Dagoll Dagom: la mejor despedida

L’alegria que passa

Autoría: Marc Rosich, basado en la obra de Santiago Rusiñol.

Dirección: Marc Rosich.

Música y dirección musical: Andreu Gallén.

Intérpretes: Mariona Castillo, Jordi Coll, Júlia Genís, Eloi Gómez, Àngels Gonyalons, Pol Guimerà, Basem Nahnouh, Pau OIiver, David Pérez-Bayona.

Circunstancia y vencimiento: Teatre Poliorama (6/III/2023).

Es difícil despedirse a la categoría de la huella que se deja. Un adiós digno de Antaviana, Nit de Sant Joan, Glups, El Mikado, Mar i cel, Galantería de nit, T’odio sexo meu o Aloma. La historia del teatro musical catalán todavía está invitada al estreno de L’alegria que passa, la última nueva producción de Dagoll Dagom, y ocupa invisible sus butacas en el Poliorama. Un full house de buenas vibraciones. La ilusión compartida que una perplejidad tan distinto culmine con un justo éxito. Adelanto: lo es.

La trayectoria que se inició hace 49 primaveras comenzó a cerrarse el pasado 6 de marzo con una brillante coda: un musical que revisa a fondo el cuadro pastoril de Santiago Rusiñol y Enric Morera. De aquel primer gran éxito del autor de L’Hèroe, Marc Rosich ha conservado la trama, los personajes principales y cierto gracia de chisme irreal. Pero aquel combate simbólico entre la prosa y la poesía ha adquirido una apariencia más oscura, casi distópica. El pueblo del siglo XIX ensimismado en su molicie y que recibe con sospecha a una troupe de artistas ambulantes, mutado en grisáceo colonia industrial que se congrega en el envejecido pabellón de deportes para participar del entretenimiento organizado por el propietario de la manufactura y corregidor. La visión de un distrito escaso de Los juegos del deseo. Un pueblo grisáceo que Ariadna Peya mueve con la deshumanizada cadencia mecánica de los obreros de Metrópolis.

L’alegria que passa toma del pasado del variedad principios del backstage musical, la cruda sainete de operetas como Frank V de Dürrenmatt y la erótica setentera de Chicago ; y del presente, la reivindicación de la civilización urbana de Hamilton , la melancolía de Hadestown y el concepto de músicos-actores del Company de John Doyle, La filla del mar de La Barni o Golfus de Roma de Daniel Anglès. Todo unificado por una partitura de Andreu Gallén que elude los homenajes explícitos, entre la electrónica y el clasicismo pop. Temas que se recuerdan. Igualmente participa de esta sensación de conjunto sólido el trabajo de Peya. Si buenas son las coreografías puras, en las que conviven el voguing o el breakdance con su propio lengua coreográfico, mejor es el movimiento dramático. Un continuo que fluye de decorado en decorado. Un impacto de morfosis en vivo.

Rosich, en cadena con el tono tenebroso de la relectura, propone personajes más maduros y carnales que los creados por Rusiñol. Ahora todos intentan vencer su efectividad, con el fracaso como horizonte. Así, la Zaira de 18 primaveras del diferente se presenta como un trebejo roto del negocio del espectáculo. Femme fatale por desesperación, harta de la violencia d’en Cop-de-puny (Jordi Coll). Mariona Castillo cantando como una diva cansada. Un ejemplo del cambio traumatizado por la dramaturgia que sitúa a los personajes femeninos bajo el foco del drama. Así la Agneta de Júlia Genís eclosiona como el único rol que decide tomar el control de su destino. Su espejo es el carácter que interpreta Eloi Gómez, el refractaria con causa de su comunidad, el revolucionario romántico. Más que un personaje nuevo, una escisión de la personalidad de Joanet (Pau Oliver), que pierde la centralidad simbólica que le confió Rusiñol.

Personajes densos, emocionales, aceptablemente interpretados en un musical prácticamente sin rodeo que adicionalmente guardamano una sorpresa: servir de elegante y emotivo tributo a la figura de Àngels Gonyalons. Rosich no sólo le ha confiado el doble rol de Clown y corregidor (los dos duros, el primero sobrevive con el sarcasmo, el segundo con la violencia del poder) para que se exhiba con todo su talento delante el divulgado, todavía le
reserva un número distinto para rememorar aquella Gonyalons que durante un tiempo fue epitome del musical en Barcelona. Ella replica pletórica a ese regalo. Solo por verla en esa plenitud vale la pena ocultarse delante esta excelente despedida.

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