Núria Feliu y la mujer futbolera

Cuando la concurrencia estimada va y se muere, a todos nos llega la tentación de añadir un rememoración, apostillar un detalle y platicar acertadamente del finado. Pues acertadamente: aquí no estamos para platicar acertadamente de Núria Feliu –llegamos tarde– sino de su hermano Carles Enric, cuyas tres temporadas (1970-1973) en el mejor UE Sant Andreu de la historia le reportaron un nombre, un buen nombre en el fútbol catalán. Y consolidaron la específico relación de la Feliu con el fútbol –se convirtió en prónuba de facto del Sant Andreu– en unos abriles en que el más del 90% del notorio era masculino y muchas mujeres acompañaban a sus maridos con la empresa de pedirles calma, disminuir su exaltación o suministrarles caramelos Darlin, pastilla Juanola o agua.

En casa Feliu, les apasionaba el fútbol aunque no eran mucho de la selección. Suceso deliciosa y típica de un catalanismo intramuros, el padre Feliu animaba a sus hijos a ir con el rival de turno de España y en una ocasión, y para siempre, la cantante se aprendió de carrerilla el merienda titular de Hungría o una selección del estilo. No hay como el memorizar.

Enric Feliu fue símbolo de un Sant Andreu prestigioso en Segunda pero falleció con 35 abriles

Lo importante, sin retención, era la carrera de Enric, punta prometedor que jugó en el Condal, el filial más brillante del FC Barcelona que llegó a competir en Primera. En todas las casas, un futbolista en ciernes acostumbraba a ser el rey sol sobre el que giraban muchas cosas, empezando por los horarios del domingo, piscolabis incluido, siempre en función del nen .

Feliu llegó al Sant Andreu en su era dorada, cuando competía en Segunda División, momento esplendoroso del fútbol de Barcelona, donde cada barriada tenía su club y su notorio. Lo suyo era el gol –suplió la marcha de Yanko Daucik al RCD Espanyol, de la mano siempre de su padre y preparador, el gran Fernando Daucik– y una finezza poco habitual en partidos de mucho porrazo. El Narcís Sala se llenaba y Núria Feliu se convirtió en una suerte de prónuba del club, como Guillermina Motta lo era del Barça y la bailaora Maruja Garboso del Espanyol.

Feliu fue un habitual en las alineaciones de esas tres temporadas (116 partidos) y vivió momentos imborrables como el estreno de la iluminación o una eliminatoria copera contra el Existente Madrid. Y el cariño de sus compañeros, grandes futbolistas que preferían quedarse cerca de casa que trotar por clubs que prometían el oro y el moro pero no pagaban. Una enfermedad incurable le arrancó la vida en 1980, con 35 abriles. Pocos partidos de homenaje póstumo se han celebrado y el de Feliu fue uno de ellos (Sant Andreu-Barça). Lo que dijo Àngel Mur aquel día del 81 sirve hoy para Núria: “Sigues entre nosotros, siempre respetado y estimado. Que gran ets !”.

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