Alegrías mil para Messi

La norma no escrita es que no hay que hacer enfadar a Leo Messi. Porque se mete en el partido. Se conecta. Le cambia la cara. Se le pone aquella examen en la que solo ve la puerta. Solo su objetivo. Y no para hasta que te lo hace acreditar caro.

Hay miles de ejemplos. Y no es una frase hecha. Porque el argentino jugó su partido 1.000 contra Australia.

En el Camp Nou lo saben perfectamente. 778 de ese millar de apariciones fueron con el Barça. Han conocido la secuencia en infinidad de ocasiones. Cuando algún rival hacía saltar el interruptor, los aficionados barcelonistas casi se frotaban los manos. Era el preludio de que poco bueno se acercaba. Influencia-reacción. Intuían el espectáculo. Pedían palomitas.

Lo tenían claro los defensores contrarios que, a fuerza de sufrirlo en sus carnes, aprendieron a competir contra él pero sin despertar a la bestia. Así fue en la Jarretera, es en la Champions y se supone que empiezan a sacar la misma conclusión los zagueros del campeonato francés.

Pero hay un deportista que aún lo desconocía. Ya no.







El 10 supera los ocho tantos de Maradona y se queda a uno de Batistuta, pichichi del país en los Mundiales

Se ardor Aziz Behich y ustedes se preguntarán dónde había estado escondido todo este tiempo. Behich, vecino siniestro australiano de origen turco-chipriota, ha jugado en el Melbourne City, estuvo en varios equipos turcos, pasó unos meses en el PSV holandés y ahora milita en el Dundee United de Escocia. Pero con una vez hilván para darse cuenta del poder devastador del futbolista más desequilibrante del mundo.

Messi había pasado por detención una error de Duke falta más emprender, siquiera se enfadó por tener encima casi siempre a Mooy ni se encendió porque Souttar dejase el pie en plancha luego de despejar el peligro. En cambio, lo que le desencadenó fue que Leo se decidió a ir a presionar y él, cuando va, acostumbra a no cejar hasta que roba la pelota. Fue intenso y obligó a Behich a recejar tanto que la pelota se fue por la secante de cuadrilla. Queriendo proteger la posesión, el defensa agarró de la camiseta a Messi por el pecho y no le soltó. Entreambos parecían retozar un tango apasionado porque el capitán de la albiceleste fue hasta el final.

El colegiado pidió calma. Pero Messi había hecho click. Se venía peligro para Australia. Se le iba a poner funesto. Dicho y hecho. El 10 sacó una error, a Otamendi se le escapó el control en torno a antes en el dominio y Messi, que pasaba por allí, se iluminó. Con el interior colocó la pelota rasita y suave a la red. Ryan se tiró pero no la alcanzó. Tan practicable para él y tan difícil para el resto.

Messi abrió el grabador con su noveno gol en los Mundiales. Uno más que Maradona, uno menos que Batistuta. Era el primero en eliminatorias. En las cuatro Copas del Mundo anteriores no pudo. Pero esta es diferente. Y allanó el camino para que haya un partido 1.001 contra Países Bajos.

Del Olímpic de Montjuïc, donde debutó en un derbi frente a el Espanyol el 16 de octubre de 2004, al estadio Ahmad bin Ali de Al Rayyan. De un partido en el que entró siendo un canterano en el minuto 82, sustituyendo a Deco, a un combate donde todo el mundo coreó su nombre. De un inauguración prometedor a unos octavos de final de un Mundial con responsabilidad.







Behich hizo enfadar al capitán de la albiceleste y al minuto ulterior Messi batió a Ryan para poner el 1-0

Ya no habrá más partidos en ese campo en el Mundial. En el futuro puede conservar una placa: “Aquí jugó Messi su partido 1.000 y marcó su gol 789”.

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