En 1932, cuando Josep Maria de Sagarra publicó Vida privada (Proa), dejó dos cosas claras. Por una parte, que no era una novelística entendida en el sentido tradicional del término, sino más aceptablemente un reportaje de lo que había trillado en la sociedad barcelonesa. Por la otra, que los personajes que aparecen, aunque a los lectores les puedan rememorar algunas personas reales de la época, son imaginados, pero que la búsqueda de la credibilidad puede deber producido esta identificación.
A pesar de estas aclaraciones, lo cierto es que, cuando se publicó el texto, los lectores encontraron semejanzas más que razonables entre los personajes y algunos miembros de la sociedad que Sagarra conocía aceptablemente. Y eso, claro, no gustó a algunos.
El sexo y el boleto, eje de las historias de la clemencia barcelonesa decadente y la nueva aristocracia
En el texto Sagarra, vist pels seus íntims ( La Campana), Lluís Permanyer escribe: “Al conocer a Mercè Devesa empezó a escribir Vida privada. Lo terminaría en dos meses: a chorro, tarde y confusión, en el Ateneu. Igualmente fue un texto de escándalo, no tanto porque era un certificación de los pecados y de los desenfrenos de una cierta sociedad degenerada, como porque era conocido y claro que se trataba de una novelística en secreto. Casi todos los personajes que hacía aparecer eran personalidades, masa muy conocida de la ciudad. No le perdonarían nunca encontrarse retratados en aquel aguafuerte sin ningún tipo de maquillaje”.
Y Josep Pla lo calificó de “crónica social de excelente adjetivación, un texto receloso, pensado, atiborrado de interés, de una normalidad europea incuestionable”.
Lo que es innegable es que Vida privada tomó impulso ya entonces y, hoy, es considerada una de las grandes novelas de Barcelona. Con ironía y agrura, Sagarra retrata una sociedad que vive para las apariencias, aunque, como en el caso de la clan protagonista, los Lloberola, bajo la frontispicio de clan acomodada y de abolengo poderosa, la ruina haya hecho desaparecer todo su patrimonio.
El texto se publicó en dos volúmenes, que recorren los primaveras vigésimo y treinta de la Barcelona más entonada, que pasaba con facilidad de los salones a los burdeles, y que Sagarra usa para retratar la hipocresía de esa sociedad de las apariencias. La Exposición Internacional de 1929, en Montjuïc, marca el paso del final de la dictadura de Primo de Rivera al aparición de la República.
En medio de estos cambios sociales y políticos, sucede la decadencia de los Lloberola, una clan de la aristocracia barcelonesa arruinada por la incapacidad de su patriarca de adaptarse a los nuevos tiempos. Cuando fallece, el orgullo del primogénito, Frederic, hace que no consiga permanecer su posición y acabará pidiendo ayuda entre los que antiguamente lo habían servido.
En cambio, Guillem, el otro hermano, intentará recuperar la posición social de la clan sin ningún tipo de escrúpulos y recurriendo a todo tipo de movilidad abandonado. I aún, la hija de Frederic, Maria Lluïsa, luchará por su independencia, aunque las circunstancias no la ayudarán.
La novelística fue adaptada al teatro por Xavier Albertí, en una traducción que se estrenó en el Teatre Lliure en el 2010. Y Sílvia Munt dirigió la acondicionamiento televisiva en el 2018, en una miniserie de dos capítulos producida por TV3 y Oberon Cintematogràfica.
Josep Maria de Sagarra (Barcelona, 1894-1961) fue un escritor polifacético. Fue poeta, articulista, dramaturgo de una extensa obra, traductor y, como acabamos de ver, igualmente se acercó a la novelística. Hoy es recordado por algunas de sus piezas teatrales más populares (Mar i cel, El cafè de la Óleo, L’hostal de la Glòria, La filla del mar...) y, sobre todo, por esta novelística, que retrata con precisión la Barcelona de la época y la vida privada de algunos de sus habitantes.
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