Los partidos italianos tenían más de cinco días para abocar posturas y unirse para evitar un marco de total incertidumbre en plena crisis social y cuando Rusia amenaza con cerrar el gas. No han sido suficientes. A posteriori de horas de cónclaves ininterrumpidos, los presagios del entorno de Mario Draghi que veía con incredulidad un cambio de canon en tan poco tiempo se han cumplido.
El expresidente del Mesa Central Europeo (BCE) dimitió convencidamente delante el presidente de la República, Sergio Mattarella, el jueves pasado, cuando constató que la mayoría que le había apoyado en su investidura se había roto luego del plantón del Movimiento 5 Estrellas (M5E) en un voto de confianza. Entonces el patriarca del Estado rechazó su dimisión y le conminó a regresar al Parlamento para comprobar si todavía tenía apoyos suficientes, solo luego de ocurrir cerrado una importante alianza energética en un delirio a Argelia.
Draghi se convenció de intentarlo por la presión en Italia y en Europa para que se quedase en el cargo
Así lo aceptó Draghi y, con el paso de los días, se fue conmoviendo por las numerosas llamadas de dirigentes internacionales –Pedro Sánchez incluso escribió un artículo de opinión en Politico– que le animaban a no descuidar el barco. Incluso por los casi 2.000 alcaldes italianos que han firmado una petición para que no deje sus deberes a medias delante la importancia de completar el plan de recuperación. Sindicatos, patronales, federaciones de médicos, de profesores, de empresarios, grupos antimafia y hasta la Iglesia había desencajado en su defensa.
Todo ello sirvió para que Draghi decidiera darse una nueva oportunidad y comprobar si podía hacer un postrero esfuerzo, un día antiguamente de una decisiva reunión del BCE.
En la marcha de advertencia accedió a acoger a Enrico Letta, secretario común del Partido Demócrata, pero además a los enviados de los grupos de derecha que apoyaban al gobierno, empezando por el liguista Matteo Salvini y el líder de Forza Italia, Silvio Berlusconi, que regresó de su casa en Cerdeña dada la recaída del asunto.
Estas reuniones, unidas al optimismo en algunos círculos políticos, hacían creer en la posibilidad de que el premier diese este miércoles un discurso conciliador y se resolviese la crisis.
Pero al final, Draghi optó por una vía media. Su discurso con condiciones, en un tono durísimo, delante el Senado, dejó perplejos a los grupos díscolos. En la Cámara Inscripción había muchos senadores descolocados que ni siquiera ellos sabían qué les iban a ordenar sus jefes de filas. La gran clave en un principio iba a ser la respuesta del M5E, pero las caras largas de la Faja durante las palabras de Draghi ya hacían sospechar que iba a ser un día liberal. “Mal”, contestaba, escueto, un senador liguista preguntado por las perspectivas de continuar en el Ejecutor.
Salvini se movió a dialogar con los suyos. Luego se retiró a Villa Alto, la nueva morada de Silvio Berlusconi en Roma, para negociar directamente con Il Cavaliere . Habló por teléfono con el presidente Mattarella, pero además con la líder de Hermanos de Italia, Giorgia Meloni, su aliada y rival más directa por el voto ultraderechista. Berlusconi llamó a Draghi. La ristra ya estaba marcada: estaban decididos a continuar en el Ejecutor sólo si el M5E quedaba fuera. Para materializarlo, elaboraron otra resolución que podría ser votada que incluía una renovación del Ejecutor. El primer ministro no quiso escucharles.
En campo grillini , hasta su líder, Giuseppe Conte, estaba perdido poco antiguamente del voto. “¿Qué tengo que hacer?”, preguntaba. El desmarque de la derecha les facilitó el camino y ya no podrán ser vistos como los únicos culpables de la caída del gobierno Draghi. Italia es un país versado en crisis veraniegas, pero de las últimas esta ha sido la más impredecible.
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