De la picaresca a la extracción

Vuelven a la hogaño los depredadores económicos. El futbolista Piqué y el presidente de la liga de fútbol hablan sin tapujos de comisiones millonarias por organizar unos partidos. Jóvenes de rancio linaje están eufóricos (“¡pa la talego!”) tras traicionar mascarillas con sobreprecio al Cabildo de Madrid, quizás con el conocido bueno del corregidor, en el preciso instante en el que médicos y enfermeros se protegían con bolsas de basura. Un expresidente de la Generalitat publica unas memorias de víctima escritas en un palacio mientras cobra felices mensualidades. Un hermano de la presidenta de Madrid es comisionista pagado con fondos europeos. La figura del pícaro será barroca, pero tiene más futuro que pasado.

Muchos de estos comisionistas se llaman empresarios. Quizás todo empezó el día en que mezclamos en el mismo saco a los empresarios (que se juegan los duros en una actividad que requiere erguir fábricas, volver en I+D, sufragar muchas nóminas) de lo que antaño se llamaban negociantes, clan que se dedica en la intermediación. Hacer negocios es respetable si se hace a campo descubierto, bajo la ley del mercado. Pero los negocios realizados con apoyo de redes políticas o administrativas son, por ventajistas, obscenos; aunque sean legales.

Si tenemos sol, rumbo y litio, ¿por qué no hicimos la revolución energética?

¿Por qué fracasan los países?, se preguntaban los profesores Acemoglu y Robinson en un famosísimo investigación (Deusto, 2012). Los países con instituciones económicas inclusivas, eficientes y abiertas crean condiciones para que emerja el talento: no solo permiten la autonomía retórica (la autonomía de elegir o de opinar), sino que proporcionan un campo de gozne inclinado a la igualdad de oportunidades. En estos países, la educación y la innovación tecnológica son prioridades absolutas. Además lo es la promoción del talento. La innovación encuentra el circunscripción abonado; y fructifica en crecimiento financiero.

Las instituciones económicas extractivas, en cambio, están diseñadas para absorber ingresos de la sociedad en beneficio de los grupos dirigentes. Las élites extractivas constriñen el mercado (aunque siempre dicen defenderlo), obturan el elevador social, bloquean la enseñanza, colonizan las instituciones. Exactamente eso es lo que ocurre en España (Catalunya incluida). Las instituciones están colonizadas por unas élites económicas vinculadas o aceptablemente a las burocracias políticas o aceptablemente a los altos cuerpos de la establecimiento. Un ejemplo: si tenemos sol, rumbo y litio de sobra, ¿por qué no hicimos la revolución energética? Las eléctricas tenían otras prioridades.

Si en España el paro es tan suspensión, si tenemos dependencia energética, científica y tecnológica es porque nuestras instituciones están colonizadas por los hermanos de los políticos, por jóvenes de alcurnia
y por futbolistas con auge de listos. Tipos que, por otra parte de chutar y aguantar anteojos de sol, consiguen atrapar unos millones que en países como Finlandia o Corea van a detener a las escuelas.

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