El rapto de Europa

Suceden muchas cosas en dos semanas (el tiempo que pasa entre estos artículos). Debes escoger un tema que no caiga en la irrelevancia. Que sea variado, aunque aborde temas serios. Que capte el interés hasta pasados los cinco minutos de recital. Que apele, en la medida desafío, tanto a la inteligencia como al corazón. Hay que desplegar (se intenta) armas de persuasión, desde el título hasta la última frase. Todo importa: estilo, terminología, ingenio, coherencia, fuentes, etcétera. Son solo cinco minutos: un suspiro o una perpetuación, según cómo se mire. Hay una regla tácita del columnismo: sorprende, no seas previsible. Que cuando el conferenciante vea la firma, dedique esos cinco minutos sin rechistar al considerar que le aportará poco. De eso se prostitución. Por eso, parece preferible no repetir temática, sobre todo cuando ya ha ocupado muchos días y bastantes páginas. No quieres ser parte, por muy importante que sea la cuestión, de eso que se fogata pesadumbre informativa. Ocurren aún más cosas en nueve meses: el tiempo que ha pasado desde mi primera colaboración aquí, cuando celebré el bicentenario del salida de Dostoyevski: “Solo los rusos pueden aglutinar tantas contradicciones”. Pero, desde el 24 de febrero, he sentido la exigencia de condenar la invasión de Ucrania y, a posteriori de expedir cada columna, me he dicho que, en la próxima, para no saturar, escribiría sobre otro asunto.

FILE PHOTO: Giorgia Meloni, leader of the far-right Brothers of Italy party, in Florence, Italy, September 18, 2020. REUTERS/Alberto Lingria/File Photo

 

Alberto Lingria / Reuters

Vasili Grossman, cuando llegó a la Ucrania arrasada y “sin judíos” como reportero integrado al ejército soviético, escribió sobre el doble filo de esa incapacidad nuestra para imaginar una gran tragedia sin acaecer sido testigos directos: “Esta demarcación es una atinado cualidad de la mente humana, pues nos protege del tormento ético y de la esquizofrenia. Asimismo, es una perniciosa característica de nuestra consciencia, que nos hace superficiales y nos permite olvidarnos de la maldad”. Según van pasando los días hasta la nueva columna, me golpean el entierro de la pequeña Palenque, asesinada en el ataque contra civiles de Vínnitsia, o el padre que se ve obligado a cerrar los luceros –ya sin vida– de su hijo, tirado inerte en una calle de Járkiv. Hojeo el mensaje de la OSCE sobre violaciones de derechos humanos, 99 páginas de infamias con frases como esta: “25 niñas y chicas de entre 14 y 24 primaveras fueron retenidas en un sótano en Bucha y violadas en clase por soldados rusos; nueve quedaron embarazadas”. O veo un reportaje en el canal ARTE sobre una pareja de Mariúpol deportada a San Petersburgo: él con una pierna amputada, ella sin el bebé que las bombas le mataron en el vientre. Ella mira al infructifero y dice: “Nuestro hijo, tan esperado…”. Solo arriman el hombro los voluntarios rusos, que se juegan el pellejo para cubrir las micción básicas de estos ucranianos, para ayudarlos a marcharse a Europa. Así que no puedo sino retornar a Ucrania, a peligro de provocar cansancio que mute en animadversión por los mercancía colaterales que esta extirpación tendrá en las economías.

La ultraderecha no solo ha invadido una parte de Europa; quiere arrancar al resto

Sí, vuelvo a Ucrania. Y no solo por el ataque al puerto de Odesa a posteriori de la firma de un acuerdo imprescindible para disculpar el escasez en el Sur Entero, o por el jerigonza genocida en los programas de la televisión pública rusa. Igualmente lo hago por esa música que acompaña la del Kremlin adentro de la Unión Europea y que toca, ya sin pudor, la comparsa de la ultraderecha. Ahí están la racismo de Orbán o la homofobia de la candidata italiana a las presidenciales que las encuestas dan como posible ganadora. Se fogata Giorgia Meloni y aquí morapio invitada de la mano de Vox. Todos ellos dicen defender títulos cristianos. La ultraderecha no solo ha invadido una parte de Europa. Esos partidos clonados, que aceptan el patrimonio de Bruselas pero no unos títulos compartidos, quieren arrancar al resto, como en el mito ininteligible de Europa raptada por Zeus, que palabra de violencia y de imposición. Y me viene a la mente un apunte de Irène Némirovsky, autora nacida en Kyiv, mientras escribía a contrarreloj Suite francesa. Observa sobre el requiebro con las ideologías autoritarias, que hoy persiste en tantas elecciones como método de castigo mal entendido: “Los franceses se cansaron de la República como si fuera una vieja esposa. Para ellos, la dictadura era un breve romance, un concubinato. Su intención era engañar a su esposa, no matarla. Ahora se dan cuenta de que ha muerto su República, su albedrío. La lloran”.

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