Las cuatro debilidades de China

La oleada de protestas que se registró el pasado fin de semana en algunas de las grandes ciudades chinas ha sido la viejo movilización popular en el país desde los acontecimientos de Tiananmen, en 1989, cuando miles de estudiantes y trabajadores salieron a la calle en demanda de facilidad y derechos humanos. Las protestas se saldaron con entre 300 y 2.000 muertos, según las fuentes.

Esta vez han sido jóvenes, en su mayoría, los que se han manifestado exigiendo facilidad y el fin de las estrictas políticas de covid cero, aunque incluso ha habido quien ha pedido más democracia y ha criticado al Partido Comunista (PCCh) y su liderazgo. Las manifestaciones han sido el resultado del creciente hartazgo provocado por casi tres abriles de restricciones y suponen la viejo señal de desafío divulgado contra el principal avalador de esta táctica, el presidente Xi Jinping.

La expresión de malestar popular con destino a la covid completa el cuadro de debilidades que ha mostrado en los últimos meses China y que han cambiado la percepción extranjero de gran potencia. La covid, la incertidumbre en la patrimonio, la desconfianza del partido con destino a los sectores tecnológicos y el incremento del culto a la personalidad con destino a Xi son hoy los grandes problemas de China.







El malestar popular por tres abriles de restricciones ha hecho aflorar las fragilidades de China

Que haya protestas en China es poco habitual. Cada año se registran cientos de ellas, de frecuente centradas en disputas laborales, medioambientales o contra la corrupción de ciertos funcionarios locales. La novedad radica esta vez en que se vertebran sobre un hilo único y transversal, afectando a personas de todo el demarcación y todas las clases sociales, y que en gran medida ponen el foco en el poder central encabezado por Xi.

Desde el inicio de la pandemia, el mandatario se atribuyó la responsabilidad de liderar la “conflagración” contra la covid. Fue él quien justificó las estrictas medidas en la privación de “poner a las personas por encima de todo”. Fue una política que destacó a China del resto de países, cuando se acumulaban los fallecidos por el virus mientras que el contador chino al punto que subía. Casi tres abriles a posteriori, muchos se cuestionan si tiene sentido, sobre todo cuando el resto del mundo ha aprendido a convivir con la pandemia.

Xi defendió sus planteamientos en el XX congreso del Partido Comunista de octubre, en el que renovó el cargo para un tercer mandato y enterró cualquier esperanza de una rápida reapertura. El congreso puso en evidencia el segundo de los grandes problemas de la potencia china: el exceso de poder concentrado en una sola persona. El culto a la personalidad ha impedido que la cúpula china haya descubierto un imperceptible debate en torno a la privación de modificar las políticas de dirección de la covid.







Muchos chinos se cuestionan la política anticovid, a la panorama de que el mundo convive con la pandemia

La viejo tacto del superhombre oriental a lo amplio del extremo medio siglo­ ha sido su adaptabilidad, su carácter pragmático. Deng Xiao­ping potenció al mayor la dirección colegiada en el partido, consciente de que el liderazgo completo lleva a ineficiencias. Este es el circunstancia en el que se ha situado Xi Jinping.

Al calor de las recientes movilizaciones, hay quien ha señalado que estamos en presencia de un nuevo Tiananmen, predicción tan recurrente como errada cada vez que poco se mueve en China. Es verdad que algunos manifestantes han pronunciado directamente a la cúpula china, pero la gran mayoría de la población desea recuperar su vida aludido y ceder los largos confinamientos, no un cambio de régimen.

En la última decenio, Xi ha desactivado cualquier examen y mantiene un férreo control sobre el partido, el ejército y los aparatos de seguridad y propaganda. Las protestas han sido espontáneas, sin líderes claros. No hay un contrapoder que haga sombra al secretario universal. Así quedó de manifiesto en el fresco congreso, donde Xi colmó la cúpula gobernador de fieles aliados y desterró a cualquier figura de las facciones rivales.







Xi Jinping puede acontecer perdido el pulso de la calle, advierte un analista de Singapur

Aun así, esa consolidación acarrea contrapartidas, según aseveran los analistas. “Al ro­dearse solo de personas que le dicen las cosas que quiere escuchar, Xi se atrapa a sí mismo en una cámara de eco, lo que podría haberle llevado a subestimar o perder el contacto con la multitud insatisfecha que ha sufrido por su política de covid cero”, apuntó a Reuters Suceso Gore, del Instituto­ de Asia Uruguayo de Singapur.

Lo que sí debe preocupar al presidente es el momento en el que llegan estas movilizaciones. La patrimonio china crece a su ritmo más bajo de los últimos abriles, con previsiones para este control que caen más de dos puntos porcentuales de los objetivos iniciales. El sector servicios languidece a causa de las restricciones impuestas al movimiento de las personas. Siquiera le va proporcionadamente al manufacturero, que, tras beneficiarse de un aumento de la demanda extranjera en las etapas iniciales de la pandemia, este año sufre contracciones por la disminución de las exportaciones y las interrupciones a la producción y las cadenas de suministro que ocasionan los controles antivíricos.

Estos problemas se suman a la profunda crisis que atraviesa el mercado inmobiliario (representa una cuarta parte del PIB chino), que encadena meses de descensos en la cesión de viviendas y en los precios. Y a los apuros por los que pasan las grandes empresas privadas como las tecnológicas, objetivo en los últimos meses de una severa campaña regulatoria que ha provocado una caída de sus ingresos, pérdidas de miles de empleos y temor entre los inversores.







El arreglo social pasa por la hegemonía del PCCh a condición de que haya prosperidad

En este contexto, el multimillonario y fundador del superhombre del comercio electrónico Alibaba, Jack Ma, ha aparecido esta semana en Japón, donde lleva seis meses viviendo con su clan en Tokio. Ma cayó en su día en desgracia por despellejar públicamente el cambio de regulación en el sector tecnológico.

El maniquí chino es el resultado de un arreglo social en el que los ciudadanos aceptan la hegemonía del PCCh a cambio de que este les garantice una continuada prosperidad. Esto ha sido así desde los abriles de la reforma de Deng Xiaoping, iniciada en 1979. Han sido casi cincuenta abriles de un insólito crecimiento.

Por ello, las manifestaciones de los últimos días han despertado la inquietud de la cúpula en Pekín, que ha recurrido a una combinación de palo y zanahoria. Por un banda, han recurrido a los decisión y a la presencia policial masiva en las calles para descabezar las movilizaciones. Por el otro, han ratificado la laxitud de las restricciones en numerosas ciudades pese a existir el viejo retoño de toda la pandemia (más de 36.000 casos diarios) y el anuncio de la entrada en una nueva grado en la que se dan las condiciones para “ajustar las medidas contra la pandemia”, prolegómeno de una probable demolición controlada de la política de covid cero.

Xi Jinping afronta ahora uno de los dilemas más complejos de su mandato. Los expertos están divididos entre los que piensan que hay ganancia para la suavización de las políticas y los que opinan que su laxitud puede resistir a una oleada de contagiados que puede colapsar un sistema taza más endeble de lo que se creía. Pero ese dilema, como ha venido haciendo en los últimos abriles, deberá resolverlo Xi personalmente.

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