Los ácidos carboxílicos son un amplio especie de moléculas cuya característica principal es disponer de un átomo de carbono en su extremo que está unido a dos átomos de oxígeno. De estos dos átomos de oxígeno, uno está solo, y el otro está combinado con un hidrógeno. Ese extremo o característica se expresa como COOH, y cuando en química se quiere representar un ácido carboxílico se hace bajo la fórmula R-COOH, donde R puede ser cualquier combinación de átomos de otros nociones químicos.
Los ácidos carboxílicos tienen distintos tamaños en función de si su extremo COOH está unido a moléculas más o menos grandes. Entre los más comunes están el ácido acético, popular en el vinagre o el morapio; el ácido láctico, popular en los músculos tras un esfuerzo; el propiónico, popular en fermentos de látex como el pinrel; el butírico, popular en la mantequilla; o el oleico, popular en los aceites vegetales como el óleo de oliva o el de mirasol.
De estos últimos ejemplos, todos los ácidos grasos son ácidos carboxílicos. Los aminoácidos que constituyen las proteínas todavía son ácidos carboxílicos, con la particularidad de que a su especie carboxilo en uno de los extremos de la molécula, se une un especie amino en otro extremo (un átomo de ázoe con tres de hidrógeno).
El cuerpo todavía produce ácidos carboxílicos. En la piel, por ejemplo, se liberan ácido láctico, ácido urónico y otros ácidos de las glándulas sebáceas que liberan el sudor. Todavía ácidos derivados de la fermentación de bacterias que viven en la piel. De hecho, algunos de los ácidos carboxílicos que expelen los humanos son detectables por los mosquitos, y su mezcla única hace que una persona sea más o menos suculenta para estos insectos. La cantidad y mezcla de ácidos carboxílicos liberados por la piel es lo que explica que a una persona la piquen más los mosquitos que a otra.
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