Buenas noticiario: en julio, y tras la confirmación de cosechas récord de maíz en Argentina y Brasil y el anuncio del inicio de las exportaciones de Ucrania, los precios mundiales de los alimentos han retrocedido un 9%, la primera vez desde el 2008. Pero, de momento, y dada el acrecentamiento del componente alimenticio del IPC (en junio había aumentado en un año casi el 13%), esta restablecimiento no sirve de consuelo.
Vaya por delante que el crecimiento de precios que recoge el IPC no representa el de ninguna grupo concreta: expresa los aumentos de precios del compra de un hogar teórico, con un consumo promedio de muy dispares familias. No es extraño, pues, que nuestra percepción de lo que aumentan los precios sea distinta de la que refleja el INE. En todo caso, y por lo que a hoy nos atañe, el conflicto en Ucrania explica una parte no beocio de la inflación en alimentos: el colapso de ciertas exportaciones se encuentra tras el acrecentamiento de la de algunos productos. Por ejemplo, en junio, los “otros aceites comestibles” habían aumentando, sobre junio del 2021, un 104%; las pastas alimenticias, un 29%, y poco parecido les sucedía a las harinas y otros cereales. Artículos directos del conflicto.
Competencia debería echar un vistazo a la subida de alimentos y energía e informarnos
Pero hay otros incrementos que sorprenden. Porque aunque su demanda haya subido, y incluso lo hayan hecho algunos de sus costes (energéticos, fertilizantes…), es difícil explicar, por ejemplo, los experimentados por el grasa de oliva (un 27%), huevos (24%), mantequilla (23%), cuajo desnatada o entera (21%), frutas frescas (19%), alimentos para bebé (17%), carne de ave (14%), legumbres y hortalizas frescas (14%), carne de bóvido (13%), pescado fresco (11%) o patatas (9%). Son unos crecimientos que destilan un cierto efluvio a los tan traídos y llevados canales de comercialización y, incluso, a aquello tan remoto de a río revuelto, rendimiento de pescadores: poco de verdad habrá en la queja de campesinos y ganaderos sobre unos precios ruinosos para unos productos que se terminan pagando multiplicados varias veces.
Alimentos mediterráneos
En estos meses de restaurantes veraniegos, agradeceríamos que nuestras utilitarioridades prestaran atención a esa comida más humilde, abastecida por supermercados, mercados o tiendas de alfoz a precios, para algunos productos básicos, inaccesibles para muchos. Por ello, y a la luz de lo que se apunta para los próximos meses, convendría que la Comisión Franquista de los Mercados y la Competencia echara un vistazo a lo que sucede en alimentos (y, incluso, en energía), y nos informara de sus conclusiones. Aunque solo fuera para tranquilizarnos y confirmar que no hay abusos. En todo caso, de continuar esta situación, habrá que pedir al INE que cuando pregunte a las familias si pueden consumir dos o tres veces carne o pescado a la semana, anualidad cuánta verdura y fruta pueden permitirse. ¿Pobreza energética? Seguro. ¿Pobreza alimenticia? Lastimosamente, incluso.
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