“Mentí, pero no los maté”, el impactante testigo de Alex Murdaugh

Lo tuvo todo. Una abolengo ordinario poderosa, una ocupación de prestigio, capital, una vida lujosa. Todo.

Hoy solo le queda la palabra. Y parece que maltrecha.







Murdaugh acepta que falseó su coartada, pero afirma que no asesinó a su esposa y a su hijo: ¿verdad o mentira?

Alex Murdaugh, de 54 abriles, vástago de la cuarta engendramiento de una dinastía de abogados de prestigio de Carolina del Sur, desafió a sus letrados. Decidió subir al estrado para testimoniar en el sumario que se sigue contra él por el crimen de su esposa, de 52 abriles, y su hijo pequeño, Paul, de 22.

Puestos en la conjetura, con el abogado inhabilitado, Murdaugh tomando el control, su defensor, Jim Griffin, preguntó:

–¿Cogió esta pistola o cualquier otra como esta y voló el cerebro de su hijo?

–Nunca disparé a mi mujer o a mi hijo.

Sin confiscación, entre sollozos, confesó que mintió a la policía sobre sus movimientos aquella confusión del 7 de junio del 2021 y aceptó que había estado en la perrera de su mansión y finca de caza, llamamiento Moselle, al menos escasos minutos antaño de que murieran su esposa y su hijo pequeño.

Atribuyó esta conducta a su paranoia, reforzada por su anexión a los opiáceos, de que no le creerían y le situarían a él como principal sospechoso. “Mentí sobre eso y ahora lo lamentó”, aseguró.

“¡Qué red de mentiras que tejemos! Una vez dije una mentira, la tuve que proseguir”, recalcó.

Sin confiscación, no solo es esta falsedad, la trayectoria de Murdaugh, el escalón perdido de la dinastía, está repleta de embustes.

En cuanto el jueves solicitó ser interrogado frente a el tribunal de Walterboro, saltaron todas alertas de breaking news de los medios estadounidenses. Los canales de televisión por cable (CNN, MSNBC, Fox) cambiaron de inmediato su programación.

Las informaciones por el primer aniversario de la eliminación de Ucrania o el conflicto político por el descarrilamiento del tren tóxico de East Palestine (Ohio) podían esperar a otra ocasión.

Falta tenía más interés que esa ventana abierta, desde la sala de probidad de una pequeña aldea, a una existencia de privilegios adinerados en medio de la “sencillez” de lo rural, de una finca de 720 hectáreas en la que Murdaugh y sus hijos cazaban ciervos.

En esta tragedia sin héroe, la instinto verbal dejó registro la doble vida del acentuado. Ganaba millones de dólares para el despacho bajo su nombre y mantenía una existencia confortable. Pero según dijo, tras una operación de rodilla hace unos abriles, le recetaron oxicodona para el dolor y se convirtió en entusiasta. Esto le llevó a apropiarse de capital que correspondía a sus socios o a indemnizaciones de clientes. Solo en el 2019 les robó 3,7 millones a sus colegas del despacho, que aquel mismo 7 de junio habían solicitado a los juzgados que se revisasen las cuentas.

Su parodia, ese era el gran peligro de fallar y más posteriormente de que el enjuiciador Clifton Newman no aceptara dejar al beneficio casi el centenar de imputaciones por estafa, fraude o lavado de capital que ahora pesan sobre él.

El fiscal Creighton Waters dispuso de la oportunidad de mostrar a una persona que ha engañado tanto que todo lo que explica hay que ponerlo en cuestión. No solo mintió a la policía por su coar­tada, sino a todo su entorno.

Remarcó Waters que Murdauhg había mantenido su historia hasta que varios testigos (familiares y amigos) habían obligado su voz en un vídeo que su hijo Paul envió a un amigo instantes antaño de caducar. El fiscal prosiguió que esos testimonios fueron los que le llevaron a subir al estrado y dar otra traducción.

“Esto no es verdad”, replicó. Pero esa fue la prueba inesperada, con la que no contaba y que impacta en su segmento de flotación.

En sus respuestas atribuyó los crímenes, sin pruebas (de ahí dos armas diferentes, una pistola y un rifle), a personas que buscaban venganza contra su hijo, inculpado por soportar una barca en el 2019 bajo los artículos del vino y causar la homicidio de una pipiolo.

Para el fiscal, Murdaugh no intentó más que producir una cortina de humo a partir de su prestigio y sus conocimientos legales. Montó una tapadera con el objetivo de crear simpatía hacía él al desvelarse que su escritorio había descubierto su entramado de fraude.

Alternó lágrimas y una resolución de espada. Igualmente podría ser el lloro de un sociópata, que puede lagrimear en función de sus intereses. En ocasiones parecía dos seres diferentes en uno solo.

Como señalan los juristas, es una puesta de peligro que se puede retornar en su contra. Una mentira puede soportar a la redención o, cuando menos, a que uno de los 12 miembros del delegación rompa la unanimidad que requiere un veredicto de culpabilidad.

“He robado a parentela a la que he mirado a lo luceros”, aceptó.

Así que además pudo mirar a los del delegación y mentir, dedujo el fiscal Waters. O a los luceros de su esposa y de su hijo, y asesinarlos.

“Antaño me mataría yo que hacerles daño”, reiteró en su última frase. ¿Efectivo o fariseo?

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