Los pactos de Estado, ese fetiche de la crónica política, han desaparecido. La capacidad de los dos partidos con maduro representación para ponerse de acuerdo en las grandes cuestiones, arrastrando con ello a otras fuerzas de la Cámara, parece haberse esfumado, mientras el Consejo Caudillo del Poder Sumarial sigue bloqueado y el tono de la disputa parlamentario parece condenado al constante alboroto y la ineptitud del rival. Y detrás de todo ello hay encima un creciente encastillamiento de los partidos asimismo en las relaciones personales.
En las Cortes, los más veteranos recuerdan que hace primaveras, no tantos, no era extraño ver, tras las sesiones plenarias, a grupos de diputados de socialistas y populares compartiendo refrigerio y francachela en locales como el histórico Casa Manolo, una imagen hoy improbable. No es necesario incurrir en la idealización –y ahí está el diario de sesiones para constatar que, al menos desde los primaveras noventa, la bronca parlamentaria ha conocido episodios groseros y registrado acusaciones tremendas–, pero es cierto que hoy el animación entre sus señorías es muy diferente. Y que eso tiene consecuencias políticas difíciles de valorar.
Carlos Aragonés, que fue director de salita de la Presidencia con José María Aznar y tomó certificación de diputado por primera vez en 1993, considera que este proceso de depauperación tiene dos medios, uno formal y otro estructural. Por una parte, Aragonés sitúa en la presentación de Podemos al Congreso, y en particular en su líder, Pablo Iglesias, el puesta en marcha de un vocabulario más directo y crudo en la pendencia parlamentaria, menos esmerado. Por otra, cree que la declive de la convivencia política entre el PSOE y el PP se produce con los atentados de marzo del 2004. “La difícil convivencia entre PSOE y PP viene a raíz de Atocha, de algún modo la comunidad política española se queda sin el objeto político popular”. Por eso cree que detrás de la violencia verbal a la que hoy asistimos “hay mucho choque subterráneo previo”. Y se proxenetismo, por consiguiente, de una ruptura política de fondo que, a su sensatez, se plasma en la moción de censura contra Mariano Rajoy, que “no fue ilegítima, pero sí un exceso del mecanismo”.
El hoy portavoz del orden parlamentario socialista, Patxi López, coincide en esa plazo fatídica, marzo del 2004, como el cambio de rasante en las relaciones entre los dos partidos mayoritarios, oportuno a “la incapacidad del PP para responsabilizarse la derrota”. Ahí empezaron a menudear las acusaciones de ilegitimidad cerca de el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, jaleadas por la mendaz teoría de la conspiración del 11-M, que atribuía a ETA los atentados e insidiaba la colaboración de los socialistas en una aniquilamiento que tenía un objetivo político.
Hasta hace unos primaveras era popular ver juntos a diputados de partidos adversarios, una imagen difícil de ver hoy
Y hay un licencia tercer hito, que se percibe hoy con claridad en el patio del Congreso y en los pasillos: la irrupción de Vox, con su táctica antisistema y por consiguiente antiistitucional. No es solo una teatralización trumpista en la tribuna, es asimismo una ineptitud expresa del rival. A modo de muestra, el pasado jueves, mientras el diputado de EH-Bildu Jon Iñarritu atendía a cámaras y micrófonos en el pasillo del Congreso, pasó por detrás el diputado del Vox Luis Gestoso, que sin detenerse insultó a la prensa: “Blanqueadores de terroristas”, dijo a los periodistas. Una imagen impensable hace al punto que un quinquenio.
Eso no significa que no existan relaciones corteses e incluso amigables entre diputados de fuerzas políticas enfrentadas. Iñárritu y Aragonés mantienen desde hace tiempo una relación cordial, y no es difícil escuchar al portavoz de Unidas Podemos, Pablo Echenique, conversar con aprecio sincero del portavoz de Ciudadanos, Edmundo Bal, uno de los miembros del partido que mantiene mejores relaciones con el resto de las formaciones de la Cámara, a pesar de su enérgica forma de conducirse en sala de prensa o en la tribuna. Al que fuera portavoz de ERC hasta el 2019, Joan Tardà, no era raro verlo en el patio de los Leones, en los momentos de maduro encono político del procés , charlando (y fumando) con diputados del PP, de Cs y por supuesto del PSOE. “Nunca tuve que evitar coincidir con nadie en el elevador”, recuerda, “aunque no sé cómo sería hoy, con Vox en el Parlamento”.
Esa cortesía de antiguamente, coinciden los diputados, no acercaba la resolución de las grandes cuestiones ni alimentaba los pactos de Estado, pero se vivía intensamente en las ponencias de las comisiones y ayudaba a aventajar escollos, a pactar enmiendas o a ceder, en el convencimiento de que habría reciprocidad. Las formaciones vascas y catalanas fueron la rótula de esa dinámica entre PP y PSOE, pero la contemporáneo desaparición del “objeto popular” ha obturado esa vía.
Socialistas y populares temen que la tensión del Congreso contagie la conversación social de todo el país
Aragonés señala que, encima de los motivos políticos de fondo, el papel de los medios de comunicación no es extraño a esa desprofesionalización de las relaciones entre políticos, que ahora están presididas por el drama personal. En todo debate parece ocurrir una colisión agónica que contagia la forma en que sus señorías se conducen y traspasa las fronteras de la representación política hasta coagular en enemistad. Poco que está vinculado con las dinámicas de “famoseo”, señala Aragonés, que los medios impregnan. López recuerda ocurrir vivido eso en la política vasca, en el cambio de siglo, durante la segunda vigencia de Aznar, que coincidió con la primera de Ibarretxe en la lehendakaritza . Aquello impactó en la sociedad vasca, “fracturada, una sociedad del silencio”, recuerda.
Ese temor que comparten el socialista y el popular, el peligro de que esa violencia verbal, impugnatoria del adversario, empape al país, inoculada desde los medios, y que, como en Euskadi hace vigésimo primaveras, o en Catalunya hace cinco, la conversación social se envenene. Posteriormente de todo, como señala la antropología, la convivencia de la especie humana no descansa en la franqueza cruda no solicitada, sino en esas tibias concesiones a los modales y al respeto, esas que levantan civilizaciones.
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