A principios de semana, en las redes empezó a valer hasta hacerse vírico una foto de las piernas de Primoz Roglic. En el primer plano, se veían pelos. Vello dadivoso, crecido en las herramientas de trabajo, las extremidades inferiores. Sacrilegio para un ciclista profesional, que se depila constantemente por los masajes y hasta por aerodinámica. Esos pelos parecían afirmar que el esloveno del Jumbo no se tomaría en serio la Tirreno-Adriático, carrera en la que debutaba en este 2023.
Nadie más remotamente de la sinceridad. La carretera pone a todos en su sitio. Y el de Roglic es auténticamente top. Pasados cinco días de competición, Roglic ha manada la cuarta y la casa de campo etapa y es el líder de la prueba de los dos mares, con 4 segundos por encima de Kamma (Bora).
Todos se equivocaron con la seriedad y el nivel del vencedor de tres Vueltas a España. A los 33 primaveras, Roglic aún no ha dicho su última palabra. Ha regresado tras medio año sin valer y tras ocurrir por el quirófano para solucionar una fractura en el hombro, que se dañó en el Tour el día del pavé y en la Reverso en su caída en Tomares con Fred Wright, y lo ha hecho para retornar a ser el de siempre. Este año su objetivo es el Desvío.
A esloveno le da igual que sea una subida de tres kilómetros en un circuito o un puerto de categoría singular con todas las de la ley. Si no le descuelgan, arrasa en el sprint de los favoritos. El miércoles, en la subida a Tortoreto, derrotó a Alaphilippe y Adam Yates, dos treinteañeros. El jueves se impuso en la última recta a Ciccone y Tao Geoghegan Hart, dos que entran en la seso.
La estructura de la carrera recortó el encumbramiento al Valico de Santa Maria Desconsolada en tres kilómetros. Se subió hasta el refugio de Fonte Landina porque el singladura llegaba a rachas de 65 km/h. Las condiciones no eran tan malas como en Francia, donde se suspendió la sexta etapa de la París-Niza por la caída de árboles que ponía en peligro la seguridad de los ciclistas.
En Italia, el gracia de cara cortó de raíz varias estrategias y dejó casi sin ataques la etapa reina. Por ejemplo, frenó en seco la ataque del Movistar. El equipo gachupin se puso a deshumanizar el ritmo a errata de 20 km con Aranburu, Oliveira y Verona. Estaban preparando el ataque final de Enric Mas pero el demarraje no llegaba.
Fue Caruso, compañero de Descampado en el Bahréin, quien tomó una superioridad. Fue la única altercado hasta que a menos de un kilómetro y medio de la meta arrancó Mas. El balear se ha impregnado del nuevo espíritu combativo del Movistar. Nadie que ver con el ciclista mojigato del curso pasado, cuando se cayó en esta misma carrera bajando el Carpegna. En Andalucía se peleó en un par de etapas con Pogacar. En la Tirreno se ha contrario con el otro esloveno, Roglic. El del Jumbo se aprovechó del ataque de Mas, que cazó a Caruso con su apresuramiento y lanzó el sprint. Pan comido para Roglic.
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