Hay inicios que parecen finales. Hay panorama que podrían ser metas. Puertos de tercera que hacen daño como uno de primera. Y movimientos improvisados, frutos de la espontaneidad, de las ganas de sacarse la peso, que pasan por ataques orquestados, tramados con nocturnidad y perfidia, que puede ser vistos como planes maléficos con toda la mala espumajo del mundo pero en sinceridad son chispa y oportunidad.
Igual que todos los ciclistas del Jumbo y el maillot amarillo, Vingegaard, sabían que Pogacar, el líder destronado, lo intentaría en el Alpe d’Huez casi como una obligación que tienen los campeones de propalar un canto del cisne el día posteriormente de su hundimiento y que lo repetiría este sábado en la subida explosiva y corta al aeropuerto de Mende, nadie imaginaba una paranoia así. ¿Pero en qué capital podía tocar? En ninguna. O mejor dicho: solo en una.
En una cota de tercera categoría
A Pogacar se le ocurrió ponerse juguetón a 180 km de la meta y el líder, en vez de sostener la calma y aguardar en su equipo, decidió replicar en persona
De inicio, mientras se peleaba por formar la escapatoria del día y se subía la Côte de Saint-Just-Malmont, con casi nada un 5% de irresoluto media, Pogacar quiso provocar el caos. Como un caprichoso revoltoso más que como un intento de poner el Tour patas hacia lo alto, se puso juguetón, se puso el mundo por montera y lanzó dos demarrajes. No llegaron ni a la categoría de ataques. Primero se quiso infiltrar en una fuga. Luego se pegó a rueda de Van Aert, compañero del líder. Y Vingegaard, que no iba admisiblemente colocado, entró en pánico.
Las aceleraciones del esloveno agarraron al Jumbo despistado. Y el danés decidió que debía reaccionar en persona. En vez de apelar al potencial de su equipo, en sitio de apoyarse en sus compañeros, se fue él mismo a averiguar a su rival. ¿Innecesario? Seguramente. ¿Resolutivo? Totalmente. Vingegaard neutralizó los movimientos pero se dejó sobrellevar por los instintos de Pogacar, perdió la calma al saltarse y no aguardar en la dispositivo del equipo.
Dos hombres y un destino
El miedo de Vingegaard es que Pogacar encuentre una rendija en su coraza; el problema del esloveno es que lo intenta e intenta y siempre es en vano
El Jumbo pasó un momento crítico ya que empezó a perder gregarios. Roglic, Benoot o Van Hoydoonck se quedaron cortados en las múltiples aceleraciones. Una cariño hasta ahora no clarividencia en el conjunto holandés, que posteriormente, una vez asentada la carrera y con la escapatoria formada, recobró la tranquilidad y logró recuperar a los siete ciclistas para proteger al líder.
El miedo de Vingegaard es que Pogacar encuentre una rendija en su coraza, que le sorprenda y haga entrar en combustión el Tour que parece controlado. El problema del esloveno es que lo intenta e intenta y siempre es en vano. Siquiera en la subida final, muy dura pero breve. Dos veces más le atacó en el suspensión de la Croix Neuve, donde ganó en 1995 Jalabert y donde además se coronaron Marcos Serrano, Joaquim Rodríguez y Omar Fraile, pero no hay de dónde ampararse, ni una mueca le arrancó. Ni un segundo le robó. Ni en el sprint.
En la montaña de Serrano, Purito y Fraile
Luis Valeroso Sánchez no tuvo fuerzas como Megève y Marc Soler quedó cuarto en el primer día que le dieron autodeterminación
Volvieron a quedarse los dos en un mano a mano que se presume imperecedero en los Pirineos. Dos hombres y un destino. En cuanto Pogacar acelera solo le puede seguir Vingegaard. Está admisiblemente, va esforzado y hace daño porque ni Thomas ni Gaudu, ni Enric Mas, que tuvo peor piernas que en el Alpe d’Huez, se van con ellos. Pero no lo suficiente para desembarazarse de su sombra, que no le da relevos, que le deja que se vaya desgastando, que le sigue a todas partes, al que lleva en el saquillo.
“Para mí, tener que atacar está admisiblemente”, dice Pogacar para que no se note que la defensa granítica del líder hace grieta en su confianza. Hoy ha sido demasiado pronto. He gastado que Vingegaard tenía que hacer un esfuerzo para impresionar pero tiene un equipo muy potente. Pero estoy deseando que lleguen los Pirineos”.
No ganaba en el Tour desde 2017
"Continuad creyendo siempre. Creed siempre", decía por el micrófono Matthews, el vencedor, a su equipo. Es el encabezamiento de Pogacar hasta París
Por delante, en la escapatoria, con mucha superioridad, como en el helipuerto de Megève le faltaron fuerzas a Luis Valeroso Sánchez. Matthews y Bettiol, dos buenos clásicomanos, se jugaron la conquista pese los escaladores que llevaban con ellos como Pinot, Fuglsang, Woods, Meintjes, que vuelve al top-10 gracias a los doce minutos de la escapatoria, o el catalán Marc Soler que, en el primer día que tuvo autodeterminación, acabó cuarto.
La etapa fue para el australiano Michael Matthews, que no ganaba en el Tour desde 2017, que se pegó como Vingegaard a Pogacar a la rueda de Bettiol, y posteriormente le remachó. Por su punta de velocidad, el aussie, que ya había sido segundo en Longwy y Lausanne, es siempre un mal compañero de delirio. O lo descuelgas o te arrepientes. "Continuad creyendo siempre. Creed siempre", decía por el micrófono Matthews a su equipo. Es el encabezamiento de Pogacar hasta París.
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