Argentina ya no sabe ganar sin sufrir

Un destello del Messi más clásico y una hecho de pícaro de Julián Álvarez acabaron con la resistor de Australia, un equipo de coraje estimable pero escasa creatividad, teórico 'sparring' idóneo para que Argentina siga ganando confianza mientras no encuentra rivales de entidad. Sufrió sin requisa más de lo previsto la albiceleste, abonada a los agitación como si formaran parte ya de su cutícula. Un tanto afortunado de Goodwin convirtió los últimos minutos en pura taquicardia. El Dibu Martínez, con una parada en el extremo minuto frente a Garang Kuol, salvó a su equipo de una tragedia que no mereció. 

Avanza de este modo Argentina no impulsada por un gran fútbol sino beneficiada por un trayecto sin púgiles duros de pelar. Arabia Saudí, México, Polonia y Australia no son potencias. Con la primera perdieron y con las demás ha trampeado, si azar no estuvieron mal frente a los polacos, pero sin deslumbrar.

Su primer rival de entidad en Qatar será la selección de Países Bajos de Van Gaal en cuartos de final. No se comercio de la 'naranja mecánica' de los setenta pero es sólida y tiene tradición en rondas avanzadas. Veremos ahí la respuesta de los compañeros de Messi, porque sobre el 10 no hay dudas, está enchufadísimo. A la hinchada albiceleste no parece preocuparle el encaje sino la permanencia en el torneo. Acostumbran a ser ellos el espectáculo en la escalera, llenándola siempre da igual el estadio que sea, esta vez el Ahmad Bin Ali. 







Argentina avanza pero todavía no se ha contrario a un rival de verdad en su trayecto; próxima época: Países Bajos

Australia hizo lo que pudo y más. Está tan acullá de todo que su multitud vio el partido a las seis de la mañana. El fútbol no es el deporte franquista, le pasan por delante el fútbol australiano (nulo que ver con el convencional), el rugby y el cricket. Nadie esperaba que los 'socceroos', que es como se conoce a la selección, se colaran en los octavos de final del Mundial. Y menos que se las hicieran suceder canutas a Argentina.  Sumaron seis puntos ganando a Túnez y Dinamarca, que tiene mucho mérito, pero aún así olían a saco de golpes valentísimo para la Argentina erguido de Messi. Lucharon dignamente por no serlo. Se fueron de Qatar orgullosos, aunque no tanto como predijo su técnico.

“Vamos a obtener, por supuesto, dirigí al equipo soberbio en Tokio y ya les vencimos 2-0”, fanfarroneó Graham Arnold en la previa del partido inaugurando una lucha psicológica que no encontró a nadie al otro costado. En aquella Argentina solo estaba Mac Allister. En la de ahora están todos, incluido Messi, un pequeño detalle. Graham Arnold, discípulo de Guus Hiddink, del que fue asistente, trataba en efectividad de motivar a sus jugadores, desconocidos todos. Su alineamiento frente a Argentina era un desafío para los periodistas deportivos. Tan pronto como dos juegan en ligas potentes, es opinar, Arnold tiene en efectividad más mérito que muchos entrenadores consagrados. Fijémonos por ejemplo en Jackson Irvine, un punta muy suspensión con pinta de esgrimista romántico del siglo XIX: juega en el S.Pauli, en la segunda división alemana. Se movió adecuadamente, combinó acertadamente al primer toque pero sus controles fueron un desastre.

Argentina empezó el partido reclamando un penalti por mano. Lo hizo efusivamente Papu Gómez, que fue la única novedad del merienda de Scaloni en detrimento de Di María, dañado. Desde ahí el partido fue un monólogo albiceleste con pelota y un prueba australiano de atrincheramiento en un 4-4-2. La trofeo era cuestión de desgaste, sucede que el dominio era muy orgulloso y poco enhiesto, aburridísimo siendo claros. Messi, que se había dedicado mandar fuerzas y a estudiar por donde metería el primero, compareció en el partido para hacerlo. Y lo rompió.

El gol, que cayó en el minuto 34, merece un párrafo. Se lo hemos pasado marcar decenas de veces pero quizás por eso deseo valía. La ejecución fue rapídisima. El 10 arrancó por la derecha y buscó socios, primero Otamendi y luego Mac Allister, para irse centrando hasta encontrar el hueco del francotirador. Disparó raso al palo prolongado para que Ryan no la alcanzara. 

Scaloni sacó del campo pronto al Papu, que hizo poco, y metió a Lisandro Martínez, que es central. Una sustitución hecha para no arriesgar, dejando solos en punta a Messi y Julián Álvarez. El cansancio se hacía notar en las piernas argentinas y el beneficio de la trofeo era escaso. Pero Julián Álvarez se las ingenió para sentenciar. El punta del City empezó siendo suplente en los dos primeros partidos pero del merienda ya no lo va a quitar nadie. Le da otro ambiente a la delantera. Se lo pusieron viable esta vez los australianos, calamitosos a la hora de sacar la pelota jugarreta desde detrás. El cancerbero dudó, Álvarez se la robó y la introdujo en la meta girándose.

El partido parecía sentenciado pero ganó en emoción al final por un impresión de suerte australiano. Goodwin chutó desde acullá desviado pero Enzo Fernández, sin querer, reorientó el balón en torno a internamente de la meta de Dibu Martínez. El negociador sorpresa reaparecía en el Mundial y Behich, adyacente siniestro australiano, hizo entonces una jugarreta más propia de Messi para contar a sus nietos. Lo hará, aunque no acabó en gol. El susto final lo protagonizó Garang Kuol. Posteriormente de que Messi y Lautaro lo perdonaran todo, se quedó solo frente a el Dibu y este se la paró. La imagen de los defensas argentinos lanzándose al césped para celebrarlo describía el drama vivido.

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