El mundo estuvo a punto de perderse la escritura de Kurt Vonnegut (Indianápolis, 1922-Manhattan, 2007). El autor, que nació tal día como hoy hace cien primaveras, no confiaba en que sus relatos fueran a demorar a ninguna parte pese a que logró editar el primero de ellos a sus 28 primaveras en la reconocida revista Collier's Weekly. Esa desatiendo de autoestima se la inculcó uno de sus profesores, que le echó en cara que sus escritos no eran lo suficiente buenos como para dedicarse a ello. Sin incautación, el destino se puso de su parte y logró un empleo en el taller de escritores de la Universidad de Iowa. Desde entonces, las humanidades le acompañaron. Además lo hizo la ciencia ficción pues, como él mismo escribió en Cuna de sagaz, “cada persona aquí tiene alguna especialización, poco que dar al resto”. Y la suya era esa.
Precisamente la mencionada obra acaba de ser publicada por Blackie Books. Jan Martí, editor jerarca de la editorial, considera que “es uno de sus mejores libros y quizás el más divertido que se ha escrito sobre el fin del mundo. Una irreverente sátira sobre la irresponsabilidad de los científicos nucleares y los gobiernos ávidos de poder, un tema de mucha ahora”.
Lo cierto es que Vonnegut nunca ocultó su desatiendo de fe en la humanidad. En su primera novelística, La pianola (1952), ya planteaba un proscenio apocalíptico en el que la raza humana era sustituida por máquinas. Ahí ya empezó a utilizar el humor indignado para digerir el horror que narraba. “En presencia de el miedo o la desgracia, uno puede rezumar o reír. Yo prefiero reír porque no hay que sobrevenir luego la fregona”, diría el autor. Este apelación, que emplearía durante toda su trayectoria, está especialmente presente en la que está considerada su obra cumbre, Matadero cinco. El título alude al nave donde el protagonista es encerrado inmediato a otros presos de aniquilamiento durante la Segunda Guerrilla Mundial.
Considerada uno de los grandes clásicos del siglo XX, la historia dio el brinco a la gran pantalla en 1972 de la mano del cineasta George Roy Hill y se llevó, entre otros muchos galardones, el premio del junta de la sección oficial del festival de Cannes. El actor Michael Sacks fue el encargado de dar vida al soldado Billy Pilgrim, un novato tranquilo que no siente específico interés por el mundo que le rodea, pese a que le ha tocado habitar una época de lo más convulsa. Su enajenación es tal, que ni siquiera se percata del terrible fuego graneado de Dresde, su ciudad, por parte de los aliados. Un ataque que el propio Vonnegut vivió en sus carnes, pues se encontraba en la aldea alemana cuando estos hechos sucedieron.
Resulta cotilla que se hiciera una película precisamente del relato que más pavor sentía Vonnegut que se trasladase al audiovisual. Al escritor no le agradaba demasiado la idea de que una gran fortuna encarnara a su principal protagonista que, por cierto, es su álter ego. Una buena amiga le advirtió que, si se decidía a contar esa historia, sería carne de Hollywood. Consciente de ello, se prometió que la narraría de forma distinta a las demás y que hablaría de la traspaso de niños para participar en una aniquilamiento, pues la mayoría de soldados en el frente eran menores de antigüedad. De ahí que propusiera un título rotativo, La cruzada de los niños.
Fotograma de 'Matadero cinco' (1972)
Pese a que con los primaveras se convirtió en la gran novelística antibélica por excelencia, adicionalmente de un emblema esencia de la contracultura de los sesenta, cerca de sostener que cuando se publicó dejó a lectores y parte de la crítica desconcertados. Poco similar ocurrió con su subsiguiente ejemplar, Desayuno de campeones. No solo por su característico y descabellado humor indignado que empleó en ambas sino que, incluso, por su estilo simple, repleto de frases cortas que, pese a todo, acostumbraban a dar en el clavo. Poco que muchos consideraron una burda provocación. El tiempo, no obstante, lo acabaría convirtiendo en el autor de culto que está considerado hoy en día.
“Por otra parte de sus novelas, se han hecho virales sus famosas lecciones en la universidad, sus frases míticas, el flamante documental que se estrenó este año (Kurt Vonnegut: A través del tiempo) y, al fin y al término, su visión del mundo tan única, llena de desconfianza pero incluso de ternura y sobre todo de empatía”, concreta Jan Martí para comprender el aberración y “personaje inigualable” que es Vonnegut. Un escritor que hizo de la ciencia ficción su principal útil para objetar a preguntas tan clásicas como quiénes somos y de dónde venimos.
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