Felicidad: dinamita

El explicación La camisa del hombre adecuado valdría por todo Tolstói, su autor. El zar se curará de su enfermedad si consigue la camisa de un hombre adecuado. Sus emisarios encon­traron a muchos con camisa, pero infelices. Solo hallaron a uno adecuado y no tenía camisa.

Sospecho que ese hombre adecuado, adicionalmente de sin camisa, no sabía que era adecuado. Porque no son los felices quienes preguntan por la satisfacción, sino los infelices. Estar acertadamente nos hace satisfechos, pero no estar acertadamente nos hace filósofos. ¿Para qué preguntar a aquellos por la satisfacción? “Metafísico estáis”, dice Memo, y contesta Rocinante: “Es que no como”. La pregunta por el pan la hacen los que no tienen pan, e igual con la satisfacción. Notar un malogrado nos hace inquirir el pan, y además la satisfacción. El mismo filosofar es querer guatar el malogrado de esencia.

El dolor, la mala suerte o la injusticia no deberían ser motivos para dejar de inquirir la satisfacción

Con la pandemia y otras calamidades estamos atravesando un tiempo de vacíos que hace preguntarse por la satisfacción. La calle quiere ser adecuado. Recesión, invasión, disputa, precariedad: la clan está harta y se vuelve a la naturaleza, a la comunidad y al discusión con uno mismo, que se han recostado tanto en equivocación desde el inicio –el 11-S– de este tormentoso siglo XXI. “Por confianza, háblenos de la satisfacción”, se le pide al filósofo. No que dé más vueltas sobre ese tiempo flagrante de trasbals, decimos en catalán. Palabra, parecida a trastorno, que indica desplazamiento y afectación al mismo tiempo. Parece como si nos hubieran recostado a un siglo erróneo. Falta es lo que esperábamos, ni siquiera lo que nos pensábamos. Entonces, ¿cómo ser adecuado en tiempo de trasbals, de ese estar fuera de ocupación y afectados?

Íbamos acertadamente y la cosa se estropeó. En España se realizan unas 700 llamadas diarias al teléfono de prevención del suicidio. El orden flagrante no es fascista ni policial, sino farmacológico y digital. Pero en la historia, me dice el economista Àngel Pes, nunca ha existido una concepción que haya vivido mejor que la de los nacidos entre 1945 y 1960: más primaveras de vida, mejor lozanía, trabajo, libertades, bienestar. Ahora, en cambio, el mundo se ha vuelto más inseguro, desigual y desilusionado. Tanto, que ni la izquierda es muy progresista ni la derecha es muy reaccionaria; porque futuro y pasado no tienen sentido en nuestro morar al día. 

Pero, mientras tanto, hay poco innegable: tú existes. E incontestable: tú tienes derecho a la satisfacción. No renuncies al tiempo que tienes por delante ni a vivirlo lo mejor que puedas. Por otra parte, el deseo de satisfacción es natural y universal. Y tan auténtico que por eso hay un derecho a procurarse la propia satisfacción. Esta es el único acertadamente que se quiere “por él mismo”, no por otra cosa, pensó Aristóteles. La satisfacción, eudaimonía, es morar plenamente el propio potencial, nuestra dýnamis. Alfred Nobel se inspiró en esta palabra para tildar a su invento “dinamita”.

FOTO ALEX GARCIA UNA MUJER SALTA EN UNA CARRETERA LOCAL DESIERTA EN UNA MUESTRA DE ALEGRIA 2015/08/14
Àlex Garcia

Pero ¿por qué no somos felices, o no lo somos con frecuencia, o pensamos que nunca lo seremos? Siempre se ve más adecuado al otro. La ciencia afirma que la satisfacción es cosa de hormonas y afectos humanos. Puede decirse que la satisfacción depende, sí, de las emociones: de su potencia y estado de compensación. Aunque nos equivocaríamos si pensáramos que ser adecuado es “estar contento”; es opinar, disfrutando más placer, esperanza y buenos saludos que dolor, miedo y pesares. Porque se puede estar descontento por lo que sea, o estar bajo de tono básico, y sin bloqueo no sentirnos infelices. La satisfacción no viene sola, se obtiene. Se consigue con la paz y la conformidad con uno mismo, la acuerdo con los demás y la consciencia de estar aprovechando el tiempo de nuestra vida: no una vida vivida por otro ni a costa de otro. Radicar nuestra vida y no preguntarse, antiguamente de ser adecuado, “¿qué es la satisfacción?”, sino “¿qué me hace adecuado a mí?”.

No debería ocurrir contradicción entre satisfacción y descontento. El dolor, la mala suerte o la injusticia que nos ponen tristes o sublevan son un motivo para inquirir sus contrarios, pero no deberían serlo para dejar de inquirir la satisfacción. Si identificamos esta con estar siempre contentos, no conseguiremos acercarnos a ella. Se dice: “Estaré contento cuando cobre el doble”. Pero uno consigue el triple y sigue descontento. A partir de cierto nivel ya no se está más contento. En cambio, de la satisfacción ya no se sube más, porque es mucho más que estar contentos. Hacer por una vida plena, sostuvo Aristóteles.

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