La postal oficial de lo mucho que ha cambiado Molenbeek, el mundialmente renombrado barriada de Bruselas del que salieron varios de los terroristas de los atentados de París de 2015, arranca en los márgenes del canal que atraviesa la hacienda belga.
Inaugurado en 1832 para transportar carbón al septentrión del país, esta ruta fluvial está en el origen de su rico pasado, todavía visible si uno se fija proporcionadamente en las elegantes fachadas de sus principales calles y plazas, hoy cubiertas de polvo indignado y un poco estético patchwork de carteles comerciales. El ocaso de la actividad industrial condujo en los primaveras 70 a un acelerado depauperación del barriada, el más densamente poblado de Bruselas, con la anciano tasa de población inmigrante de la ciudad.
Hoy, Molenbeek y el conjunto del canal de Bruselas aparece a menudo en la prensa mezclado a la palabra gentrificación, el término que define el proceso por el que las clases medias o altas desplazan a los residentes pobres mediante una renovación selectiva de barrios. No es un cambio veloz ni radical en el caso de la hacienda belga, pero los nuevos bloques de viviendas, centros de arte y locales de moda en primera orientación del canal, la presentación de jóvenes flamencos al barriada, dan fe de ese lavado de cara impulsado por las autoridades.
Los disturbios del día del partido Bélgica-Marruecos muestran que “sigue habiendo mucha frustración”
La verdadera regeneración del barriada, sin confiscación, está ocurriendo de puertas adentro. No gracias a grandes inversiones públicas sino al esfuerzo de sus habitantes, trabajadores sociales como Johan Leman o Assetou Elabo, o proyectos como la escuela tecnológica Molengeek que, sin desmentir las dificultades estructurales a las que se enfrentan, agravadas por el estigma del terrorismo, trabajan para empoderar a sus vecinos para salir delante.
El aparición, mañana, del proceso sumarial a los acusados por los ataques terroristas en el patrón y el aeropuerto de Bruselas el 22 de marzo del 2016, se observa con indiferencia en el barriada. Un peluquero dice no entender si quiera que las vistas comenzarán el lunes. Otros lo saben, los medios no hablan de otra cosa, pero les interesa poco. “Honestamente, no voy a seguir el cordura. No es que no me afecte, me duele mucho, hay masa que se ha ido del mundo de una forma horrible” pero “no merece la pena retornar a poner la luz sobre ciertas personas que solo han hecho el mal”, afirma Yasmine, nacida hace 36 primaveras en el barriada. “No son nadie. Mediatizarlos y revivir todo eso de nuevo será muy doloroso para mucha masa. Ya se les juzgó en Francia y no respondieron a ninguna pregunta, porque no hay respuestas posibles”.
Se va a sentenciar a 10 acusados, uno de ellos en rebeldía (se cree que murió en Siria), seis de los cuales ya fueron condenados en el macroproceso de París. Pero Molenbeek quiere mirar al futuro, no al pasado. “No creo que haya habido nunca un problema con el barriada. No es el barriada quien hizo esas cosas, ni una religión, fueron ciertas personas. Creo que hay que hacer la distinción, aunque no todo el mundo sabe. Es triste el odio que hay en el mundo”, afirma la mozo mientras coge con fuerza la mano de su hija frente al antiguo Café des Béguines, la taberna que regentaba Ibrahim Abdeslam, uno de los terroristas que se inmoló en París el 13 de noviembre del 2015.
Esquinazo de la rue des Béguines, en Molenbeek (Bruselas). El antiguo bar que regentaba Ibrahim Abdeslam, uno de los terroristas que se inmoló en París en los atentados del 13 de noviembre del 2015, acoge hoy un espacio para oenegés locales.
El lugar es un buen ejemplo de la voluntad de resiliencia del barriada. Había sido clausurado dos semanas antaño de los ataques por sospechas de tráfico de estupefacientes. En ingenuidad ahí se hacía poco más que fumar porros y traicionar costo. Allí se veían vídeos del Estado Islámico y contactaban por internet a amigos que habían ido a Siria para combatir. En tan banal círculo, los hermanos Ibrahim y Salah Abdeslam, entre otros, planificaron los peores ataques terroristas de la historia de Francia.
Desde el 2018, el antiguo café -hoy rebautizado como la Maison des Béguines- alberga a cinco asociaciones que ofrecen clases de apoyo para estudiantes de primaria, actividades extraescolares, orientación profesional y cursos de francés para padres. “Buscábamos un lugar para hacer proyectos que refuercen las capacidades de las poblaciones con las que trabajamos, familias de clase media desestimación con micción específicas, y nos encontramos con el Café des Béguines. Esta cúspide es muy conocida en el barriada conveniente a los atentados y es muy visible, que es lo que queríamos”, explica Assetou Elabo, directora de la oenegé Atouts Jeunes.
“Queremos dar una vistazo nueva al barriada. Ha sido muy discriminado y señalado por lo que hicieron algunos de sus habitantes, pero Molenbeek no se resume en los hermanos Abdeslam. Ni en su pobreza ni a sus orígenes, es un barriada mucho más diverso de lo que parece”, explica. En el 2018 asistieron a la inauguración del centro desde el premier, Charles Michel, a la alcaldesa del barriada, Françoise Schepmans. Un par de primaveras a posteriori, la financiación lugar se esfumó –la comuna está bajo tutela financiera– pero encontraron peculio en otros organismos para seguir funcionando.
El problema del integrismo se ha atenuado, dice con cautela Elabo. A raíz de los atentados, “se ha invertido mucho en contrarrestar ese discurso, estar atentos a las redes sociales y las parte falsas. Ahora las escuelas dan cursos de filosofía, ciudadanía y títulos”. Asimismo se ha cerrado centros culturales sospechosos. Pero las dificultades (el paro, la equivocación de formación y proposición de actividades) “siguen allí”, más proporcionadamente han sido agravadas por la covid. “La sociedad tiene que reflexionar sobre qué esquema quiere ofrecer a los jóvenes”. Los disturbios del día del partido Marruecos-Bélgica en el Mundial “demuestran, aunque ahí había mucho vándalo, que sigue habiendo un parada nivel de frustración”.
La primera audiencia del cordura por los atentados terroristas perpetrados el 22 de marzo de 2016 en el patrón de Bruselas y el aeropuerto de la hacienda belga tendrá zona mañana. El proceso por estos ataques, que causaron 32 muertos, debía deber comenzado en octubre pero las discrepancias sobre el diseño de las peceras de cristal donde se sientan los acusados obligó a prorrogar su inicio. Resuelto este primer escollo, esta semana se ha cascarilla otro obstáculo: el formación del comité popular que decidirá sobre la inocencia o culpabilidad de los diez acusados. Hay miedo pero además ansiedad por la larga duración del macroproceso, se calcula que unos nueve meses. De los mil convocados, aproximadamente de 300 fueron directamente dispensados. El jueves desfiló delante el tribunal el resto. Se oyeron todo tipo de excusas inverosímiles para no participar, desde fobias o alergias. Otros 200 fueron excusados. Pasadas las merienda de la incertidumbre, el tribunal eligió por sorteo a 12 miembros del comité y 24 suplentes. Entre los 10 acusados figuran Salah Abdeslam, único superviviente de los atentados de París, y Mohamed Abrini y Osama Krayem, que renunciaron en el zaguero minuto a inmolarse en Bruselas.
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