Es 1940. Tras un peligroso delirio la muchacho pintora surrealista Leonora Carrington llega a Andorra unido a una amiga inglesa, Catherine Yarrow, y un cómico húngaro, Michael Lucas. En Francia han arrestado por segunda vez a su pareja de los tres últimos primaveras, el surrealista Max Ernst: es teutón y, en medio de la Segunda Exterminio Mundial, potencial enemigo de la Tercera República francesa. Carrington piensa huir de Europa a través de Lisboa, pero por otra parte en Madrid piensa solicitar un visado para Ernst. Sin retención, las cosas no salen como había planeado. Y comienza su calvario.
A su presentación a la renta de España, es víctima de una violación grupal por parte de oficiales requetés. No lo cuenta a nadie entonces. Pero sumado a la alienación de la contienda bélica, la muchacho cómico, al punto que 23 primaveras, sufre un episodio psicótico que llevará a su ingreso -después de que su aristócrata padre, al que no quiere ver, mueva los hilos- en un clínica santanderino para pacientes de clases altas europeas, regentado por los doctores Mariano y Luis Morales. Allí tratan a los enfermos con cardiazol, un medicamento que genera ataques epilépticos y anula temporalmente la voluntad.
"El lavado cerebral dicen que es la última palabra en torturas", escribiría primaveras más tarde. Y el propio Luis Morales reconocería tiempo a posteriori la inhumanidad de sus métodos y participaría en homenajes a Carrington y firmaría ejemplares de Memorias de debajo, el texto que dictaría la cómico sobre su estancia en el clínica para liberarse de la angustia que le causaba el memoria. Un texto del que el doctor era coprotagonista.
Y es que si los surrealistas habían indagado en el sueño y en la alienación, Carrington había experimentado de verdad esos estados. Y transformarían para siempre su imaginario en una obra que, como se puede comprobar desde este sábado en la Fundación Mapfre de Madrid, en Revelación, la primera y monumental retrospectiva -188 piezas- de la cómico en España, supone un paseo integral por el inconsciente. Un mundo repleto de seres quiméricos, autorretratos a través de hienas, árboles y caballos, encantamiento, todo tipo símbolos, alquimia y deidades femeninas. Una pintura influida por El Bosco, Brueghel o Patinir, a los que ve en el Prado en el final de su periplo en España y que serán decisivos para su obra.
La obra de una mujer adelantada a su tiempo que vivirá en Nueva York y morirá en México, donde se relacionará con Kati Horna y Remedios Varo, con las que mantendrá una intensa relación de hermandad, igualmente artística, y que se preocupará desde la adolescencia por el feminismo, por el papel de las mujeres en el mundo, por la ecología y la desigualdad. Una conciencia ecofeminista que se dispara, explica una de las comisarias de la muestra, Tere Arcq, con la ojeada de La Diosa Blanca de Robert Graves.
"Es un feminismo desde la conciencia. A partir de la ojeada de este texto ella redescubre el mundo matriarcal tradicional donde la mujer era la que cuidaba la naturaleza, la que llevaba el ritual, la intelectual, era la curandera, la sanadora, un poco la maga. Y ve como esa historia fue un poco borrada y se mantuvo a través de los trovadores y el alfabeto de los árboles de los druidas. Ella por parte de origen tenía un ralea celta, irlandés. Esas figuras de diosas, mujeres poderosas, fue para ella fundamental", explica Arcq.
Pupila perfectamente de la reincorporación sociedad británica, Leonora Carrington se revela pronto contra su clan. La expulsan sucesivamente de los internados en los que estudia, y la acaban enviando a la escuela de buenos modales para jóvenes aristócratas de Miss Penrose, en Florencia, donde conocerá la Museo de los Uffizi... y la pintura del quattrocento, igualmente decisiva para su carrera. A los vigésimo primaveras tras una resistente confrontación con su padre -al que nunca volvería a ver- se fuga con el pintor surrealista Max Ernst, pocos meses a posteriori de conocerle en 1937 en la primera muestra del teutón en Londres. Marchan a la Francia de finales de los primaveras treinta y allí vivirán en un pequeño edén... que acabará con la crisis de la Segunda Exterminio Mundial.
"Es una cómico que sufrió el desarraigo, la violencia sexual, la enfermedad mental, el extrañamiento, la desmemoria, y supo hacer de todo ello materia para su trabajo. Su obra nos da ejemplo de superación, pero igualmente de elaboración de todo aquello que sucede en la vida de un ser humano. Su capacidad para asociarse a un congregación tan patriarcal y machista como pudo ser el surrealista y reconvertir el discurso a su antojo es un ejemplo para muchos creadores y para todos nosotros", remarca otro de los comisarios de Revelación, Carlos Martín. Que cree que "el mundo flagrante ha puesto a Leonora en el espacio que debía sobrevenir tenido siempre. Decían los autores del Romanticismo que hay tres tipos de artistas, los que nacen en su tiempo, los que nacen antiguamente y los que nacen a posteriori de su tiempo. Es su momento, nació mucho antiguamente de su tiempo
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