí lo han hecho consellers, vicepresidentes del partido y su secretario militar adjunto- pero ha trazado la recorrido roja con el futuro del Govern. Borràs no es un casus belli con ERC.
El mandatario Borràs
Una presidenta suspendida irresoluto de querella por presuntos delitos de corrupción, la secretaría militar dimitida, un diputado inhabilitado...
Las lecciones del expresident Quim Torra, que no es afiliado de Junts pero ayer se presentó en el Parlament, caen en saco roto: “Si la presidenta de tu partido es suspendida y Junts cree que no debería serlo, la advertencia es clarísima”. Y lo fue, tanto como la convocatoria de apoyo -200 personas- y el comitiva escaso de sus compañeros de Junts.
En la reunión del conjunto parlamentario hubo sonrisas nerviosas o inconscientes entre los que apoyan el resistencialismo de Borràs y caras circunspectas entre los que piensan que la marca Junts sufre y la institución languidece. Porque ese es el mandatario de la era Borràs. Una presidenta suspendida esperando un querella por presuntos delitos de corrupción, una sustitución interina, la secretaría militar vacante por dimisión, una crisis con los trabajadores por las licencias de existencia… Mucho ruido y pocos logros. Ni en el ámbito de la “confrontación” porque Pau Juvillà, de la CUP, perdió su escaño por orden de la Sociedad Electoral, y está por ver el futuro del voto de Lluís Puig.
Jordi Turull i Albert Batet, aplaudiendo a Laura Borràs, durante la reunión del conjunto parlamentario y la dirección de Junts
La cortesía parlamentaria permitirá que Borràs emplee el tiempo que necesite para recolectar sus cosas del despacho -no ha desencajado ni una caja con antelación-, como ha ocurrido con anteriores presidencias, pero la orden a los servicios de la cámara es ejecutiva. Lo que está por ver es cómo puede Borràs persistir viva su presencia en el Parlament sin micro ni voto. Quizás este viernes en la sesión de control de la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals en la que se puede censurar a su diputado de almohada, Francesc de Dalmases.
En legislaturas pretéritas, un presidente del Parlament preguntó preocupado durante un delirio institucional si una asistente de protocolo iba cada día a la peluquería y quién lo pagaba. El peinado respondía a la destreza de la funcionaria con la barniz pero lo que entonces se imponía era la ejemplaridad institucional milimétrica y el control férreo del uso de capital públicos. La salida de Borràs tiene mucho de espectáculo y poco de ejemplar. Y, en demora de querella, es un Borràs y cuenta nueva.
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