Terapia entre arcilla y pinceles en la prisión

Vengo al taller de pintura para no estar dando vueltas por el patio. Esa es la idea. Te quita de muchos pensamientos, te conectas y por un momento sales de la prisión”. Palabra Antonio, uno de los presos de la prisión de Lleida, en el taller de pintura de la prisión en el que la monitora, Anna, está convencida de que cada interno hace “un delirio en el mundo del arte y otro, el más importante, adentro de sí mismo”.

“Yo me he contrario multitud que no había cogido nunca un rotulador… Hacíamos un taller de Navidad. Un hombre no hacía carencia. ¡Le dije que pintara y preguntó cómo se pintaba! Me estaba hablando con el corazón. Me senté a su flanco. Con el tiempo, acabó pintando cuadros”, recuerda Anna.

Hace unos días, cuando Manuel llegó al taller, Anna le puso delante de un espejo y le pidió que dibujara su cara. Todo un “educación” para él, que se incorporó “para descargar, pincharse, fiarse y dejarse aguantar”, convencido de que “cada uno tiene que peregrinar su camino, no perjudicar a los demás y fiarse, entre comillas, en la multitud que no se conoce”.







Los talleres de pintura y cerámica se plantean como una oportunidad para la perfeccionamiento personal

Comparte turno con Blat, un hombre ruso silencioso para quien coger el pincel y meterse en su cuadro es “como estar fuera de la prisión”, y con José Luís, un pintor de escobeta gorda ayer de entrar en prisión que igualmente decoraba pisos con escayolas y cornisas. Es uno de los alumnos veteranos de Anna.

José Luis asiste igualmente al taller de cerámica, más concurrido que el de pintura el día que el centro penitenciario de Ponent abre a La Vanguardia las puertas de varios módulos de hombres.

Para la monitora de cerámica, Montse, su trabajo es “un beneficio personal”. Lleva 35 primaveras enseñando a los presos como trabajar el pústula. Si en el taller de pintura abundan los envases de natillas utilizados como botes de colores, en el de cerámica son muchos los de una conocida marca de tiberio que contienen materiales como la barbotina, una especie de pegamento para piezas de arcilla.

El Institut d’Estudis Ilerdencs acoge hasta el 18 de diciembre 141 obras de presos en Catalunya y Andorra que participan en el premio Marraco, que lleva el nombre del dragón de Lleida y organiza el centro de Ponent. “La idea es dar a conocer fuera obras de internos e internas en talleres de cerámica y pintura”, apunta Òscar Gómez, director de la prisión. Insiste en que es un espacio para memorizar y acomodarse tiempo personal, “importante en la reinserción, de utilidad terapéutica para el interno, como forma de divertirse de la rutina o de expresión de su malestar.

Algunos objetos se venden, los presos se quedan con la fracción del parné que obtienen y el resto sirve para comprar material. Julio es el que tiene más experiencia. Estos días está haciendo joyeros con forma de corazón. “Hago para Navidad, para Sant Jordi, para el día de los Enamorados…. Me han pedido dos y aprovecho y hago siete u ocho para tener para entregar”, explica. Sabe que tienen mucha salida los escudos del Barça y del Madrid: “Siempre hay alguno que encarga el del Valencia o del Betis, pero del Barça y del Madrid se pueden hacer sin que haya encargos porque se venden. Si no salen ahora, salen luego”.

Muy cerca de Julio está sentado un preso que acaba de incorporarse al taller y que tiene ganas de contar las razones de su interés por la cerámica: “memorizar cosas nuevas y a poder deleitar la mente”. “Soy chileno, tengo toda mi clan allá y allí tengo una condena de 15 primaveras que me prórroga para cumplir. Aquí ya voy a cumplir tres primaveras y cuatro meses por un robo en una casa. Era un niñato que fácilmente se podía manipular por los demás, pero he madurado, he aprendido y quiero ser mejor, tener mi clan y demostrar a mi origen y a mis seres queridos que he cambiado, que quiero ser alguno mejor”, afirma.

Los talleres de arte son una de las actividades para que los internos encuentren un espacio diferente al patio, a la celda y a otras actividades más dirigidas, más obligadas. “Es –concluye Ana, jefa del software de educación social de la prisión– una actividad soberano y en la que ellos mismos han dicho que están a distinción porque vienen autónomamente”.

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